El cambio climático se hace más notable cada día. La temperatura del planeta sigue subiendo, y los ingenieros se devanan los sesos buscando formas de revertir el proceso de recalentamiento global. Una de las últimas ideas en danza consiste en construir unos dos mil barcos capaces de convertir agua de mar en nubes, y ponerlos a navegar sobre el océano pacifico. El vapor de agua en la atmósfera debería reflejar la suficiente luz solar como para mantener fresco el planeta. ¿Funcionaría una cosa así?
Las ideas para combatir el cambio climático se multiplican como si fuesen conejos. Algunas tienen bastante sentido, sobre todo las que implican el uso de energías limpias y renovables, y otras son bastante más atrevidas, como esa de enviar el CO2 al espacio. Un nuevo proyecto, fruto de los más prestigiosos cerebros del Copenhagen Consensus Center (CCC), le encuentra una vuelta de tuerca original al asunto. Básicamente, el CCC aconseja construir una gran flota de barcos que naveguen, de forma automática, una y otra vez a lo largo del Océano Pacifico. Estos barcos, mediante una especie de motor eólico, convertirán el agua de mar en nubes destinadas a opacar el brillo del Sol, reflejando luz hacia el espacio.
Según David Young, miembro de la organización que ha propuesto está idea, “cuando inyectamos un spray de agua salada en la atmósfera estamos creando núcleos sobre los que se condensan las moléculas de agua, creado grandes y pesadas nubes, sobre las que se reflejaría la luz del sol devolviéndola al espacio”. Dicho así, parece fantástico y hasta viable. El sistema tiene un mogollón de ventajas, una de las más importantes es que el proyecto no implica “sembrar” la atmósfera con alguna sustancia química destinada a atrapar el CO2, que en el futuro se pueda convertir en un problema: solo se trata de vapor de agua. Además, los 1900 barcos imaginados por CCC no serían contaminantes, ya que utilizarían el viento para propulsarse, utilizando un sistema de fuerza aerodinámica rotatoria (que no se ha usado en navegación en los últimos 80 años) llamado “efecto Magnus”. Este efecto fue observado por primera vez por Isaac Newton, al ver cómo los jugadores de tenis hacían girar la pelota para cambiar su trayectoria en el aire con cada golpe de su raqueta.
Utilizar de la forma más efectiva los escasos recursos que dedican los gobiernos a combatir el flagelo del calentamiento global es casi un arte. Y fijar una agenda de trabajo con plazos razonables resulta indispensable. A veces, parece que todas las ideas propuestas estarán maduras o serán viables cuando la Tierra se parezca más a un horno que a un planeta habitable. Al respecto, Brian Launder y Michael Thompson, científicos de las Universidades de Manchester y Cambridge, respectivamente, dicen que “existe la creciente sensación de que los Gobiernos están fallando en afrontar la urgencia de poner en marcha medidas que logren que nuestro planeta alcance un equilibrio seguro. Las cifras sobre la reducción de emisiones de carbono simplemente no tienen sentido y debemos considerar otras opciones, como la geoingeniería”. Este proyecto, claramente, se encuentra dentro de ese grupo de soluciones.
Stephen Salter, de la Universidad de Edimburgo y coautor de la propuesta, asegura que “el resplandor de estas blancas nubes marinas podría enfriar el planeta en grado suficiente para compensar calentamiento”. Disminuir la cantidad de energía solar que llega a la Tierra en sólo 3,7 vatios por metro cuadrado, mantendría estables las temperaturas globales al menos hasta 2050. No parece algo demasiado complicado de lograr, sobre todo si tenemos en cuenta que esa cifra es poco más del 1% de los 340 vatios de calor por metro cuadrado que -en promedio- aporta el Sol.
Sin embargo, puede que el asunto no sea tan simple. Muy cerca de la Tierra tenemos un perfecto ejemplo de cómo las nubes, lejos de “refrescar” el planeta, pueden convertirlo en un hermoso invernadero. Venus, el segundo planeta del sistema solar, es considerado a menudo como el planeta gemelo de la Tierra. En algunos aspectos son muy semejantes, pero nuestro vecino soporta temperaturas diurnas tan altas (desde unos 120 ºC hasta más de 470 ºC,) que son suficientes para fundir metales como el plomo. Las responsables de este efecto son, nada más ni nada menos, que las espesas capas de nubes que cubren el planeta. Por supuesto, la composición de la atmósfera de Venus es muy diferente a la terrestre, ya que posee (por ejemplo) una elevada cantidad de dióxido de carbono y ácido sulfúrico.
Es posible que el comportamiento de la mecánica atmosférica de Venus no sea exactamente el mismo que el de las nubes de agua de mar propuestas por el CCC, pero se trata de un excelente recordatorio de lo que nos puede pasar si no vamos con mucho cuidado. A veces, el remedio puede resultar peor que la enfermedad.