A principios del siglo XX, la radiactividad fue presentada como una propiedad maravillosa, capaz de rejuvenecer a sus usuarios, inyectar energía, y curar enfermedades. Sin embargo, su supuesta popularidad no terminó allí. La United States Radium Corporation comercializó a Undark, una pintura luminiscente basada en sulfuro de cinc y radio, utilizada para crear relojes que se veían en la oscuridad. Esos relojes fueron pintados a mano por un grupo de trabajadoras que jamás recibieron la protección adecuada para manipular el material…
En 1917, la United States Radium Corporation había iniciado operaciones de extracción y purificación de radio (a través de la carnotita) para crear pintura luminiscente, y comercializarla bajo la marca Undark. Su principal cliente era nada menos que el gobierno de los Estados Unidos. Gracias a las propiedades de la pintura, los soldados podían ver sus relojes y manipular instrumentos en plena oscuridad. Al mismo tiempo, la compañía buscó extender las aplicaciones de Undark al espacio civil. Números de casas, interruptores eléctricos, y hasta ojos luminiscentes para muñecas fueron algunos ejemplos.
La compañía contrató mujeres para trabajar en sus fábricas pintando las agujas y los números de los relojes. La posición era atractiva por dos razones: US Radium pagaba mucho más que otros trabajos alternativos (las jóvenes podían llegar a ganar más que sus padres), y eran muy pocas las compañías que contrataban mujeres.
Las empleadas utilizaban pinceles hechos con pelos de camello, una elección no del todo adecuada para tareas de precisión. La orden era mantener «afilados» a los pinceles con sus labios y lenguas. La pintura no tenía sabor, y algunas de las empleadas, dispuestas a sorprender a sus parejas en la oscuridad, regresaban a casa con las uñas y los dientes cubiertos de pintura.
Ninguna de esas empleadas recibió información sobre los riesgos de la pintura ni obtuvieron protección adecuada, mientras que los dueños y científicos de US Radium hacían todo lo posible para reducir su exposición, con máscaras, guantes, pinzas, tenazas, y pantallas de plomo.
A partir de 1922 comenzaron a surgir los primeros casos mayores de envenenamiento por radio. Una cajera de New Jersey llamada Grace Fryer (quien había dejado la fábrica de US Radium dos años antes), empezó a perder sus dientes sin razón aparente. Varios doctores estudiaron el caso de Grace y otras mujeres locales, descubriendo un punto en común: Todas ellas habían trabajado en la fábrica de US Radium.
Esa relación llevó a Grace a encontrarse con Frederick Flynn, un especialista de la Universidad Columbia. Flynn la declaró «en perfecto estado de salud», pero la mentira no duró mucho: Flynn no era médico, sino un toxicólogo en la nómina de US Radium, y el supuesto colega que había confirmado el diagnóstico de Flynn, era en realidad uno de sus vicepresidentes.
Como contratista de defensa, la estrategia de US Radium fue negar, ocultar, y minimizar los hechos. Las muertes entre esas mujeres se acumularon, pero diferentes «profesionales» se encargaron de brindar explicaciones alternativas, incluyendo a la sífilis, manchando así la reputación de las víctimas.
Pero eso no fue todo. US Radium contrató a un profesor de fisiología de la Universidad de Harvard, Cecil Drinker, con el objetivo de analizar las condiciones en la fábrica. Su reporte fue lapidario: El lugar era una catástrofe de contaminación radiactiva, y los análisis de sangre de casi todas las mujeres que trabajaban allí arrojaron resultados preocupantes.
La decisión de US Radium fue ocultar el reporte de Drinker y presentar uno falso a las autoridades. Alice Hamilton, colega del profesor Drinker, descubrió el reporte falso en 1925, recomendando a Drinker que publique el original. A pesar de las amenazas de US Radium, Drinker lo hizo de todos modos.
Grace Fryer tardó dos años en encontrar un abogado dispuesto a enfrentar el poder de fuego de un contratista de defensa como US Radium. Fryer y cuatro de las mujeres afectadas presentaron su demanda, buscando 250.000 dólares para cada una en concepto de daños.
La evidencia médica era contundente, pero los tiempos burocráticos estaban matando a las víctimas, ya que el juez había decidido posponer el juicio. El caso de las «Chicas del Radio» ganó relevancia nacional. Walter Lippmann, del periódico New York World, llamó al accionar del juez «una detestable parodia judicial, un procedimiento insensible, de poca hombría, injusto y cruel».
La furia del público logró adelantar los tiempos, pero la situación era crítica, y los involucrados aceptaron un acuerdo extrajudicial: 10.000 dólares para cada mujer, todos los gastos médicos cubiertos por US Radium, y una pensión anual de 600 dólares. Sumas miserables frente a semejante acto de negligencia y desinformación.
Se calcula que US Radium llegó a emplear a 4.000 pintoras, y muchas de ellas murieron sin tener justicia. Este horror llevó a una drástica mejora de las condiciones de trabajo, salvando miles de vidas, pero las Chicas del Radio pagaron el peor precio.
(De nuestros archivos, publicada en agosto de 2019, con enlaces actualizados y nuevas fuentes. Más aprendo sobre esto, más me horrorizo.)
Fuentes: Timeline (vía Internet Archive), Damn Interesting, Environmental History
Más fuentes: The Radium Girls, Leonard Grossman