Existe un cierto prejuicio cultural sobre los videojuegos. Mucha gente, sobre todo la de más edad, supone que tiene más valor crear un software científico o administrativo que escribir un videojuego. Pero aunque resulte difícil de creer, gran parte del desarrollo de la informática actual se la debemos a los programadores de videogames.
Si, puede resultar una afirmación un tanto extraña, pero es real. Sin los programadores de videojuegos difícilmente tendríamos el software y el hardware que tenemos. Cualquier adolescente que compraba su primer “home computer” allá por los 80s, luego de haber juntado centavo sobre centavo durante meses, era un programador en potencia. Hablamos de una época en que no existía gran cantidad de software disponible, ni tampoco software de gran calidad. Los videojuegos, limitados por los escasos recursos de esos ordenadores, a menudo eran poco atractivos.
Pero cada una de esas maquinas tenía en su interior la llave que abría todas las puertas: un intérprete BASIC. Tarde o temprano, el feliz poseedor de un Commodore 64, un Apple II o un Amstrad CPC sentía curiosidad sobre la forma en que se podía escribir un programa.
BASIC es el acrónimo de “Beginners All-purpose Symbolic Instruction Code” (algo así como “código de instrucciones simbólicas de propósito general para principiantes”). Es decir, se trata de un lenguaje de programación creado especialmente para principiantes. Es fácil de aprender, funciona en ordenadores pequeños, no requiere un conocimiento profundo del hardware, y protege al usuario de la complejidad sistema operativo.
Muy posiblemente todos los programas que conocía un adolescente en 1980 eran videojuegos, y BASIC proporcionaba un acceso sencillo a las posibilidades graficas y sonoras de aquellas maquinas. Así que cualquiera que fuese lo suficientemente curioso podía en poco tiempo escribir sus propios juegos. Por supuesto, a menudo el resultado era bastante pobre, pero al menos se había logrado interesar a alguien en los entresijos de la maquina.
Un gran porcentaje de los programadores que escribieron el software de los 90s tuvo una home computer durante su niñez. Muy probablemente estudio una carrera relacionada con la informática motivado por los descubrimientos que había hecho intentando programar un pequeño juego en su ZX Spectrum.
Pero la informática recreativa no solo ha sido una pieza importante en el desarrollo del software. Pensemos por un instante en las características de nuestro ordenador actual: microprocesadores de múltiples núcleos, gigabytes de memoria RAM, centenas de GB en disco duro, y una placa de video capaz de realizar millones de operaciones por segundo. ¿Tendríamos un ordenador así, a un precio ridículamente bajo, si no fuese por los videojuegos? Seguramente no.
Si siguiésemos utilizando los ordenadores como maquinas de escribir o para realizar la declaración de la renta, seguramente la informática tendría un nivel de desarrollo similar al de hace 10 o 15 años atrás. Pero afortunadamente muchos usuarios lo utilizan para jugar. Y un buen videojuego requiere de un buen ordenador. Esto ha obligado a los fabricantes de hardware (y software) a buscar permanentemente la forma de mejorar sus productos, alcanzando grados de complejidad impensables. Hoy día un ordenador personal tiene la capacidad de un superordenador de hace una década, con un costo miles de veces menor. Y se lo debemos a la informática recreativa.