Pero no se trata un viaje al pasado mediante complejos sistemas electrónicos. Hablamos de una máquina que diseñaron en aquellos lejanos años, que hoy nos parece un mastodonte antediluviano pero que, sin embargo, inventó la esencia funcional de lo que conocemos hoy por Twitter. En el fondo, sí que es un viaje en el tiempo, pero desde otro punto de partida.
“El pasado es la única cosa muerta cuyo aroma es dulce”, dijo el escritor británico Eduard Thomas. Los que ya tenemos una edad observamos, desde el cómodo sillón de la experiencia, cómo todas las cosas son cíclicas. Las modas, las guerras, las actitudes, las conductas e incluso las emociones, vuelven una y otra vez a su lugar de origen, aunque en cada ocasión añaden un matiz que las diferencia de las demás y las hace únicas. A Neoteo le gusta hablar del futuro pero también sentimos placer cuando rememoramos el pasado y nos asombramos contemplando las imágenes que proyectan las cosas que han formado nuestro presente. Echamos la vista atrás y nos sonreímos con aquellos primeros juegos mecánicos, ahora arcaicos, pero que antaño formaban parte de nuestra vida. Miramos revistas de aquellos entonces y el color sepia de los años gastados nos traen recuerdos de un tiempo en que no existía lo digital y la palabra clave de entonces era “analógico”, incluso para los robots. Y cuando obtienes una perspectiva amplia gracias(o por culpa) a la edad, puedes contemplar con asombro los giros en espiral que van dando los acontecimientos. Todo se mueve y sin embargo, todo permanece, como el agua de un río.
Hoy día, legiones de jóvenes internautas se sumergen en la cuarta dimensión del esparcimiento digital. Internet ha conformado un espacio de ocio tan complejo que se está convirtiendo en una especie de segunda vida para los usuarios. Las Redes sociales ofrecen unas posibilidades de comunicación extraordinarias, potenciadas más si cabe por la propia ansia humana de intercambiar emociones o información. Sitios como Twitter, han alcanzado unos resultados impresionantes en cuanto al número de visitas que soportan. Su característica diferencial con respecto a otros sitios radica en que sólo se pueden escribir 140 caracteres. A partir de ahí, las posibilidades son inmensas. Te puedes conectar desde cualquier lugar que disponga de Internet y publicar tus mensajes a una vasta comunidad que te escucha aunque inicialmente se supone que tus escritos están pensados para unos pocos. Ese micromundo digital no es más que una proyección resumida de lo que acontece en el devenir de la sociedad. Precisamente por eso ha tenido tanto éxito.
Sin embargo, queridos amigos, Twitter ya fue inventado en el año 1935. Evidentemente, no como el espacio virtual que es hoy día, pero sí como principio de funcionamiento basado en una entidad física. En aquellos entonces, pocos habrían pronosticado en lo que se convertiría ese armatoste de metal, pero la filosofía que animaba aquella máquina era la misma que la que dirige hoy al Twitter cibernético. Nació en Inglaterra, en el año 1935 y los británicos la llamaron el “Notificador”. No es que fueran muy ingeniosos con el apodo, pero en aquellos tiempos de incipiente explosión tecnológica, el artefacto les debió parecer asombroso. Fue instalada en calles, tiendas, estaciones de ferrocarril y en muchos lugares públicos para que la gente pudiera comunicarse con facilidad.
La máquina se parecía a una expendedora de refrescos actual. Una gran caja de metal, más alta que un hombre y algo más ancha también. Allí podías escribir tu mensaje en una notita en una tira de papel continuo que subía en cuanto le echas una moneda al aparato. El mensaje se posicionaba en el frontal y allí permanecía durante 2 horas para que otras personas pudieran leerlo. No hablamos de mucho tiempo, pero se supone que aquella vieja Twitter estaba diseñada para mensajes urgentes y actividades de carácter funcional. Si en la época actual tuviéramos que “echar una moneda” cada vez que dejamos un mensaje en alguna de las redes sociales, vaya negocio para las compañías. No parece que el “Notificador” tuviera gran impacto en la sociedad de entonces, pero como predicción para lo que sucedería en los años venideros no tiene precio. Si es que, como decía Clarke, “El futuro no es lo que solía ser”.