Durante la Segunda Guerra Mundial, el famoso psicólogo conductista Burrhus Frederic Skinner, trabajó en el desarrollo de un sistema de misiles guiados por palomas. Dado que la electrónica era una ciencia que aún estaba en pañales, el gobierno de Estados Unidos puso en marcha Project Pigeon, un proyecto destinado a crear misiles equipados con un compartimiento ocupado por palomas. Estas palomas estaban condicionadas para reconocer el objetivo a destruir y pilotear el aparato.
La guerra es una actividad que -a pesar de sus nefastos objetivos- saca a relucir la creatividad del hombre. Lejos de resignarse a las limitaciones que impone la tecnología disponible, los responsables de buscar formas más efectivas de hacer papilla al ocasional enemigo pueden sacar de su galera las ideas más extrañas. Una de esas ideas es, sin dudas, el llamado Project Pigeon (Proyecto Paloma), que tenía como objetivo final entrenar un grupo de palomas para que fuesen capaces de pilotear misiles durante la Segunda Guerra Mundial.
Cuando el mundo se embarcó en la Segunda Guerra Mundial, los ordenadores aún se encontraban en las mesas de diseño. A pesar de que muchos ingenieros sabían que era posible construir máquinas capaces de ejecutar un programa, lo cierto es que la tecnología disponible era completamente inadecuada. Tomemos por ejemplo las “bombas”, ordenadores electromecánicos primitivos utilizados por Alan Turing en Inglaterra para decodificar los mensajes enviados por los alemanes mediante sus maquinas Enigma. Eran enormes, pesados, lentos, limitados y muy propensos a fallos. Era imposible meter algo así dentro de un misil y pretender que lo guiase a destino. Sin embargo, algunos creían que era posible entrenar animales para llevar a cabo esa tarea.
La idea, aunque hoy pueda parece una locura delirante, era en el fondo muy sencilla. Básicamente, consistía en modificar la cabeza de los misiles disponibles para equiparlos con un compartimiento capaz de alojar a una paloma que haría las veces de piloto. La información del exterior llegaba a los ojos de la paloma a través de una serie de lentes, y los movimientos del animal servían para dirigir el misil. Un psicólogo y autor norteamericano, especialista en conducta y condicionamiento animal, Burrhus Frederic Skinner, estaba a cargo de la parte más delicada del proyecto. Skinner estaba convencido -y los ensayos realizados probaron que estaba en lo cierto- que era posible condicionar el comportamiento de las palomas para que se lanzasen sobre un blanco previamente elegido.
El empleo de animales en el campo de batalla no era algo nuevo. Los soviéticos, por ejemplo, utilizaban los denominados “perros antitanque” para volar por los aires a los carros blindados alemanes durante la misma guerra. Se ha dicho que en la guerra todo vale, y nadie se iba a detener a pensar en el destino de los perros o palomas entrenados para suicidarse contra en enemigo. El Project Pigeon no era la excepción.
Durante las pruebas, la palomas demostraron que eran capaces de utilizar sus picos para golpear diferentes áreas de una “pantalla de control”. Esos picotazos serían las señales encargadas de guiar al misil directo al blanco. En el proyecto participaron varias agencias militares estadounidenses, y es de suponer que se gastaron una buena cantidad de dinero haciendo pruebas. Sin embargo, en 1944 el Proyecto Paloma fue cancelado aduciendo que no podían seguir destinándose recursos valiosos, que podían usarse en otras áreas con mayores probabilidades de éxito. Las palomas respiraron aliviadas.
A pesar de la cancelación del proyecto, se realizaron diversos estudios sobre este tipo de “sistema vivo de control de vuelo” hasta bien entrados los años cincuenta. En esa época, los sistemas de guía inerciales basados en electrónica hicieron que dejase de ser atractiva la idea de confiar el control de un misil a un ave. Sin embargo, la idea de usar animales suicidas en la guerra nunca dejó de ser una alternativa. Por ejemplo, se sabe que se han entrenado monos o delfines para colocar bombas. Parece que la estupidez humana no solo hace que nos matemos entre nosotros, sino que sumemos a la “fiesta” animales inocentes.