¿Hasta qué velocidad puede moverse la gente? Basta ver a nuestro alrededor para darnos cuenta de que todo se acelera cada vez más. Pero no es solo una percepción, sino que esta aceleración ya se empezó a comprobar en forma científica. ¿Hay un límite para la rapidez a la que podemos vivir? ¿Vamos camino a volatilizarnos por la velocidad alcanzada debido al roce de nuestros cuerpos con la atmósfera? ¡Todos los detalles en la sección más trolleante y con menos rigor científico de todo NeoTeo! Siempre se habla del ritmo de vida al que se vive, de la velocidad de la modernidad, y otras cuestiones por el estilo. Pero por mucho tiempo esto no fue más que una serie de percepciones. Sin embargo, hay gente que se tomó el trabajo de medir este ritmo de vida, con conclusiones sorprendentes. Y no hablan de cambios en la resonancias Schumann ni de la alineación de Júpiter con Urano. Esto es en serio. Robert Levine, junto con Ara Norenzayan, dos prestigiosos sicólogos sociales, se tomaron el trabajo de medir varios factores para determinar un estimado de la velocidad del ritmo de vida. Para esto, usaron varios factores, como el tiempo promedio que le lleva a una persona un sello postal en una oficina de correos, o qué tan sincronizados están los relojes de los lugares públicos, como las estaciones de tren o los bancos. Una de las métricas más interesantes fue la que mide la velocidad a la que camina la gente. El estudio se realizó en más de 30 ciudades de todo el mundo y consistió básicamente en medir subrepticiamente cuánto tiempo le llevaba a una persona promedio en recorrer 60 pies de acera (aproximadamente 18 metros). Para ajustar lo más posible sus mediciones, seleccionaron segmentos de acera en las zonas céntricas, libres de obstáculos, que no estuvieran atestados de gente. Además, eligieron sólo individuos de mediana edad que no estuvieran distrayéndose con elementos del entorno. Once años después, Richard Wiseman, en conjunto con el British Council, decidieron repetir el estudio de la velocidad a la que camina la gente para ver qué variaciones encontraban. Efectivamente, este nuevo estudio determinó que en casi todas las ciudades el ritmo se había acelerado. Algunos ejemplos comparativos: AÑO 1995 2006 —————————– Singapur 14.75 10.55 Bucarest 16.72 14.36 Viena 14.08 12.06 En once años la velocidad del paso de los transeúntes en las ciudades analizadas disminuyó en dos segundos en promedio. Claro, con solo dos valores no podemos más que hacer una proyección lineal, lo que nos daría algo así como que, para el 2070, la gente se trasladaría en forma instantánea de un lugar al otro, si no es que antes se volatiliza por la velocidad de fricción contra la atmósfera circundante. Harían falta más mediciones para una extrapolación más acertada… Junto con los datos de velocidad se recolectaron también otras informaciones referidas a las ciudades evaluadas, como clima o cantidad de habitantes. Pero los datos más interesantes recabados fueron los indicadores de vitalidad y bienestar económico y el nivel de colectivismo/ individualismo de cada sociedad analizada. ¿Habría alguna relación entre estos factores y la velocidad a la que se mueven las personas? La respuesta es sí, aunque no necesariamente este sí es positivo: los resultados confirmaron una correlación en los factores que ya nos imaginamos: las sociedades con un ritmo de vida más acelerado son aquellas con mayor nivel económico y las menos solidarias. La explicación para esto parece ser esta: cuanto más rápido se vive, más enfocadas están las personas en sus propias cuestiones, más individualistas y menos solidarias se vuelven, y el proceso se repite. Algunos llaman a esto “progreso”. Y, según dicen, el progreso es algo que nunca se detiene. Bienvenidos al futuro.