Se calcula que el ser humano libera entre 0.5 y 2.5 litros diarios de gas, en ambas direcciones. El rol natural de las flatulencias para mantener el correcto funcionamiento del organismo no está en duda, sin embargo, existe un pequeño detalle: Cuando el gas es nuestro no resulta tan problemático, pero si proviene de otra persona, es básicamente un arma química de la Primera Guerra. ¿Por qué sucede eso? ¿Acaso nos gustan más nuestras propias flatulencias?
La primera pregunta sobre flatulencias es la más obvia de todas: ¿Por qué ametrallamos a nuestro entorno con gases? En esencia, porque lo necesitamos. El gas intestinal es ingerido (especialmente cuando comemos o bebemos), derivado de su presencia natural en alimentos y líquidos, o el resultado del proceso de fermentación. Para ser precisos, el 74 por ciento del gas pertenece a la producción intestinal endógena (o sea, en nuestro interior), pero el factor más importante detrás de su volumen y composición (que puede variar enormemente) es la dieta: Algunos alimentos son difíciles de procesar, y arrastran un componente mucho más punzante, por así decirlo. Un ejemplo clásico es el de los frijoles, y Men’s Health exploró sus efectos con un simpático vídeo:
¿Nuestros gases huelen mejor?
Sin embargo, esa publicación también instala otra duda, y es que por algún motivo, nuestras propias flatulencias huelen mejor, o son toleradas sin problemas. De acuerdo con Loretta Breuning, autora, profesora y fundadora del Inner Mammal Institute, se trata principalmente de una cuestión de costumbre: La expulsión de gas es diaria, y su olor se vuelve familiar. Al mismo tiempo, explica que el olfato es un mecanismo esencial de supervivencia en la naturaleza. Ante la necesidad de detectar otros olores (piensa en leche, carne o frutas podridas), la respuesta es ignorar los nuestros.
La nutricionista Tracy Lockwood sugiere otro factor, que es el familiar. Ella indica que nuestra capacidad de producir metano (apenas uno de múltiples componentes en el gas intestinal) se basa en la genética, y que los descendientes de «productores de metano» tienen un 95 por ciento de probabilidades de convertirse en productores también. Además, la exposición temprana a esta clase de olores puede llevar al desarrollo de cierta sensación de familiaridad y seguridad.
Ahora, ¿qué sucede si nuestros gases cometen una clara violación del Protocolo de Ginebra? De regreso al primer párrafo, la culpable es nuestra dieta. Lockwood recomienda reducir la cantidad de crucíferos con altos niveles de sulfato, un componente que no suele ser bien absorbido por el intestino, pero si la situación no mejora, la recomendación siempre es consultar a un profesional.
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