Llegan las fiestas y todos a nuestro alrededor se ponen buenos. Gente que hasta ayer nos miraba torcido de pronto es un cúmulo de bondad y buenos augurios. ¡Pero a no preocuparse! Eso solo dura algunos días, ¡en enero todo volverá a la normalidad!
Ahora, a lo que no ocupa en la nota de hoy: ¿Sabías que tu número de seguro social o el número de recibo de compra de tu nuevo pen drive pueden modificar tu percepción del mundo exterior, como ser la altura de una montaña, o cuánto alguien está enamorado de ti? Nuestro escalpelo periodístico sigue escarbando dentro de los sesos para encontrar bugs en nuestro software mental. Graves fallas que conviene conocer muy de cerca.
Nuestra falla mental de hoy: el efecto anclaje o anchoring.
¡Y sigue la saga! Sabemos que nuestro software cerebral tiene funciones que están bastante mal desarrolladas, y la que explicaremos hoy es una muy particular. Las primeras pruebas datan de la década de 1970. Una de ellas es muy sencilla, y se realizó con dos grupos de estudiantes universitarios. Al primer grupo se le pidió que estime el resultado de la operación 8 × 7 × 6 × 5 × 4 × 3 × 2 × 1. Al otro, la misma operación pero con los operandos en sentido inverso: 1 × 2 × 3 × 4 × 5 × 6 × 7 × 8.
Se les dio a cada grupo 5 segundos para responder. El primero estimó un valor promedio de 2.250, mientras que el segundo, un valor de 512. ¡El primer grupo calculó un valor cuatro veces más alto que el segundo! Aún cuando ambos grupos estuvieron lejos de la respuesta correcta, el motivo es que el primer grupo empezó lidiando con números más grandes, mientras que el segundo lo hizo con números más pequeños. Ello influyó inmediatamente en la percepción estimada del resultado final. A esto, los investigadores lo llamaron efecto anclaje: “el cerebro necesita aclarar incertidumbres para seguir adelante, y debe ir tomando hitos o puntos de referencia durante el camino”. El efecto anclaje es uno de los sesgos cognitivos más estudiados, como el siguiente ejemplo de Buba y Kiki:
Esto solo para empezar. Un minucioso estudio encontró relaciones más sutiles y dramáticas. Esto se puede resumir en una afirmación que tiene reminiscencias casi místicas: todo evento puede afectar nuestras decisiones de forma tal que creamos estar decidiendo por nuestro libre albedrío, cuando en realidad lo estaremos haciendo como consecuencia de un evento anterior a nuestra decisión: un evento que ni siquiera nos imaginamos que pueda influir. Pero no hablamos de influir solo un poco. Hablamos de transformar lo pequeño en grande, lo gordo en flaco, el blanco en negro…
Simplificando la descripción, en un primer estudio se les realizaron las mismas preguntas a dos grupos distintos, pero a cada grupo se le dio un valor de anclaje diferente. Por ejemplo, al primer grupo se le preguntaban cosas de este estilo, usando un valor de anclaje bajo:
– “La longitud del río Mississippi, ¿es mayor o menor a 70 millas?”
– “La cantidad de gasolina mensual consumida por un ciudadano promedio, ¿es mayor o menor a 30 litros?”
– “El teléfono, ¿se inventó antes o después del año 1850?”
Después, se le pedía los participantes que anotaran el valor que ellos creían que era la respuesta correcta.
Al otro grupo se le preguntaba exactamente lo mismo, pero usando un valor de anclaje alto como, por ejemplo, 2000 millas para la pregunta del río, 200 litros para la gasolina y 1920 como el año de referencia para el teléfono.
La cuestión es que (salvo en los casos en que los participantes conocían de antemano la respuesta correcta), todos, para todas las preguntas, respondieron con valores más elevados en el caso del anclaje alto y con valores más reducidos para el caso del anclaje bajo. La forma en que se planteaba la pregunta determinó fuertemente la respuesta de los involucrados. Esto se emparenta con algo que estuvimos analizando previamente en esta sección.
PENSAR, LO MENOS EVOLUCIONADO
Fernando Pessoa decía que “Hablar y pensar no son más que nuevos instintos, menos seguros que otros, porque son nuevos”. En suma, parecería ser que nuestra facultad de razonamiento es la menos consistente de nuestras capacidades, porque es la que tuvo menos tiempo en nuestra historia evolutiva…
Volviendo a las investigaciones, en otro estudio, también con dos grupos independientes, frente a cada grupo se hizo girar una rueda de la fortuna con los números de 0 al 100. En el caso del primer grupo, la rueda se detuvo en el número 10. En el segundo caso, en el 65. Después de eso se le pidió a las personas de cada grupo que anoten en un papel distintos valores estimados, como por ejemplo qué cantidad de países creían que hay en el continente africano. El valor promedio del número de países estimados por el primer grupo fue de 25, en tanto el segundo grupo estimó en promedio un valor de 45 (recordemos que la cantidad de países era diferente en la década de 1970). En este caso, la respuesta de las personas fue “anclada” por un elemento externo que ni siquiera estaba directamente relacionado con la pregunta.
Si nos detenemos a pensar un momento, la importancia de este estudio abarca todas nuestras acciones diarias.
Y tú, querido lector, ¿estás de acuerdo con esto, o son todas patrañas? Y, ya que estamos, ¿qué opinas de nuestras figuras amigas, Buba y Kiki? ¡Contesta rápido, antes que tu cerebro se nuble aún más debido a los excesos propios de los festejos de esta época del año!