Un informe generado en el Instituto Tecnológico de California demuestra que las estimaciones actuales sobre la cantidad de combustibles fósiles –especialmente carbón- disponible en el planeta son muy inferiores a lo que se creía hasta ahora. Si están en lo cierto, nos encontramos frente a una crisis energética sin precedentes. ¿Estamos preparados para afrontarla? Tenemos tiempo hasta 2025.
Parece que las estimaciones disponibles sobre las reservas de combustibles fósiles no eran del todo correctas. En especial, la cantidad de carbón que suponíamos que teníamos a nuestra disposición –y que para muchos especialistas debían proporcionarnos energía durante alguno cientos de años- es muy inferior a lo reportado. Tanto que, según el informe del Instituto Tecnológico de California, para el 2025 podríamos llegar a un punto en que la cantidad de toneladas métricas extraídas comiencen a disminuir.
La bomba ha sido arrojada por David Rutledge del Instituto Tecnológico de California, y varios especialistas reconocen que los datos en que se han basado las estimaciones son correctos. Rutledge y su equipo analizaron los patrones de producción de carbón de cinco regiones del mundo -Pennsylvania, Francia, el Valle del Ruhr en Alemania, el Reino Unido y Japón – cada uno de los cuales está produciendo menos del diez por ciento de sus niveles máximos. Los principales países productores de carbón, como China, los Estados Unidos y Australia, tienen reservas suficiente para mantener funcionando sus usinas eléctricas durante algunas décadas más (al menos si siguen consumiendo anualmente lo mismo que ahora). Esto es mucho más de lo que se puede esperar del petróleo, recurso que todos coinciden en señalar se agotará bastante antes de fines de siglo.
David Rutledge encontró que, en cada una de las regiones en que el carbón se ha agotado, la producción ha seguido una curva en forma de campana. Luego de una pequeña producción inicial se produce una rampa empinada hasta alcanzar una meseta con valores de producción cercanos a los niveles máximos y, a continuación, un descenso constante hasta que el carbón se agota. Cuando se superponen estas gráficas con los sitios que actualmente están siendo explotados en todo el mundo, se obtienen resultados sorprendentes: mientras que el grupo de Naciones Unidas de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por Intergovernmental Panel on Climate Change) estima que la máxima cantidad de carbón extraíble es de unos 3.400 millones de toneladas, los cálculos de Rutledge sugieren sólo 666 millones de toneladas.
El problema con la estimación del IPCC es que asume como “reservas” a todo el carbón que se encuentra en la corteza terrestre, pero solo una pequeña fracción de ese recurso es fácilmente extraíble, Más de la mitad, de hecho, puede resultar imposible de minar. El estudio demuestra que históricamente los gobiernos nacionales en las cinco regiones productoras de carbón han sobreestimado sus reservas en un factor de cuatro veces.
Un análisis apresurado de la situación puede hacernos creer que, en realidad, esto no es malo. Al fin y al cabo, estamos tratando de encontrar la forma de disminuir radicalmente la cantidad de CO2 que emitimos a la atmósfera, y dejar de quemar carbón como locos podría ser una medida muy eficiente para lograrlo. El problema es que si, tal como predice este científico, la producción comienza a mermar hacia 2025, la humanidad no tendrá lista una fuente de energía alternativa. La demanda de electricidad crece sin cesar todo el tiempo, y gran parte del consumo proviene de centrales eléctricas cuyo funcionamiento está garantizado por las reservas de carbón. Si este se agota, nos quedamos sin energía. Así de simple.
Las alternativas, básicamente energía solar o eólica, parecen estar siempre a punto de convertirse en un hecho, pero lo cierto es que salvo honrosas excepciones, el porcentaje de energía generada por estos medios es ridículo. La energía nuclear, una de las alternativas mas probables, no cuenta precisamente con el beneplácito de la población, que se resiste a tener una potencial fuente de desastre instalada cerca de su casa (o en Ártico, si vamos al caso).
Todas las demás propuestas, desde el aprovechamiento de las mareas mediante gigantescas serpientes metálicas hasta la recolección de energía en el espacio para irradiarla hacia la Tierra, no terminan de ponerse en práctica. Parece que la teoría es muy buena, pero a la hora de convertir estos proyectos en algo concreto, los plazos se alargan indefinidamente. Quizás esto ocurra porque tenemos carbón barato para quemar, y cuando el precio de este recurso se vaya a las nubes alguna fuente de energía nueva aparezca para reemplazarla. Pero con los números de Rutledge y su equipo sobre la mesa, parece que no podemos dormirnos en los laureles. Si lo hacemos, podemos entrar en una verdadera recesión energética, cuyos efectos sobre la vida cotidiana y la economía son impredecibles.