La definición formal de nostalgia nos habla sobre un sentimentalismo por el pasado, la idea de «aquellos buenos días», o que «todo era mejor antes». Sin embargo, esa misma definición ha cambiado con el paso de los siglos. Sus raíces fundamentales griegas indican «nóstos» y «álgos», una morriña desesperante… el deseo de volver a casa. Y cuando los médicos identificaron a la nostalgia por primera vez, concluyeron que sus efectos podían ser mortales si no se la trataba de inmediato…
La historia comienza con una joven lechera suiza que cayó de una pendiente en 1688. Fue llevada al hospital, permaneció inconsciente varios días, los médicos la atendieron, y su físico mejoró gradualmente. Sin embargo, todo lo que hacía cuando estaba despierta era permanecer sentada en su cama, rechazando comida y medicamentos. Lo único que repetía era «Ich will Heim», «Quiero volver a casa». Una vez que sus padres la retiraron del hospital y regresaron al hogar, su recuperación fue total.
Esa joven fue una de las primeras en ser diagnosticada con «nostalgia», término creado por el doctor Johannes Hofer, quien ya había identificado a este trastorno entre mercenarios suizos. Esos soldados compartían con desesperación su deseo de volver a casa, y al presentar su tesis, Hofer habló de la nostalgia como un «amor patriótico patológico», una «morriña intensa y peligrosa». Tristeza y depresión, una enfermedad de desplazamiento.
Nostalgia, la distancia que mata
Convencido de que los expertos en salud no le habían dado la suficiente atención, Hofer comenzó a trabajar identificando los principales síntomas de la nostalgia: Tristeza permanente, fijación en la tierra de origen, pérdida de sueño, «estupidez de la mente», baja tolerancia frente a bromas o injusticias, pérdida de fuerzas, problemas de visión y oído, fiebre, pérdida de apetito y rechazo a la bebida. Estos últimos puntos eran los que convertían a la nostalgia en una condición potencialmente mortal.
Hofer también notó que los más afectados eran jóvenes y adolescentes enviados a tierras extrañas. Entre sus recomendaciones indicaba ajustes en la dieta, baños calientes, «cambios de circunstancias», ejercicio al aire libre y socialización, dejando los tratamientos más extremos (sangrados y purgantes) para casos avanzados. Si nada de eso funcionaba, la única opción era regresar a su hogar, pero si su situación no lo permitía (como ser miembro del ejército o en algún rol de servicio)… las consecuencias podían ser fatales.
En un principio, la nostalgia mantuvo una fuerte asociación con el territorio suizo. Un doctor alemán llegó a culpar al «aire de los Alpes», sugiriendo que los suizos estaban tan acostumbrados a la atmósfera de su hogar que no podían respirar en otras regiones. Otro especialista, Albrecht von Haller, vinculó a la nostalgia con cambios de altitud, y recomendó que los enfermos fueran colocados en torres.
Con el paso del tiempo, las hipotéticas fronteras de la nostalgia se disolvieron. Abandonó las montañas para instalarse en Estados Unidos, Francia, y las colonias europeas. Más de 5.000 soldados fueron diagnosticados con nostalgia durante la Guerra de Secesión. El último muerto confirmado «por nostalgia» fue un soldado estadounidense combatiendo en el Frente Occidental en 1918, pero ya en aquel entonces, la comunidad científica veía a la nostalgia de otra manera. Había dejado de ser una enfermedad mortal, para convertirse en una condición de la mente… sin embargo, eso no significa que no merezca nuestra atención.
Fuente: History Today