La definición de supervivencia es: Prolongación o continuación de la existencia. ¿Y quien no quiere prolongar su existencia? Es que para muchos analistas, existe una posibilidad de que la humanidad enfrente un desastre global en los próximos años. Frente a este panorama, algunos buscan la manera de sobrevivir a toda costa, pero ¿realmente existe alguna chance de convertirse con éxito en un nuevo Robinson Crusoe urbano? ¿O se trata solo de una fantasía alimentada por nuestro afán de seguir vivos?
El interés en sobrevivir, ya sea en su versión extrema (aquellos que se ponen como locos a construir un refugio antibombas en el fondo de su casa) como en la versión “diet” (cruzar solo por las esquinas, con el semáforo en verde) se encuentra en la naturaleza misma de las personas. Al fin y al cabo, es el instinto de supervivencia el que nos mantiene vivos al alejarnos de los peligros.
Desafortunadamente, cada vez parecen haber más posibilidades de tener que enfrentarnos a una catástrofe global que nos obligue a apelar a todos nuestros recursos para seguir vivos. La posibilidad de una epidemia mundial producida por algún virus mutado en un laboratorio, guerras globales provocadas por las consecuencias del calentamiento global, atentados terroristas utilizando bombas sucias o incluso desastres provocados por algún error en nuestros ordenadores (¿alguien se acuerda del efecto “Y2K”?) ya no es solo el argumento de una película de ciencia ficción.
De hecho, un mundo como el mostrado por “The Road”, de Cormac McCarthy o “I am Legend”, de Richard Matheson ya no parece ser solo un cuento para asustar a los niños. Como dice Barton M. Biggs, de Morgan Stanley, “la gente debe asumir la posibilidad de que desaparezca la infraestructura que soporta la sociedad actual.”
Incluso existe un cierto grado de paranoia oficial sobre el tema. En la década de 1950, las autoridades de defensa civil norteamericana alentaban a sus ciudadanos a construir refugios personales a causa de la amenaza nuclear. Y hace solo cinco años, en 2003, el Departamento de Seguridad Nacional sugirió a los estadounidenses que comprasen láminas de plástico y cinta adhesiva gruesa para sellar las ventanas en caso de ataques biológicos o químicos.
Para algunos, el desastre que podría diezmar a la humanidad esta cerca. Y no estamos hablando de la opinión emitida por un loco refugiado en una granja que cree en la llegada de los extraterrestres asesinos. Se trata de personas con conocimientos sólidos sobre el tema. No son pocos los economistas que debaten si la actual crisis de la economía norteamericana podría terminar en una completa descomposición del sistema financiero. Incluso, un ex vicepresidente de los Estados Unidos (Al Gore) nos dice que el calentamiento global podría provocar inundaciones en masa, epidemias y hambrunas, tal vez incluso una nueva Edad de Hielo.
No hay estadísticas sobre cuanta gente está construyendo hoy su propio refugio. Como dice Jim Rawles, editor de survivalblog.com, “no es algo de lo que uno hable con sus vecinos”. Ante este panorama, es lógico sentirse amenazado. Y frente a una amenaza, nuestro instinto de supervivencia nos obliga a tomar medidas. ¿Pero cuales?
En primer lugar, no sabemos de antemano cual es el desastre que va a ocurrir. Y obviamente no es lo mismo intentar protegerse de una inundación provocada por el calentamiento global que del impacto de una cabeza nuclear. Existe la posibilidad de comprar un refugio prefabricado, aunque quizás el gasto sea demasiado para nuestro presupuesto. Y si decidimos ahorrar y construir nosotros mismos, es posible que el resultado no este a la altura de las circunstancias ¿Qué seguridad tenemos que nuestra “habitación del pánico” será perfectamente hermética para mantener fuera a ese virus mortal que azota a la humanidad?
En el mercado (sobre todo en los EE.UU.) es posible encontrar todo tipo de alimentos y accesorios para llenar las alacenas de nuestro refugio. Conservas, pastillas potabilizadoras de agua, equipos de comunicaciones, trajes herméticos, mascaras que protegen nuestros pulmones de agentes químicos, y casi cualquier cosa que puedas necesitar. Pero la verdad es que no tienes la seguridad de que todo eso funcione. Además, al desconocer la fecha en que deberás hacer uso de esas vituallas, deberás gastar tu dinero periódicamente para mantener actualizado tu stock. No querrás que cuando necesites usas esas latas, ya estén vencidas.
Asumamos por un momento que el desastre ocurre, y que hemos sido absolutamente previsores. Tenemos nuestro refugio repleto de alimentos, unos estupendos trajes que nos protegen de la radiación, los virus o los agentes químicos que están terminando con la humanidad. Ha pasado algo de tiempo, y la amenaza original ha desaparecido. ¿Estamos a salvo? Probablemente no.
Seguramente vives en una ciudad mediana o grande, y es muy posible que no seas el único que salio con vida del holocausto. Ya sea por que, como tu, construyeron un refugio, o por que tuvieron suerte, muchos de tus conciudadanos estarán vivos, y deseosos de que compartas con ellos tus preciadas pertenencias. Y es muy posible que no todos estén dispuestos a recibir un “no” como respuesta a sus reclamos. Tu refugio, además de protegerte de la amenaza original, deberá ser una verdadera fortaleza.
No estamos queriendo decir con todo esto que la supervivencia sea imposible. Simplemente, las cosas quizás no sean tan sencillas como se puede ver en el catalogo que acompaña a esa lata de conservas para refugios nucleares que acabas de comprar. Es muy difícil aconsejar como construir el refugio perfecto. Pero si me decidiese a diseñar el mio, definitivamente estaría lejos de las ciudades. Lo mas disimulado posible, escondido de la vista de cualquier ocasional superviviente que pudiese pasar por allí. A veces, la mejor defensa es el camuflaje.
Tampoco confiaría demasiado en la duración de mis reservas de agua y alimentos. En principio, no sabes cuanto tiempo deberás permanecer dentro de tu refugio. Con mucha suerte podrás salir en un par de semanas, pero puede darse el caso de que no puedas salir por años. Quizás lo mejor sea pensar en alguna forma de reciclar el agua y el aire, inspirándote en los elementos utilizados por los astronautas. Si, será caro, pero puede ser tu única posibilidad.
El lugar debería ser lo suficientemente grande como para que no te encuentres arañando las paredes presa de la claustrofobia. También es importante que incluyas entre tus pertenencias una buena cantidad de libros, juegos, muñeca inflable o algo que te permita matar el tiempo durante años. Quizás un buen par de botellas de tu licor favorito. Seguramente has pensado en llevarte tu ordenador. Asegúrate de que tendrás con que alimentarlo, por que la red de distribución de electricidad ya no estará allí para ayudarte. Ni Internet. Ni la compañía de teléfonos.
Por supuesto, también es (muy) posible que nada de esto ocurra. La humanidad parece tener cierta capacidad para detenerse siempre a tiempo, justo antes de dar el paso que la llevará a la destrucción. Hemos pasado por dos guerras mundiales, por accidentes nucleares, por 50 años de guerra fría, atravesado guerras santas y resistido a la inquisición, y aquí estamos. Si bien no es bueno confiar en la suerte, en definitiva es lo que haríamos al decidir enterrarnos vivos en un refugio a prueba de casi todo. Ese “casi” deja la puerta abierta al fracaso, y es imposible quitarlo de la ecuación.
Quizás lo mejor sea dedicar nuestro esfuerzo conjunto a evitar el desastre, en lugar de intentar sobrevivir a el. Nuestra mejor apuesta para la supervivencia puede ser, en primer lugar, el no intentar aniquilarnos. En vez de gastar una pequeña fortuna y miles de horas de esfuerzo en construir una cueva para pasar en ella el resto de nuestras vidas, quizás sea mejor poner nuestro cerebro a trabajar para no vivir como prisioneros de nuestro propio instinto de supervivencia.