La informática también tiene lugar para el humor, de eso no hay dudas. Pero como suele suceder en otros tantos casos, el humor es mejor cuando resulta espontáneo, inocente y sin elementos artificiales en el medio. Tanto nosotros en NeoTeo como en tantos otros sitios colegas tratamos de combatir el desconocimiento sobre la informática día tras día, pero aparentemente estamos luchando una batalla perdida. Sólo escuchen a esta mujer llamando a su soporte técnico, para quitar a nada menos que Google Pac-Man del navegador. Sí, de verdad.
Hemos escuchado toda clase de historias. La bandeja de la unidad óptica como posa-vasos, el ordenador que no funciona porque no está conectado a la red eléctrica, o el clásico “no encuentro la tecla ‘cualquiera'”, inmortalizado por el gran filósofo Homero Simpson. Muchos de nosotros hemos nacido con la informática, por lo que la consideramos como algo elemental. Conocemos sus simplezas y sus complejidades, abrazamos lo nuevo y tenemos respeto por lo antiguo. Estudiamos cada uno de sus aspectos, y hacemos lo posible para mejorarla. Pero de la misma forma en que consideramos a la informática algo natural, para muchas personas, y quiero hacer un especial énfasis en la palabra “muchas”, la consideran algo antinatural. Son incontables los que aún prefieren el lápiz y el papel, la calculadora en el bolsillo y la pluma de fuente. Y no se trata de que rechacen a la informática: Simplemente no pueden absorberla. Muchos lo intentan, y respetamos su determinación. Un simple ejemplo: El padre de una amiga mía, con unos buenos sesenta años en su haber, decidió que debía aprender AutoCAD porque lo ayudaría en su trabajo. Ya lleva dos años especializándose en ese programa, y creo que jamás podré tener un nivel similar al que este hombre ha alcanzado. Algunos progresan más rápido que otros, y entre los intentos, surgen estas situaciones únicas que, con la velocidad que posee la informática de hoy, recorren el globo en tiempo récord. Sólo escuchen el siguiente diálogo:
Si no pudieron captar los pormenores de la conversación, una mujer a quien fácilmente se asume como de edad avanzada, llama al soporte técnico y es atendida por Brian, el recepcionista de turno. El problema de la mujer, presentado con una seriedad y gravedad considerable, está relacionado con el Doodle que la gente de Google colocó en su portal de búsquedas festejando los treinta años del Pac-Man. Básicamente, la señora le solicita a Brian que le explique la forma de “deshacerse de él”, porque el ruido del juego está interfiriendo con el vídeo de un sitio en línea que enseña a la gente cómo hacerse millonaria en Internet (¡!). Es evidente que Brian hace todo lo posible por contener las carcajadas, pero en un acto de profesionalismo que podría considerarse heroico en estos días, pasa a explicarle a esta mujer que tiene varias pestañas abiertas con el sitio de Google (y por ende, el Doodle del Pac-Man), y que sólo debe cerrarlas para quitar el juego. También le explica que el juego desaparecerá al día siguiente, cosa que no sucedió del todo.
Lo que debemos hacer ante algo como esto es tomar el rol de Brian. Uno espera recibir llamadas que están dentro de ciertos parámetros, y que pueden tener una solución directa o no, dependiendo de la complejidad técnica que amerita la situación, ¿pero alguien puede realmente imaginar el rostro del tal Brian cuando esta señora le dijo que quería quitar el Pac-Man de su navegador? ¿Alguien puede visualizar el rictus deformado, los labios torcidos y las gotas de saliva que se escapan de la boca, en un inútil intento por no explotar de la risa? Debemos admitir que Internet puede ser cruel si no se está a la altura de las circunstancias. Pero fundamentalmente, puede ser crueles con nosotros, porque si siguen surgiendo situaciones como esta, escupiremos los pulmones de tanto reír.