Un argumento bastante usado por los escritores de ciencia ficción consiste en la exterminación de la raza humana culpa de un virus que, por algún motivo oscuro, ha pasado de alguna raza animal al hombre. Nathan Wolfe, un reconocido “cazador de virus”, asegura que esto ocurre todo el tiempo y, además, que ha descubierto varios de ellos.
“Nuestro conocimiento de la diversidad viral en el planeta es insignificante. Ni siquiera sabemos el tamaño del iceberg. Sólo sabemos que la casi totalidad de esa diversidad viral está por descubrir y nos es desconocida. No tenemos ni idea de qué porcentaje está bajo el agua, pero seguramente es un gran porcentaje.” La frase anterior pertenece a Nathan Wolfe, que en los últimos años ha acojonado a más de uno con sus declaraciones. Nathan es un cazador de virus profesional, que participó en la ultima conferencia TED: Ideas Worth Spreading (TED: Ideas que vale la pena difundir), desarrollada en California el mes pasado.
El especialista habló de sus experiencias en África, lugar al que ha viajado innumerables veces y donde ha logrado demostrar que hay un número increíble de virus que saltaron la -a veces delgada- barrera que separa a los animales de los humanos. Uno de los casos mas conocidos es, cómo no, el virus del sida. El problema, dice Wolfe, es que lo siguen haciendo. La cantidad de virus es tan enorme que, si se publicara una enciclopedia de 30 volúmenes sobre todas los organismos vivientes, 27 de ellos corresponderían a los virus conocidos hasta hoy y solamente los 3 restantes estarían dedicados a los otros animales. Si a esto le sumamos que solo conocemos un ínfimo porcentaje de los virus existentes, podemos hacernos una idea de la magnitud del problema que tenemos entre manos. Justamente, la vida de Nathan Wolfe está dedicada a evitar las pandemias, a predecirlas, a combatirlas y a erradicarlas. En su trabajo combina métodos de la virología molecular, la biología evolutiva, la ecología y la antropología.
“Descubrimos nuevos virus continuamente. No es posible descubrir nuevos primates todo el tiempo por que ya hemos descubiertos la mayoría de ellos, pero ese no es el caso de los virus”, se entusiasma Nathan. “Existe un gran interés en los virus dañinos, pero la mayoría de ellos son neutrales, incluso algunos de ellos cooperan con sus huéspedes.”, aclara. “No todos son agentes con capacidad de tener efectos devastadores sobre la población humana de forma relativamente rápida”, prosigue. Por supuesto, la idea de que algunos cientos de miles de virus con una capacidad de contagio y habilidad para mutar continuamente como el SIDA están por ahí ocultos esperando saltar al hombre es poco tranquilizadora.
A Wolfe le preocupa la forma en que se efectúa el control global de enfermedades. En general, no suele estar supervisado por biólogos o científicas, sino por médicos o funcionarios de la salud pública. “Esperamos a que las pandemias ocurran y luego hacemos todo lo que podemos para controlarlas una vez en marcha”, dice. El especialista compara el estado actual del control de las enfermedades virales con el la forma en que se trataban enfermedades cardiovasculares hace cincuenta años: no se prevenían. “Nadie medía niveles de colesterol, ni controlaba la tensión arterial, ni se intentaba modificar los hábitos de fumar. Simplemente se esperaba al ataque cardíaco”, agrega. “Cuando hablamos de pandemias estamos igual, esperando al ataque cardíaco.”
La apuesta de Nathan consiste en ponernos a pensar de qué forma podemos hacer un trabajo mucho mejor a la hora de predecir y prevenir las pandemias. Según Wolfe, tendríamos que tener ser capaces de llegar a un punto (en el futuro próximo) de convertirnos en tan buenos científicos como para lograr cazar la mayoría de esos virus, convirtiendo a una nueva pandemia en algo sumamente raro. “Lamentablemente, si se le pregunta a profesionales de salud pública, es muy posible que ni siquiera se les haya ocurrido que se hubiese podido prevenir la epidemia de VIH, y mucho menos que podamos conseguir que un día no haya más epidemias”, dice. Sería, ni más ni menos, poner el caballo por delante del carro, y en lugar de esperar a ser masacrados por un virus desconocido, prepararnos para su aparición y plantarle cara. Para ello el único camino es ponernos ya mismo a encontrar y estudiar toda la parte del iceberg que no vemos, de forma que el enemigo deje de ser un desconocido invulnerable.
Mientras tanto, epidemias de enfermedades tan fácilmente tratables como el dengue o la malaria siguen haciendo estragos a lo largo y ancho del planeta. Quizás ya sea hora de ponernos a trabajar en serio en estas cuestiones.