Es cierto que la tecnología tiene una fuerte tendencia a la miniaturización, con dispositivos cada vez más poderosos y portátiles. Pero en esta ocasión nos encontramos con algo que poco tiene que ver con un MID, un teléfono móvil, o las decenas de modelos de netbooks disponibles. En pocas palabras, se trata de un ordenador que se lleva en el antebrazo, tal y como el querido Pip-Boy de la saga Fallout.
Los fanáticos de la saga Fallout deben estar con los ojos abiertos como búhos tras leer el título, pero más allá de que lo que nos pueda provocar a aquellos que tuvimos el privilegio de jugar esos títulos, el concepto del W200 es muy interesante. Muchos dispositivos proveen un nivel de portabilidad muy alto. Sin embargo, la gran mayoría de ellos requiere que utilicemos las dos manos, anulando temporalmente nuestra capacidad de acción. Para resolver ese problema, el W200 fue diseñado de forma tal que se lleva puesto en el antebrazo, permitiendo movilidad extra en una mano y ocupando muy poco espacio.
El mercado al que apunta el W200 es el industrial, como sucede con el resto de los ordenadores creados por la empresa Glacier Computer. En algunos ambientes, la protección de la carcaza de un ordenador no es suficiente y se necesita un nivel superior de seguridad física. De esta forma, la empresa se dedica a vender ordenadores protegidos con cubiertas de goma, haciéndolos resistentes a diferentes formas de maltrato o exposición accidental, especialmente golpes y caídas. El W200 es el nuevo integrante de esa familia de ordenadores industriales, especialmente resistente y muy liviano. Posee una pantalla táctil de 3.5 pulgadas, Wi-Fi, GPS, y puede utilizarse tanto con Windows CE como con Linux.
Lamentablemente no hay mayores detalles sobre sus especificaciones, como procesador y memoria, pero es de suponer que posee un procesador ARM, debido a su compatibilidad con Windows CE. Tampoco sabemos nada sobre su precio o su fecha final de lanzamiento, aunque no esperamos que sea barato, debido a sus características de seguridad. De todas formas, no rechazaríamos de ninguna forma la posibilidad de tener uno de estos en nuestros antebrazos, e imaginarnos por un momento en un páramo radioactivo.