Imagínate esto: un mundo lleno de personas, millones de ellas, en donde sin embargo no hay nadie. Pues bien, parece que los gadgets de alguna manera nos están encaminando hacia eso… ¿Dispositivos electrónicos como extensión de un organismo humano de bajo coeficiente intelectual? ¿Seres sin “yo”? ¿Un mundo de muertos vivientes digitales? Pero basta de preámbulos. ¡Pasa a la nota haciendo click y encontrarás todos los detalles en esta, la sección más amarilla, sensacionalista y off-topic de NeoTeo!
¿Hola? ¿HOLA? Sí, es a ti que te estoy hablando, que estás allí pegado a tu pantalla. Ah, pero ¡espera! ¡No me contestes todavía, que tengo que contestar un mensajito!
Recuerdo la época en que era bastante difícil estar sin estar. La televisión fue el artilugio tecnológico que consiguió el prodigio. Después, el ordenador trajo una nueva dimensión, ya que ofrecía muchas más opciones para absorbernos y evitar que tengamos contacto con los demás. Y con los demás me refiero a los demás, y no a una abstracción en forma de pixels en una pantalla.
Luego, fue posible subir un nuevo escalón (descender, sería más adecuado) en el camino hacia la alienación definitiva. El golpe de gracia lo recibimos con los Smartphones. Viendo las caras bovinas que ponemos ante estos dispositivos, podríamos convenir en que, a medida que los teléfonos se vuelven más inteligentes, las personas nos volvemos más estúpidas. Es como dice Michael Onfrey con respecto a los fanáticos y el poder que el hombre le da a Dios: Lo que se le da a uno se le quita al otro.
¿Estamos poniendo en peligro nuestra vida social? ¿Es más importante el SMS que prestarle atención a los demás? Estamos acostumbrándonos a que lo que llega a través del aparatito es más importante que quien tenemos al lado. Basta echar una mirada en algún lugar público concurrido para ver cómo muchos se comportan como imbéciles digitales. Mira si no el siguiente video.
El continuo flujo de información hacia los dispositivos actúa como reemplazo de una actividad que antes era común: conversar con nuestros vecinos, ya sea en nuestro barrio o los ocasionales acompañantes en distintos lugares sociales. Eso, sumado a la continua paranoia creada por muchos medios de prensa mostrándonos continuamente crímenes y catástrofes (apelando a nuestro morbo, para exacerbarlo), constituyen un cóctel explosivo: tenemos cada vez más miedo del mundo exterior, del mundo real.
Viendo las caras bovinas que ponemos ante los dispositivos, podríamos convenir en que, a medida que los teléfonos se vuelven más inteligentes, las personas nos volvemos más estúpidas.
Cuando disminuyen las redes sociales reales (no las de mentirita, como el Facebook), nuestra aislación se incrementa, interactuamos cada vez menos con nuestros semejantes porque pueden ser peligrosos, y vuelta a empezar.
Cuando existe un contacto real entre personas, aumentan las acciones comunitarias. Conocemos los rostros de la gente y nuestra área de libertad puede extenderse más allá de nuestra puerta de calle.
No olvidemos que, en el fondo, ese dispositivo que usamos todos los días no es perfeccionado y comercializado por las Carmelitas Descalzas, sino por corporaciones funcionales al orden establecido. Los resultados que están a la vista no son más que una señal de que tal vez estemos perdiendo la partida.
Ya desde pequeños venimos con un móvil con pantalla táctil bajo el brazo. ¿Crees que hay que hacer algo antes de que ya no haya vuelta atrás? ¿O, mejor, “relájate y goza”?