Se trata del 2008 TC3, un pedrusco de 4 metros de diámetro y unos 80 mil kilogramos de peso que, convertido en una bola de fuego cruzó el cielo antes de explotar a 37 kilómetros de altura sobre el desierto de Nubia (Sudán), el 6 de octubre de 2008. Se trata del primero de estos objetos que es detectado antes de impactarnos, y se pudieron recuperar 47 fragmentos caídos cerca de Wadi Halfa, en norte de Sudán.
Nunca antes se había podido detectar y seguir la trayectoria de un trozo de roca como este antes de que alcanzase la atmósfera terrestre. Douglas Rumble, un geofísico del Instituto Carnegie que ha participado en el trabajo publicado en la última edición de Nature, confirma que “todos los meteoritos han sido observados cuando ya eran una bola de fuego o con una estela de humo cuando cruzaban la atmósfera, pero no antes”. Esto obligaba a los científicos a analizar el espectro de luz que reflejan los trozos recuperados o su composición, para intentar determinar cuál podía ser el origen del meteorito. En esta oportunidad, sin embargo, varios observatorios astronómicos, guiados por la NASA, fueron capaces de seguir la trayectoria del trozo de roca por el espacio y tomar medidas espectrográficas antes de que, 19 horas más tarde, desapareciera en la zona nocturna de nuestro planeta.
El impacto tuvo lugar al norte de Sudán y, gracias a los cálculos efectuados por los laboratorios astronómicos, los científicos pudieron enviar inmediatamente un equipo que se encargase de buscar y recuperar los fragmentos que hubiesen sobrevivido al calor producido por el roce con nuestra atmósfera. Peter Jenniskens, del Instituto SETI en el Centro Carl Sagan (California) y Muawia Shaddan, de la Universidad de Jartúm, fueron los encargados de guiar a 45 estudiantes voluntarios que participaron de la búsqueda en el desierto. Luego de “peinar” una zona de unos 29 kilómetros a la redonda del punto sobre el que estalló el meteorito, los miembros del equipo de rescate recuperaron casi 4 kilogramos de material, dividido en 47 fragmentos. La zona en la que trabajaron se encuentra cerca de la ciudad de Wadi Halfa, en norte de Sudán.
El análisis posterior demostró que todos los trozos de rocas pertenecían al asteroide 2008 TC3. “Logramos comprobar que se trataba de un objeto de un material muy frágil y que los trozos recuperados eran distintos de los que existen en la colecciones actuales”, declaró Jenniskens. Se determinó que el carbono del meteorito había estado sometido a temperaturas mucho más elevadas que otros analizados anteriormente, y en gran parte se había convertido en grafito. También había diminutos diamantes –denominados nanodiamantes– que pueden resultar útiles a la hora de determinar si el calor que experimentó el 2008 TC3 se debió a impactos sufridos cuando la roca espacial formaba parte de un asteroide mayor o a su ingreso a toda pastilla en la atmósfera de nuestro planeta.
La gran mayoría de los meteoritos que llegan a la Tierra son trozos de los asteroides que se encuentran entre las órbitas de Marte y Júpiter. Contienen determinadas proporciones de isótopos de oxígeno que sirven para identificarlos. Todo parece indicar que los fragmentos del 2008 TC3 pertenecen a una rara clase llamada “ureilitas”, cuya procedencia actualmente se desconoce. Los astrónomos suponen que un asteroide llamado 1998 KU2, con un tamaño de unos 2,6 kilómetros, podría ser el cuerpo del que se desprendió el 2008 TC3.
Pero lo que hace realmente único a este trozo de roca espacial es el seguimiento del que fue objeto. “Es la primera vez que se confirma una predicción de impacto en la Tierra”, dice Steve Chesley, del Jet Propulsion Laboratory de la NASA. Eso ha sido posible gracias a la colaboración de astrónomos de todo el mundo, España incluida. De hecho, el análisis de la luz que reflejaba el asteroide se realizó con el telescopio William Herschel emplazado en la isla de La Palma. También se hizo un seguimiento con los telescopios de la Red de Investigación sobre Bólidos y Meteoritos de España, porque en las primeras horas se temió que cayese sobre el sur de la península Ibérica.
"Hasta hace un año no era posible hacer esto. Ahora hay nuevas redes de detección y telescopios que pueden seguir con gran precisión objetos muy débiles que se mueven muy deprisa, como son los cuerpos celestes que se acercan peligrosamente a la Tierra", explica Josep Maria Trigo, del Instituto de Ciencias del Espacio (CSIC-IEEC). Finalmente, explotó a 37 kilómetros de altura, lo que evitó cualquier tipo de desastre al nivel del suelo. De haber soportado mejor el calor, el Evento Tunguska de 1908 podría haber tenido un competidor. Afortunadamente no fue así.