Muchos no conocen la existencia del misterioso libro escrito hace unos 500 años por un autor anónimo, utilizando un alfabeto aún no identificado y un idioma incomprensible, al que los expertos refieren como “voynichés”. El texto, de unas 240 páginas con ilustraciones, ha mantenido a los mejores criptógrafos del mundo ocupados durante décadas, sin que se haya logrado determinar a ciencia cierta si se trata de una genialidad o de un elaborado fraude.
El denominado Manuscrito Voynich debe su nombre al especialista en libros antiguos Wilfrid M. Voynich, quien lo adquirió en 1912. Actualmente el original descansa en la Biblioteca Beinecke de libros raros y manuscritos de la Universidad de Yale. Ha sido sometido, a lo largo de su existencia de más de quinientos años, a intensos estudios por parte de numerosos criptógrafos profesionales y aficionados, entre los que se destacan varios de los especialistas estadounidenses y británicos que lograron descifrar infinidad de códigos enemigos durante la Segunda Guerra Mundial. Se trata de un texto escrito en un lenguaje desconocido, de unas 240 páginas de extensión. El soporte utilizado para el texto es el pergamino, cuya antigüedad es, sin dudas, de unos cinco siglos. Acompañando al texto, pueden verse una serie de dibujos de especies animales (humanos desnudos incluidos) y vegetales, muchos de los cuales son imposibles de identificar por los biólogos y botánicos.
Se ha determinado que el autor utilizó una pluma de ave para escribir el texto y dibujar las figuras con pintura de colores. También que el texto es posterior a las figuras, dado que a menudo el texto aparece sobre el borde de las imágenes, algo que no ocurriría si éstas hubiesen sido añadidas posteriormente. Basándose en estas imágenes, los estudiosos han dividido el libro en seis "secciones": Herbario (una especie de catálogo de especies vegetales), astronomía (con diagramas circulares, soles, lunas y estrellas) biología (con figuras de pequeñas mujeres desnudas), cosmología (con diagramas de naturaleza desconocida), farmacia (con dibujos de planta, raíces, hojas y objetos similares a jarras farmacéuticas) y recetas (con presuntas instrucciones para elaborar algún producto químico o alquímico). Como puede verse, las 240 páginas del texto no carecen de los condimentos necesarios para abonar el misterio.
Todo esto ha hecho que muchos defensores de las teorías conspirativas, lo paranormal y otras pseudociencias, le atribuyan a este manuscrito atributos que, con seguridad, no posee. Pero lo que es cierto es que todos los expertos que han “atacado” el texto con intenciones de obtener algo coherente de él no han conseguido descifrar una sola palabra. Estos fracasos han hecho del Manuscrito Voynich una especie de Santo Grial de la criptografía histórica. No obstante, algunos estudiosos lo consideran un elaborado engaño, siendo el libro simplemente una secuencia de símbolos al azar sin sentido que, por supuesto, resulta imposible de traducir a una lengua actual.
Hay, sin embargo, un detalle que hace pensar que no se trata de un fraude. El texto presuntamente cifrado cumple con la ley de Zipf, cuyo enunciado asegura que en cualquier lenguaje conocido la longitud de las palabras es inversamente proporcional a su frecuencia de aparición. Es decir, cuantas más veces aparece una palabra en un idioma, menos letras tiene. Es algo bastante lógico, ya que esto proporciona “economía lingüística”. Si las palabras que más utilizamos son más cortas, requieren menos energía al comunicarse. Los idiomas van, a lo largo de los siglos, “mutando” para cumplir (sin quienes lo hablan lo busquen concientemente) con la ley de Zipf. La mayoría de los lenguajes artificiales, como los élficos de Tolkien o el Klingon de Star Trek, no cumplen esta regla.
Este hecho ha convencido a no pocos científicos (y a una gran cantidad de charlatanes) de que se trata de un texto redactado en un idioma basado en alguna lengua natural, ya que es prácticamente imposible que el autor del manuscrito Voynich conociera la ley de Zipf, enunciada muchos siglos después, y por tanto que la aplicase a un lenguaje inventado por él. Pero en los últimos años, un ingeniero informático de la Universidad de Keele, Reino Unido, llamado Gordon Rugg, ha encontrado un método que, utilizando la tecnología del siglo XVI, puede haber producido un texto como el del Manuscrito Voynich sin contenido alguno.
Gordon cree estar muy cerca de lograr una explicación definitiva sobre cómo fue creado el texto. Desde 2004, Rugg ha pasado mucho tiempo intentando resolver el enigma y ha conseguido generar un texto con una apariencia igual al que contiene el libro, utilizando solo métodos rudimentarios existentes hace 500 años. El especialista determinó que, si el manuscrito Voynich es una estafa, el sospechoso más probable es Edward Kelley, un oscuro artista de la época isabelina. A partir de esta suposición, Gordon usó una cuadrícula de 40 filas y 39 columnas cuyas líneas le sirvieron de guías para dibujar las sílabas de Voynich. A continuación superpuso un cartón con cuatro ventanas cuadradas en diagonal sobre la cuadrícula, y formó palabras uniendo las sílabas que son visibles a medida que se va moviendo la plantilla agujereada. Esta es una de las técnicas conocidas de Kelley.
El resultado es un texto que posee los mismos patrones internos que las del manuscrito Voynich. Rugg y su equipo están elaborando un programa de ordenador que detecte todos los patrones existentes en el manuscrito y los reproduzca. Esto podría significar que, después de todo, no es tan complicado crear un lenguaje con regularidad en los patrones, demoliendo uno de los argumentos más fuertes esgrimidos para negar el fraude. Pero independientemente de si se trata de un fraude o no, la historia detrás del manuscrito Voynich es apasionante. Pocos textos han recibido tanta atención (y de tan buena calidad) como éste. Seguramente algún día conoceremos la verdad pero, mientras tanto, cada descubrimiento parece hacer de este antiguo texto un enigma más apasionante.