Es evidente que la voracidad con la que consumimos los recursos del planeta, y la forma en que los residuos de nuestra actividad industrial destruyen el medio ambiente, podría hacer que para el 2030 la humanidad necesite un segundo planeta para sobrevivir. La Tierra, por sí sola, resultaría insuficiente para proveer a todos sus habitantes de los recursos que necesitan para vivir.
El último informe bienal presentado por la ONG ecologista WWF advierte que, para satisfacer su demanda de productos y servicios, la humanidad podría necesitar en 2030 un segundo planeta.
El documento, titulado "Planeta Vivo", señala que la ya tristemente famosa “huella ecológica” que imprime la humanidad a su paso (esto es, la presión que ejerce sobre los recursos vivos o no renovables de la Tierra) supera en un 30% a su capacidad de regeneración. No hace falta ser un genio para darse cuenta de que si las condiciones de explotación del planeta no varían, estaremos frente a un problema muy grave.
Esta sobreexplotación, que va en constante aumento, provoca la destrucción de innumerables ecosistemas, a la vez que aumenta la acumulación de residuos y subproductos industriales contaminantes en el aire, el agua y la tierra. Es decir, estamos consumiendo más de lo que podemos producir, a la vez que contaminamos el planeta. Se trata de una verdadera receta para el desastre.
Para entender qué es lo que le pasa a la Tierra, se puede dar un ejemplo a una escala más pequeña. Supongamos que, en lugar de un planeta con casi 7 mil millones de personas, tenemos solo una pequeña granja, habitada por 7 personas. Si cada año los granjeros consumen más animales y semillas de las que destinan a la reproducción de esos mismos productos, es fácil ver que si bien hoy tienen satisfechas sus demandas alimenticias, el próximo año pasarán hambre.
Multiplica el problema por mil millones, y tendrás una idea de su envergadura. Como si su actitud no fuese lo suficientemente suicida, nuestros granjeros además contaminan su terreno con desperdicios no biodegradables, talan árboles y no los reponen, contaminan su estanque, etc. Está claro que, si no cambian su forma de proceder, pronto necesitarán otra granja para vivir.
El problema es que no disponemos de un planeta de repuesto que pueda aportar todo lo que no nos brinde este. Y estamos hablando del año 2030, es decir, se trata de una crisis que afectará directamente nuestras vidas y la de nuestros hijos. Es evidente que se necesita tomar medidas hoy mismo. La pregunta del millón es ¿estamos dispuestos a cambiar nuestros hábitos personales para proteger el planeta? Si tenemos en cuenta que ya hay al menos cincuenta países que sufren la escasez de recursos hídricos, centenas de millones de personas con hambre, y un aumento constante de la temperatura de nuestro planeta debido a la actividad humana, la respuesta lógica no puede ser otra que un rotundo “sí”. Pero, ¿es sí?