El año era 1942. París se encontraba bajo plena ocupación nazi. El combustible escaseaba, y la tracción a sangre había regresado a las calles. Sin embargo, un joven diseñador llamado Paul Arzens presentó una creación muy particular: L’Oeuf Electrique, el «Huevo Eléctrico», un mini coche biplaza de tres ruedas hecho en aluminio y plexiglás, con una autonomía de 100 kilómetros. No era el Ford Nucleon, pero definitivamente hizo girar un par de cabezas.
Imagina a la Ciudad de la Luz cubierta por un manto de oscuridad. Uno de los núcleos más importantes del arte y el deporte en Europa… sedado, amortiguado. Los nazis entraron a París en junio de 1940, declarada «ciudad abierta» para evitar que el conflicto bélico la reduzca a escombros.
Todos los recursos básicos fueron redirigidos hacia aplicaciones militares, especialmente el combustible. La idea de fabricar algo parecía una locura, pero un artista de nombre Paul Arzens desafió a la época, y volcó su interés en favor del diseño de vehículos. Sus primeros trabajos fueron modificaciones, incluyendo la instalación de una transmisión automática para un viejo Chrysler.
Después creó a La Baleine, un prototipo de cabriolet montado sobre un Buick. Y en 1942, cuando no había ni una gota de combustible destinada a uso civil, construyó a L’Oeuf Electrique, el Huevo Eléctrico.
L’Oeuf Electrique: El Huevo Eléctrico
El Huevo era la definición de minimalismo, pero aún nos preguntamos cómo se las arregló Arzens para obtener las cantidades necesarias de aluminio y plexiglás en plena guerra. Toda la parte frontal era inusualmente grande para un coche tan pequeño, pero al mismo tiempo habilitaba una extraordinaria visibilidad.
La carcasa de aluminio fue moldeada a mano, y termina en una especie de cola que guarda al motor eléctrico y la tercera rueda. Arzens demostró ser muy eficiente con el Huevo: Su carrocería pesaba apenas 60 kilogramos, mientras que el motor eléctrico sumaba otros 30 kilogramos.
Por supuesto, todo cambiaba una vez que las baterías eran instaladas, llevando el peso final a 350 kilogramos. Una carga completa le permitía al Huevo desplazarse 100 kilómetros, alcanzando una velocidad máxima de 70 kilómetros por hora, o 60 kph con dos personas a bordo.
El Huevo nunca fue más allá de su único prototipo (después de todo, Arzens no tenía material adicional para hacer otras unidades), y su creador terminó trabajando en 1947 para la Société nationale des chemins de fer français o SNCF.
Allí diseñó trenes y vagones, entre los que se destaca la serie CC7100. Una de esas máquinas, CC7107, rompió el récord de velocidad de trenes eléctricos en 1955, con unos impresionantes 331 kilómetros por hora.
Aún así, Arsenzs jamás se desprendió de su Huevo, hasta que falleció en 1990. Quien desee verlo hoy, deberá visitar la Cité de l’Automobile en Mulhouse.