Viajemos por un momento a fines del siglo XIX. No era una época particularmente desarrollada en materia de medicina, y estas deficiencias podían ser observadas sin atenuantes en campos específicos como el de la salud mental. Sin embargo, el trabajo de Dorothea Dix al otro lado del Atlántico llevó a la creación de los primeros asilos, y detrás de ellos había un hombre, el doctor Thomas Story Kirkbride, quien creía en la arquitectura como elemento fundamental para el tratamiento de los enfermos mentales…
Lo hemos visto hasta el cansancio en series y películas: Si una persona sufría alguna enfermedad mental en el 1700 o el 1800, básicamente terminaba encerrada en un sótano o una cárcel, bajo condiciones inhumanas. La posibilidad de una cura o un tratamiento ni siquiera era tomada con seriedad. De hecho, la creencia general sostenía que el propio enfermo tenía la culpa de su condición, ya que había sido «abandonado por Dios», «poseído por demonios», o cometido un acto atroz que lo llevó a esa situación.
Pero mucho cambió al otro lado del charco cuando Dorothea Dix expuso el maltrato generalizado hacia los enfermos mentales, con crudas descripciones de pacientes desnudos, encadenados, encerrados en jaulas y corrales, golpeados y sometidos a latigazos. La situación de los enfermos debía cambiar, y eso requería nuevos espacios, especialmente preparados. De ese modo llegamos al Plan Kirkbride, diseñado por el doctor Thomas Story Kirkbride.
En esencia, el doctor Kirkbride creía en el concepto de «Tratamiento Moral», o sea, que el encierro permanente no era la solución. El entorno de los pacientes, su exposición a la luz solar y al aire fresco eran cruciales para su correcto tratamiento, y aplicó a la arquitectura como recurso terapéutico.
El Plan Kirkbride visualizaba a los asilos siguiendo un patrón de «murciélago», de modo tal que cada uno de los pabellones (entre seis y ocho), las habitaciones y sus pasillos recibieran la misma cantidad de aire y luz solar. Los pacientes eran separados por género y condición general: Los casos más serios ocupaban los extremos de los pabellones, y a medida que mejoraban, eran reubicados más cerca de la salida.
Las construcciones finales sólo pueden ser descritas como palacios, repletos de amplios espacios verdes orientados al ejercicio y el contacto con la naturaleza a través de granjas e invernaderos. Kirkbride no había dejado ningún detalle al azar, y documentó su proceso en el texto «On the Construction, Organization, and General Arrangements of Hospitals for the Insane With Some Remarks on Insanity and Its Treatment».
La exigencia técnica de dicho texto es impresionante, con Kirkbride recomendando materiales de construcción, pinturas y colores, técnicas para suprimir malos olores, el tipo de «perfil» que debía poseer el personal, y hasta sus salarios. El funcionamiento del asilo necesitaba seguir los parámetros de una «familia Victoriana», incluso compartiendo almuerzos y cenas, con el doctor en una cabecera de la mesa, y la jefa de enfermeras del pabellón en la otra.
En 1840 había solamente 18 asilos en los Estados Unidos. Hacia 1880, eran 139. El Plan Kirkbride había sido un éxito. Los asilos-estilo-Kirkbride se transformaron en símbolos de progreso, e incluso algunos terminaron en estampillas y tarjetas postales. Sin embargo, los problemas comenzaron a brotar. Kirkbride insistía en que un asilo no podía tener más de 250 pacientes a la vez, pero una nueva reglamentación llevó el máximo a 600, claramente con objetivos recaudatorios.
El Hospital Buffalo en el estado de New York terminó siendo tan grande, que su construcción tardó veinte años. Constantemente faltaban asistentes y enfermeras, pero había algo más, un «problema» que alcanzaba a todos los Kirkbrides: Los pacientes no se iban.
La idea era que permanecieran allí no más de un año. Kirkbride dijo que su asilo en Philadelphia registra una tasa de pacientes curados del 80 por ciento. Otros superintendentes informaban porcentajes aún mayores, pero no existía un estándar sólido en la documentación. La verdad al final del día era que si un Kirkbride se llenaba, así se quedaba.
Aquellos pacientes que podían pagar un entorno mejor fueron derivados a hospitales privados, mientras que los Kirkbrides, símbolos de orgullo y progreso en su momento, se volvieron refugios de emergencia para pacientes pobres e indigentes. A mediados del siglo XX, los asilos terminaron colapsados. Los nuevos edificios eran prisiones virtuales, exactamente lo que Kirkbride quería evitar. En los años ’60 se prohibió que los pacientes psiquiátricos trabajaran, y la «desinstitucionalización» de los años ’70 fue el último clavo en el ataúd. Hoy, muchos Kirkbrides se encuentran abandonados, pero en cierto modo conservan la visión del doctor, y algunos lograron ser reutilizados, aunque sea de forma parcial.
(De nuestros archivos, publicada originalmente en diciembre de 2019, con algunas ediciones, y una fotografía de Dorothea Dix)
Fuente: 99% Invisible