Cabellos blancos. Canas. Señal clásica de que estamos avanzando en años… pero la vejez no es la única razón por la que nuestro cabello pierde color. Desde deficiencias de vitamina B12 hasta condiciones poco frecuentes como el síndrome de Waardenburg, la canicie es más compleja de lo que parece. Para entender por completo a esta transformación, es necesario repasar la forma en la que nuestro cabello recibe su color en primer lugar…
¿Algunas canas ya se asoman en tu cabeza? Creo que tenía menos de diez años cuando me salió la primera, pero este último año fue una verdadera explosión. Un poco más viejo, un poco más loco… tiene sentido. Sin embargo, existe una razón científica detrás de ese cambio tan radical. Un mecanismo que altera el funcionamiento «normal» del cabello, para dar lugar a una variante blanca, gris o «plateada». Si quieres saber por qué el pelo se vuelve blanco a medida que envejecemos o caemos en una situación extrema de estrés, primero deberás aprender qué le concede su color original.
La clave es la melanina, una serie de pigmentos naturales presentes en una impresionante cantidad de organismos. La melanina es producida a partir de dos aminoácidos, fenilalanina y tirosina (hidroxilación de la fenilalanina), gracias a un grupo de células especiales llamadas melanocitos, a través del proceso conocido como melanogénesis. Los melanocitos están en todo el cuerpo humano, y su melanina es la responsable por el color en nuestra piel, ojos y cabello. En este último caso, los melanocitos se ubican en los bulbos de los folículos pilosos.
El tipo de melanina define los colores disponibles: Eumelanina, que favorece el negro y los marrones oscuros, y la feomelanina, inclinada hacia tonos rojizos y varios niveles de amarillo. La combinación de melanocitos establece el color de nuestro cabello, y en algunos casos existe una importante influencia a nivel genético. Una vez creada la «fórmula» de melanina, sus gránulos se transfieren a los queratinocitos cercanos, encargados de producir queratina, materia prima del cabello. El queratinocito muere pero retiene la melanina, «imprimiendo» así el color. A medida que la cantidad de melanina disminuye, el pelo se vuelve más gris, mientras que un blanco perfecto simboliza la ausencia total de melanina.
La razón al tope de la lista es la vejez. A medida que pasan los años, aumenta el número de melanocitos inactivos, y la producción de melanina disminuye hasta alcanzar su mínimo absoluto. ¿Por qué? Un estudio proveniente de Harvard que se remonta a principios de 2005 sugiere que una falla en las células madre de los melanocitos es la causa. En 2009 se sumó otro estudio europeo, indicando que los folículos producen cantidades muy pequeñas de peróxido de hidrógeno (la clásica «agua oxigenada»). Ahora, se supone que ese peróxido es neutralizado por la enzima llamada catalasa, pero nuestro envejecimiento también reduce su producción. El peróxido se acumula, bloqueando la creación de melanina.
A esto se suman defectos genéticos, una producción hormonal anormal vinculada a picos de estrés, distribución deficiente de melanina a través del cuerpo, e incluso factores climáticos (contaminación, tóxicos y químicos locales). El enlace entre el cabello blanco y el estrés ha sido de especial interés para los científicos. En 2011, el bioquímico Robert Lefkowitz (premio Nobel de Química 2012) descubrió junto a su equipo un mecanismo que podría explicar por qué el estrés vuelve blanco al cabello.
El estrés libera neurotransmisores asociados a la «Reacción de lucha o huida». En situaciones normales esto es bueno y dura poco tiempo, pero si se extiende demasiado… comienza a dañar el ADN. El grupo de Lefkowitz demostró que ese daño acelera el envejecimiento y el crecimiento de tumores, aumenta el riesgo de abortos espontáneos y condiciones psiquiátricas… y nuestro cabello termina blanco. La combinación y la intensidad de todo lo que hemos mencionado aquí definen la velocidad de la transformación. En otras palabras: Si estamos más locos de la cuenta, el blanco brotará.