Kevin Warwick es un controvertido catedrático de la Universidad de Reading (Reino Unido), especializado en cibernética. Kevin ha ocupado la primera plana de varias publicaciones gracias a algunos implantes de microchips en su propio sistema nervioso (y en el de su esposa) para “interactuar” con dispositivos electrónicos. Asegura que su próxima meta es hacer posible la telepatía.
A la hora de elegir una meta uno no puede autolimitarse. Eso debe ser lo que pensó Kevin Warwick cuando aseguró que, tarde o temprano, lograría construir un implante que nos convierta en telépatas. Este profesor de la Universidad de Reading (Reino Unido) tiene bastante experiencia en este tipo de cosas, ya que desde hace años viene realizándose diferentes tipos de implantes en su sistema nervioso, con el objetivo de mejorar sus capacidades. Todos sus experimentos se encuentran dentro de un marco que él denomina Project Cyborg.
Warwick ha recibido el apodo de “Captain Cyborg” por los periódicos de su país. Comenzó a trabajar en el desarrollo de estos implantes hace más de diez años y, el 24 de Agosto de 1998 se “implantó” un transmisor RFID bajo la piel de un brazo. Este dispositivo, trabajando en conjunto con una interfaz externa capaz de detectar la presencia (o no) de Kevin, le permitía interactuar con puertas, luces, calefactores y otros accesorios, como si se tratase de un control remoto. Era una aplicación interesante, que podía hacer que las luces de la sala se apagasen al salir o que la puerta de su casa se abriese cuando se acercaba, pero realmente no se trataba de nada que no pudiese hacerse con un llavero sin necesidad de implantarse nada. Sin embargo, Warwick siguió avanzando en su proyecto.
La segunda etapa de su plan contó con el apoyo de Mark Gasson y su equipo, también de Reading, con quienes desarrolló una interfaz neuronal compuesta por más de 100 electrodos. El dispositivo fue implantado en el sistema nervioso de Warwick el 14 de marzo de 2002 y fue un éxito. Básicamente, el aparato podía detectar las señales del cerebro de su anfitrión y transmitirlas al exterior. Con su ayuda, Kevin fue capaz de mover a voluntad un brazo robótico utilizando solo su pensamiento. Obviamente, este avance demostró que el proyecto de Warwick era viable y que tenía el potencial de convertirse en una herramienta poderosísima para ayudar a los minusválidos o para mejorar las capacidades naturales de todo el mundo. Solo habría que dejarse clavar 100 agujas en el cerebro para ser un Cyborg 1.0.
Por supuesto, luego de semejante éxito el científico no se detuvo allí. Utilizando su implante y una conexión a Internet, fue capaz de controlar los movimientos del brazo robótico a distancia, que previamente había sido trasladado a la Universidad de Columbia, en Nueva York. En esta fase también se modifico el hardware y software para que Kevin pudiese recibir un “feedback” de los sensores colocados en los dedos del robot. Sentado en la Universidad de Reading podía “sentir” directamente con su cerebro qué era lo que estaba tocando el brazo robot en el otro lado del planeta.
Meses más tarde, Kevin implantó una serie de electrodos en al brazo de su esposa. El dispositivo instalado en la mujer emitía una serie de señales cuando ella movía la mano, y esas señales eran recogidas por el implante de Kevin y enviadas directamente a su cerebro. Mediante una serie de impulsos simples podía comunicarse con ella utilizando una especie de lenguaje telegráfico simplificado. A pesar de lo rudimentario del sistema, fue la primera vez que fue posible interconectar dos sistemas nerviosos humanos. Al fin y al cabo, quizás mejorando las interfaces la telepatía “mecánica” fuese posible.
Warwick continúa con sus experimentos. Además de la telepatía, busca la forma en que sus implantes permitan a las personas expandir sus sentidos para que sean capaces de percibir, por ejemplo, ultrasonidos o acceder a bases de conocimientos simplemente descargando datos desde las bibliotecas. Un sistema de este tipo convertiría en obsoletas muchas de las formas de enseñanza que utilizamos en la actualidad, y haría posible que las personas aprendan idiomas nuevos o expandan su capacidad de memoria hasta prácticamente el infinito, mediante sistemas de almacenamiento externos conectados a sus cerebros. ¿Raymond Kurzweil tendrá razón, entonces?