La ciencia se define por la constante revisión a que se somete ella misma para no dejar escapar falsas teorías. Sea por la presión por obtener resultados o por la propia vanidad del investigador, a veces se cometen verdaderos atentados contra la lógica envueltos en papel celofán científico. Sin embargo, nos encontramos en una sociedad tan tecnificada que algunas veces cuesta distinguir el grano de la paja. Veamos las claves para descubrir fácilmente si nos quieren timar o por el contrario, se trata de ciencia seria.
En este artículo no tratamos tanto de desenmascarar a los magos y adivinos que pululan por la superficie del planeta, sino de cerrar más el círculo e intentar descubrir a aquellos que se hacen pasar por científicos o incluso los que, siéndolo, nos cuelan hallazgos y teorías que parecen ser ciertas pero luego se quedan en timos de tamaño industrial cuando son sometidas a revisión por otros expertos. Hay que recordar que los profesionales de la ciencia son trabajadores, como pueden ser los ejecutivos de una empresa, por tanto, están expuestos a enormes presiones para que sus investigaciones o su prestigio lleguen a buen puerto. El mundo científico es más competitivo de lo que imaginamos cuando pensamos en un señor huraño con barba y bata blanca, encerrado en su casa y dedicando hasta su tiempo libre en pro del afán intelectual.
Hoy día, los equipos de científicos funcionan, en muchos casos, como una división de empresa que debe presentar unos resultados. No valen excusas. Esto empuja a los menos honrados a forzar la máquina y sacar a la luz pública supuestas investigaciones que luego resultan ser auténticos fiascos que harían abochornar al más pintado. Veamos cuáles son las señales de alerta que nos avisan que estamos a punto de presenciar un timo científico de cierta magnitud. Estos puntos no son verdades absolutas y puede ser que alguna vez se den incluso algunos juntos y luego no se trate de un engaño, pero en general cumplen con su cometido: alertar.
Nadie escapa a la ciencia bien maquillada, sobre todo si promete grandes beneficios. Por poner un ejemplo palmario, incluso la NASA se encuentra invirtiendo casi un millón de dólares en una máquina de antigravedad de un sospechoso científico ruso que ha fallado todas las pruebas y que además viola las leyes fundamentales del Universo. Por no hablar de la oficina de patentes americana que concedió recientemente un registro a un generador electromagnético físicamente imposible, que extrae energía del vacío. Sólo les falta patentar la coz de unicornio o la mirada de gamusino. Ni siquiera los grandes consorcios energéticos se libran de dilapidar grandes sumas de dinero en intentar encontrar la fuente de energía perfecta sobre la base de un plan para llevar a los átomos de hidrógeno a un estado inferior al fundamental, algo comparable a organizar una expedición para explorar el Polo Sur al completo.
El poder legislativo también sufrió la confusión que pueden provocar los testimonios científicos, puesto que los jueces no son especialistas y no tienen por qué entender lo que diga un experto. Hasta el año 1993 los jurados aceptaban como cierta cualquier jerigonza con aspecto de científica que presentara un supuesto experto, siempre y cuando la dotara de retorcido lenguaje técnico que le resultara imposible desentrañar al magistrado. A partir de ese año, eso cambió a raíz de la decisión del Tribunal Supremo en el juicio Daubert contra Merrel Dow Pharmaceuticals, que empezó a solicitar el auxilio de expertos neutrales que pudieran contrastar las afirmaciones inverosímiles de los supuestos científicos que declaraban en el juicio. Se ha llegado a solicitar la ayuda de organizaciones como la Academia Nacional de Ciencias o la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia, que exhiben ciertas garantías de neutralidad y raciocinio.
1. El científico llama directamente a los medios de comunicación
Cuando el descubridor de un nuevo hallazgo se salta el paso de dejar a los colegas que revisen su trabajo y, directamente, presenta sus hipótesis en los medios, significa que algo no huele bien. Esto indica un miedo a ser descubierto por sus iguales y el autor de la mentira, prefiere arriesgarse a sacarlo públicamente porque sabe que la gente de la calle se traga cualquier cosa que aparezca en un telediario y que esté dotada de una cierta jerga técnica. Un ejemplo de manual lo constituye el aporte de Stanley Pons y Martin Fleischman con su “descubrimiento” de la fusión fría. Los científicos se enteraron de la información en una nota de prensa, cuando lo habitual es que sea sometida al análisis de otros científicos para que puedan replicar el experimento y darle carta de credibilidad. En este caso, no se aportaron datos suficientes para que el resto de científicos pudiera replicar el experimento. En otros casos, como el de Ian Walmut, que aseguró haber clonado una oveja en los medios, se ofrecieron abundantes datos sobre cómo hacerlo y precisamente sobre esa base los científicos de la comunidad comprobaron que no era cierto. Así que ya sabéis, no fiarse de los anuncios grandilocuentes en radio, periódicos o televisión si antes no ha pasado por el filtro de la comunidad científica.
2. El descubridor le echa la culpa a los grupos de poder por ningunearle
Todo un clásico del escapismo científico. Además, de un tiempo a esta parte, se ha puesto de moda culpar siempre a las grandes organizaciones que tienen un gran poder. Decir que las grandes petroleras, por ejemplo, han reventado los planes para fabricar un motor de agua o han contratado peligrosos sicarios que han hecho desaparecer a los supuestos investigadores, se encuentra a la orden del día. No hay nada más “chic” que hacerse el interesante desviando la atención hacia estas grandes corporaciones y ejerciendo de hábil guionista a la hora de diseñar las “pruebas” para dotar de mayor credibilidad a la afirmación. Este tipo de intentos se suelen dar cuando se anuncian descubrimientos de un rango elevado que pueden atentar contra el equilibrio de poderes en la sociedad, como por ejemplo, lo relacionado con la energía gratis o con las curas de las grandes enfermedades como el cáncer. En el manual del buen farsante, no pueden faltar las tarjetas de visita de Bill Gates, de la Shell, de algún presidente estadounidense o incluso del director de la CIA, todo ello aderezado con unas dosis de intriga, pruebas “documentadas” y algo de misterio para que surjan conspiraciones en toda regla. Las grandes empresas tienen la culpa hasta de que se acabe el papel higiénico justo cuando más se necesita ¿que no?
3. El efecto se encuentra al límite de la detección
Cuando hablamos de estudios poco objetivables, donde intervienen variables escurridizas como serpientes y resultados poco claros, que mantienen siempre en el límite la causa y el efecto, podemos decir que nos encontramos ante un fraude. Ejemplos de esto lo constituyen las borrosas fotos de OVNIS o de monstruos como el del Lago Ness. También entran dentro de esta categoría la inmensa cantidad de estudios “parapsicológicos” que tratan desesperadamente de demostrar estadísticamente unos resultados inciertos y poco objetivos, caso de la telequinesia, telepatía o precognición. Precisamente la parapsicología lleva años y años sin avanzar ni un milímetro en el esclarecimiento de los hechos. Curiosamente, sus estadísticas permanecen igual de confusas que hace 100 años. No se ha encontrado una sola evidencia real y científica desde que se inició esa “disciplina”. Por añadir una anécdota, el afamado escéptico James Randi, lleva 10 años ofreciendo un millón de dólares al que consiga demostrar científicamente cualquier poder paranormal. El dinero sigue tan fresco como entonces. Nadie lo ha ganado.
4. La evidencia de un hallazgo es anecdótica
La frase “hechos excepcionales requieren demostraciones excepcionales” toma más sentido que nunca en este punto. La ciencia moderna ha aprendido a desconfiar de los descubrimientos anecdóticos. Debido al fuerte impacto emocional que poseen, este tipo de casos se graban fuertemente en la conciencia colectiva y se mantienen durante mucho tiempo a pesar de lo débil que pueda resultar su apoyo científico. Para evitar este tipo de errores, se inventó el estudio doble ciego con distribución al azar, con el cual podremos saber si algo funciona o se trata de un engaño. Cuando se produce un hecho anecdótico y no se puede replicar eso nos está dando ya una pista bien gorda de que estamos en presencia de un fiasco científico. Pongamos un ejemplo sencillo. Si una mañana recién despiertos vemos por la ventana a Dumbo sobrevolando la ciudad, lo más normal es que o bien estemos soñando porque aún no nos hemos despertado o bien se trate de un ardid publicitario donde han colocado un globo con forma de elefante para fomentar la película. Lo que nadie admite es que se trata del famoso comic de Disney que se ha transmutado en realidad
5. La creencia es cierta porque lleva siglos en la sociedad
Existe un mito muy tozudo que se resiste a morir y que consiste en creer que mucho antes de que llegara la ciencia con sus probetas y sus ordenadores, ya existían personas que tenían un conocimiento milagroso que la ciencia de hoy no puede entender. En esa idea se afincan las llamadas “medicinas alternativas”, que se nutren de teorías completamente denostadas pero que perduran porque “funcionan”, según ellos. Ejemplo de esto lo encontramos en la homeopatía o en la acupuntura, que prometen unos resultados sobrenaturales, capaces de acabar con todas las enfermedades sin que se les resista una sola. Todo ello con componentes ultrasimples (agua destilada en el caso de la homeopatía) o con utensilios ultrasencillos (caso de las agujas en la alternativa china). La sociedad y una parte crédula de sus miembros ya se encarga de perpetuar estas tradiciones con la actitud de “pues a mi me ha funcionado”, sin someter a crítica los resultados o poner en duda su propia capacidad de sugestión. No hablemos ya de estafas como la astrología, que se basan en teorías de hace siglos dictadas por chamanes medievales y tergiversadas una y mil veces por los charlatanes siguientes hasta convertirlo en una pseudopsicología barata mezclada con un toque ligero de astronomía infantil muy poco depurada.
6. El científico es un huraño solitario
La imagen del científico loco metido en su garaje y descubriendo la máquina del tiempo nos seduce por lo romántico y por lo peliculero, que ya se ha encargado Hollywood de mitificarlo hasta convertirlo en un estereotipo. La realidad dista mucho de este modelo que se sostiene el imaginario colectivo. Hoy día los descubrimientos se realizan por equipos de científicos que llevan trabajando mucho tiempo y con múltiples recursos a su disposición. Cuando aparezca un tipo en mangas de camisa de cuadros, pelo revuelto, cara demacrada y aspavientos desaforados, diciendo que ha descubierto la máquina de la energía infinita en el sótano de su casa contando sólo con una caja de pastillas, un frigorífico viejo y una llave inglesa, duda mucho del invento. O piensa que te acaban de encontrar a McGiver.
7. El descubridor propone nuevas leyes de la naturaleza
Si se necesita invocar nuevas leyes física para explicar un acontecimiento extraordinario o anecdótico, esto ya empieza a oler a cuerno quemado. Las leyes de la naturaleza se resisten vivamente a ser manipuladas por los pseudocientíficos que pretenden lucrarse a su costa. Son muy cabezonas. Si la teoría dice que una piedra lanzada hacia arriba volverá a caer hacia abajo con una velocidad y aceleración concretas, no esperes demasiado a apartarte cuando la tires. Los resultados médicos de un impacto de cierto nivel pueden echar por tierra todo el dinero que hayas ganado en publicidad por tu invento. Los hospitales son caros y las curas lentas. Debes mantener tu cabeza en pleno funcionamiento para seguir inventando leyes nuevas a ver si finalmente, la máquina de la energía infinita se consigue colocar en el mercado.
8. El investigador no deja probar su invento
Este tipo de actitudes deben disparar todas las alarmas antiestafas. El investigador presenta todo tipo de documentos, pomposos y cargados de fórmulas matemáticas, sin embargo, no posibilita a los demás miembros de la comunidad que comprueben la efectividad de su descubrimiento alegando múltiples e imaginativas excusas. Que se encuentra en fase experimental, que no quiere que se copien, que no le deja su patrocinador, que las condiciones no son las adecuadas, etc. Un sin fin de pretextos manidos que lo único que hacen es desanimar a los posibles interesados y darles una pistas fluorescente de que se encuentran ante la viva imagen de una estafa científica.
9. Solicita dinero por adelantado sin demostrar el proyecto teóricamente
Como vimos en la presentación, no resulta tan descabellado como parece el pedir enormes cantidades de dinero para apoyar una iniciativa que sobre el papel no se presenta nada clara. Adornando los documentos con suficiente parafernalia matemática y grandes dosis de fórmulas complejas, los profanos suelen picar con notable facilidad y no se dan cuenta del timo hasta que se han dejado todos los recursos disponibles a merced del supuesto investigador. Quizá la agonía de encontrar antes que nadie una fuente de energía barata o un invento que revolucione la sociedad empuja de forma errónea a los directivos que tienen que aprobar estos presupuestos.
10. Anunciar panaceas absolutas
Esta es la peor de todas. Llevamos muchos años funcionando como sociedad tecnológica y jamás hemos asistido a un cambio brusco de la ciencia ni de la ingeniería. Nos empeñamos en buscarlo pero la naturaleza no parece ser muy amiga de los cambios abruptos. Ni nosotros tampoco. Al menos como sociedad, puesto que la inmensa mayoría de cambios radicales provocarían auténticas catástrofes económicas o sociales que serían difíciles de soportar. Imaginad si de pronto un día, anuncian que han encontrado la pastilla de la inmortalidad…¿qué pasaría?. De todos modos, las panaceas tecnológicas no existen ni van a existir. Si observáis con perspectiva el desarrollo tecno-científico de la humanidad os daréis perfecta cuenta de que los cambios son siempre graduales y progresivos. Nadie ha visto jamás que pasemos de un procesador de silicio de 1 GHz a uno de grafeno de 200 Ghz en un día. O por poner otro ejemplo, el paso de una avión a hélice a un reactor supersónico necesitó muchos años.
El avance científico no va a grandes saltos sino que incorpora poco a poco los hallazgos pequeños en cada campo que van haciendo posible que los dispositivos vayan mejorando de modo continuo. Y en este modelo impera también el freno comercial, puesto que las empresas que invierten en un producto tienen que rentabilizarlo durante un margen de tiempo. Problemas sociales y organizativos aparte, las panaceas son imposibles. Si las leyes físicas dicen que no es posible obtener energía de la nada, te puedes volver mico que no vas a lograr engañarlas. El único que engaña es el que afirma haber encontrado la fuente de la eterna juventud (o los motores que andan con agua, que lo descubrió un español en el garaje de su casa y las petroleras lo hicieron desaparecer, que ese mito lo llevo escuchando desde hace más de 30 años ).
En definitiva, la mejor defensa contra el fraude científico es la duda. Las cosas extremas, los cambios radicales, las panaceas, la falta de crítica, la ausencia de verificación por parte de otros, son motivo de sospecha para detectar un engaño que pretende colarse por el resquicio de nuestra puerta basándose en charlatanería pseudocientífica. La ciencia no tiene todas las respuestas(por ahora) pero se trata de una cuestión de tiempo y de medios. Los avances que nos han hecho convertirnos en una sociedad increíblemente tecnificada han sido posibles gracias a ella. Además, el tren de marcha que procura la ciencia no para de avanzar y avanzar hasta llevarnos quién sabe hasta dónde. El poder de la ciencia es enorme, quizá por eso surgen de vez en cuando algunos que tratan de aprovecharse de eso. Afortunadamente los mecanismos autoprotectores de que dispone le permite defenderse de estas contaminaciones y seguir mejorando día a día. Parafraseando al eterno Arquímedes: “Dame un científico y moveré el mundo”