A mediados de los años 80, Canon inició el desarrollo de un tipo de pantalla que prometía mejorar las falencias que ya evidenciaban las del tipo TFT. Para esto se valía de combinar las incipientes pantallas delgadas con las ventajas demostradas durante décadas por los clásicos tubos de rayos catódicos. Sin embargo, los costos de fabricación nunca pudieron bajarse a la realidad del mercado, mientras las pantallas LCD descendían de precio día tras día. El mes pasado, SED Inc. ha dejado de existir, demostrando que la mejor calidad no es la que llega al mercado consumidor sino la que su bolsillo puede y quiere pagar.
Las pantallas LCD han demostrado con creces que llevan ganada la batalla contra el tubo de rayos catódicos (TRC) en aplicaciones de TV y en la proliferación explosiva que han tenido los ordenadores portátiles en los últimos años. Además, el público las elige por ser novedosas, delgadas, livianas, grandes y con apariencia eterna. Lo que mucha gente no sabe es que la luz que se desprende de estas hermosas pantallas proviene de pequeños tubos fluorescentes ubicados en la parte posterior del panel LCD y que, por supuesto, tienen una vida útil limitada, estimada en pocos años. Lo mismo ocurre con las pantallas que, en lugar de tubos fluorescentes, poseen LEDs. Tampoco ellos son eternos. Otra realidad es que, aún en la actualidad, existen muchos televisores o monitores de ordenador con tubos de rayos catódicos que poseen una imagen tan brillante como hace 20 años atrás.
Como mencionamos en el sumario, Canon imaginó este escenario y decidió combinar la mejor tecnología de los TRC con las modernas y flexibles posibilidades del cristal líquido. Como la mayoría sabe, el funcionamiento de un TRC se basa en la fosforescencia que provoca el impacto organizado de un haz de electrones sobre la superficie frontal de la pantalla. Este mecanismo ha demostrado su eficacia desde hace más de 60 años en la industria de la televisión. La idea de Canon era llenar una enorme pantalla con millones de píxeles que fueran activados de manera individual por el impacto de un electrón sobre su superficie. Es decir, cada píxel sería un “microTRC”, y la pantalla completa estaría formada por millones de ellos.
La nueva tecnología permitiría una relación de contraste extraordinaria (100 mil a 1) y tamaños superiores a las 50 pulgadas, con resoluciones aptas para lo que sería la televisión en alta definición (1920 x 1080p). Fue así que en 1999 Toshiba apostó a esta nueva tecnología y decidió fusionarse con Canon para crear una nueva generación de pantallas de alta definición. Así nació SED Inc. (Surface-conduction Electron-emitter Display), con un crecimiento vertiginoso y con la expectativa de salir al mercado en 2007. Las ventajas previstas eran incontables, ya que la velocidad de refresco no dependía (como ahora) de veloces procesadores, sino que la fluidez de la imagen se mantenía como en los equipos con TRC convencionales. Cada cañón de electrones poseía un tamaño microscópico formado por electrodos que estaban separados unos pocos nanómetros de distancia entre sí y que eran capaces de trabajar con tensiones menores a los 20Volts. El salto necesario para lograr el impacto y la fluorescencia sobre el pixel se lograba del mismo modo que en un TRC convencional, pero con la ventaja de que se requería la tercera parte de la energía para obtener un brillo intenso y duradero.
A pesar de que la tecnología de fabricación era sencilla, los costos de fabricación nunca pudieron descender lo suficiente, y los LCD que hoy conocemos comenzaron a ser cada día más baratos. Más allá de poseer un principio de funcionamiento muy similar (haz electrónico sobre fósforo), la vida útil de una pantalla SED prometía ser muy superior a la del LCD, pero la batalla por los precios resultaron ser la condena a muerte de la tecnología SED. Lo que se suponía que sería la mejor calidad de producto ofrecida al usuario en pantallas planas terminó siendo una quimera que jamás llegó al público. Hace un mes el grupo de trabajo de las pantallas SED dejó de funcionar reavivando una polémica que parece no tener fin. ¿Por qué no podemos acceder a la mejor tecnología? ¿Por qué siempre debemos conformarnos con lo que “el mercado” decide?