Cada vez que el ser humano coloca un satélite o una estación en órbita, lo cierto es que envía al espacio mucho más que eso. Después de agotar su vida útil, toda esta tecnología obsoleta queda allí en el vacío, y se transforma en un arsenal de misiles no deseados que se desplazan a velocidades escandalosas. A eso debemos sumar tuercas, tornillos, bujes y otros objetos pequeños con una impresionante energía acumulada. El punto es que si no somos más responsables, podríamos crear en el futuro una prisión orbital imposible de navegar…
Una vieja frase atribuída a Robert A. Heinlein (el mismo de «Starship Troopers») dice que una vez en órbita, estás a mitad de camino de cualquier parte. Pero otros destacan que lo verdaderamente complicado no es llegar a la órbita, sino quedarse allí. Por ejemplo, la Estación Espacial Internacional se mueve a 7.6 kilómetros por segundo, y semejante velocidad… no es poca cosa. Desde el inicio de la Carrera Espacial en los años ’50, la humanidad ha enviado múltiples desarrollos a la órbita terrestre y más allá. Logros extraordinarios por sí solos, pero tarde o temprano dejan de funcionar, o son reemplazados. Ahora, si la tecnología obsoleta ya causa dolores de cabeza en la Tierra bajo la forma de chatarra electrónica… imagina lo que está haciendo allá arriba, cuando es casi imposible de recuperar:
¿Qué hacemos con la tecnología obsoleta en órbita?
Sí, hablamos de la basura espacial. Uno de los últimos vídeos publicados por Kurzgesagt lo explica de forma maravillosa, y cualquiera que haya jugado Kerbal Space Program lo sabe bien. Algunas partes de nuestros cohetes se queman en la atmósfera y caen de regreso, pero otras continúan intactas, con la energía inicial suficiente para mantener una órbita (relativamente) estable durante años. Por el momento existen cerca de 2.600 satélites fuera de servicio, 10.000 objetos más grandes que un monitor, 20.000 objetos tan grandes como una manzana, 500.000 objetos similares a una canica, y 100 millones de piezas tan pequeñas que no pueden ser rastreadas. En otras palabras, el espacio cercano a la Tierra se está convirtiendo en un cementerio espacial, repleto de metralla letal.
Y nuestra infraestructura está allí. Comunicaciones, GPS, estudios del clima… la lista es larga. Se calcula que tres o cuatro satélites se pierden por año debido a un impacto provocado por la chatarra espacial, y aún recordamos bien el choque entre Iridium 33 y Kosmos 2251. La gran amenaza que se asoma por arriba de todo esto es el llamado Síndrome Kessler, una serie de colisiones que darían lugar a una reacción en cadena, haciendo de la órbita terrestre un campo minado. La buena noticia es que aún podemos solucionar el problema. La mala es que debemos comenzar ya. La estrategia de cohetes reutilizables de SpaceX es un paso en la dirección correcta, pero se necesitan desarrollos más agresivos en materia de recolección y eliminación de basura espacial.
Un astrónomo encontró un satélite que la NASA declaró perdido 12 años atrás