Nuestro genoma contiene un buen porcentaje de trozos que se encuentran inactivos, tramos que los científicos denominan “ADN basura”. Sin embargo, a pesar de su despectivo nombre, parece que estas secuencias en nuestros genes podrían tener la clave para derrotar el SIDA. Si lográsemos reparar esos “fallos evolutivos” seríamos inmunes al VIH y otras enfermedades. La buena noticia es que parece que es posible, gracias a una proteína llamada retrocyclin.
Tan pronto como se comenzó a trabajar sobre la secuenciación de los cromosomas que componen el ADN humano, quedó claro que la mayor parte de nuestro genoma estaba formado por largas secuencias que carecían –aparentemente- de significado. Estos trozos se repetían una y otra vez, a lo largo de miles de nucleótidos. A falta de un nombre mejor, los científicos comenzaron a referirse a estos pedazos de genoma como “ADN basura”. Aunque parezca increíble, aproximadamente el 98.5% de nuestro genoma esta compuesto por cadenas de este tipo, y solo el 1.5% restante corresponde a secuencias capaces de codificar genes humanos.
De ese gran porcentaje, aproximadamente la mitad corresponde a transposones. Los transposones son secuencias repetitivas, que según las teorías más aceptadas proceden de retrovirus ancestrales que invadieron a un remoto antepasado de los vertebrados actuales hace centenares de miles de años. Estos pedazos de ADN extraño –pertenecientes a virus antiquísimos- se incorporaron a lo que luego serian los humanos, desde los comienzos de nuestro linaje evolutivo. Estas cadenas tienen la particularidad de que son capaces de saltar de un lado a otro del genoma durante la recombinación genética que tiene lugar durante la división celular. No hace mucho se demostró que una de cada diez veces que esto ocurre, algún transposón modifica el ADN que se encuentra en sus inmediaciones, ya sea arrastrando un gen codificador de un cromosoma a otro, partiéndolo en dos o haciendo que desaparezca del todo. Cuando esto sucede en una célula somática, pueden ocurrir mutaciones que activen un oncogén, evento que casi siempre termina desencadenando uno de los muchos tipos posibles de cáncer.
Pero lo interesante de esto es que a menudos esos “errores” ocurren en las células germinales, y los cambios se transmiten a los hijos del individuo “defectuoso”, quienes heredan esas mutaciones. Este mecanismo se considera en la actualidad como uno de los motores de la evolución, por lo que el “ADN basura” es en realidad un engranaje de la maquinaria evolutiva. Obviamente, estos cambios no siempre son perjudiciales: también suelen brindar determinadas características útiles. Siendo estrictos, podemos decir que somos lo que somos gracias a los transposones. Y para terminar de reivindicar ese 98.5% de nuestro genoma, un grupo de científicos dirigidos por Nitya Venkataraman y Alexander Colewhether aseguran que dentro de toda esa sopa de genes, procedentes vaya a saber uno de qué extraños virus, puede estar la clave para derrotar al SIDA.
En un artículo, publicado en PLoS Biology, Venkataraman y Colewhether explican cómo podríamos aprovechar la “experiencia” codificada en esos trozos de ADN para crear la primera vacuna absolutamente efectiva contra el SIDA. Algunas clases de monos –parientes evolutivos cercanos del hombre- poseen inmunidad contra el VIH, gracias a una proteína llamada retrocyclin, que evita que el virus pueda atravesar las paredes de las células para utilizar su maquinaria reproductiva y dar comienzo a la infección. Desafortunadamente, en algún momento de la historia del hombre ese trocito de ADN se fue al demonio culpa de los transposones, y pasó a formar parte del mal llamado ADN basura.
Los científicos se proponen reparar ese error, buscando la manera de eliminar esa mutación desfavorable y conseguir que el gen en cuestión pueda comenzar la fabricación de la proteína “anti SIDA” de nuevo. Los investigadores creen que esto podría ser una forma viable de que los seres humanos nos convirtamos en inmunes a las infecciones por el VIH. Habría que crear alguna clase de terapia genética que repare los genes de la generación actual, y nuestros descendientes heredarían la mutación.
Pero lo interesante del descubrimiento es que de la misma forma que se han encontrado con este “fósil genético” dentro de nuestro ADN, podrían buscarse otras características útiles que por algún motivo fueron descartadas durante la evolución del hombre. Quién sabe, quizás en algún rincón de nuestro genoma esté la clave para vivir 800 años.