Imaginar a una corporación multinacional como un país no es muy difícil que digamos. Los videojuegos y la ciencia ficción presentaron esa posibilidad en más de una ocasión, pero en la vida real es posible hacer algunas comparaciones bastante convincentes. Tomemos el caso de Apple: Sus ganancias netas anuales son la envidia de varios gobiernos, lo que también se extiende a su influencia y popularidad. Si la «República de Apple» existiera mañana, ¿qué lugar ocuparía en el mundo?
Entiendo que algunos usuarios se sientan molestos por la expresión «gigante de Cupertino», pero sólo la utilizo en referencia a lo que Apple es actualmente. Existen razones de sobra para rechazar lo que ofrece esta compañía, comenzando por el extraordinario perfil propietario de su hardware, su adicción a la obsolescencia programada, y el hecho de haber convertido a la «marca Apple» en una especie de culto. Sin embargo, es complicado cuestionar su éxito cuando introducimos ciertos datos en la ecuación. Su capitalización superó los 800 mil millones de dólares, convirtiéndose otra vez en la número uno del mercado. Los accionistas demostraron «preocupación» por la caída en sus ganancias netas… pero fueron de 45.700 millones de dólares el año pasado. A decir verdad, Apple podría funcionar como un país si así lo quisiera, por lo tanto, vamos a jugar un rato y colocar a la compañía en ese hipotético rol.
Apple tiene aproximadamente 116 mil empleados, que transformados en población sería casi idéntico a Kiribati, archipiélago en el Océano Pacífico. Si Apple decidiera dejar a todos con la boca abierta y repartiera las ganancias de 2016 con sus empleados, cada uno recibiría poco más de 380 mil dólares. Cuando visualizamos los ingresos de Apple como producto bruto interno, eso la coloca entre la República Checa y Finlandia (aunque el valor cambia dependiendo de quién haga la medición, si el FMI o el Banco Mundial), y si hacemos lo mismo con sus ganancias netas, quedaría por arriba de países como Serbia, Panamá o Jordania.
¿Cómo logró todo esto Apple? Obviamente, cualquier opinión, visión, cálculo o interpretación debe caer de rodillas frente a la palabra mágica: iPhone. En el primer trimestre de este año, Apple vendió casi 52 millones de smartphones, uno por cada habitante en Corea del Sur. En 2016, el total ascendió a 212 millones. Ese ritmo de ventas no sólo le permite a Apple defender su escalofriante capitalización de mercado, sino también guardar más de 250 mil millones de dólares en efectivo… que por supuesto están repartidos alrededor del mundo (ya saben, «impuestos»). Al mismo tiempo, la «República de Apple» sufriría una desigualdad de ingresos brutal. Los llamados altos ejecutivos tienen un salario base promedio de 2.7 millones de dólares anuales, mientras que un ingeniero de software ronda los 170 mil, y los cargos más bajos giran alrededor de los 32 mil dólares al año. Sin embargo, esto se cae a pedazos cuando recordamos que Apple desarrolla toda su manufactura en China. Eso se traduce en millones de empleados bajo la influencia de compañías como Foxconn y Pegatron, que reciben menos de dos dólares la hora bajo jornadas de hasta 72 horas semanales. La suma de los componentes en un iPhone 7 llega a 219.80 dólares, con una ganancia de 424 dólares cada uno (sin descuentos)… pero el costo laboral es de apenas cinco dólares por unidad.