Económico y descartable, o de construcción fina para que dure años. Una herramienta de trabajo diario, o un recurso de uso casual. El bolígrafo es un invento maravilloso, con un perfil al que sin lugar a dudas podemos declarar universal. Entonces, ¿cómo nació? ¿De dónde viene? Para entender mejor al bolígrafo moderno debemos conocer la historia de un periodista e inventor húngaro que escapó a Argentina durante la Segunda Guerra. Por supuesto, me refiero a Ladislao Biro.
Sí, desde un punto de vista técnico es necesario remarcar que Biro no inventó al concepto del bolígrafo. La primera patente fue otorgada a John J. Loud en 1888 (once años antes del nacimiento de Biro), con la diferencia de que su diseño apuntaba a un uso en superficies más duras como el cuero y la madera, donde las plumas estilográficas no funcionan. Sin embargo, el bolígrafo de Loud no era viable en lo comercial. La gente quería escribir cartas y notas, no dibujar sobre cuero.
Fast forward a principios del siglo XX, cuando un joven Ladislao José Biro o László József Bíró (nacido László József Schweiger el 29 de septiembre de 1899) comenzó a trabajar como periodista. La información disponible sugiere que Biro tenía problemas con su pluma al ser zurdo (todos los que somos zurdos entendemos «muy» bien), pero descubrió que la tinta utilizada en la impresión de periódicos se secaba mucho más rápido, y quedaba libre de manchas. Biro trató de usar esa misma tinta con su pluma, pero el líquido no fluía debido a su viscosidad.
Al unir fuerzas con su hermano György quien era químico, ambos lograron diseñar una nueva punta basada en una bolilla girando dentro de un zócalo, que recoge la tinta del cartucho y la deposita en el papel. La primera presentación de su dispositivo fue en la Feria Internacional de Budapest en 1931, y recibió su correspondiente patente en París siete años más tarde. Lamentablemente, la Segunda Guerra hizo volar a Europa por los aires, y como miembros de una familia judía húngara, los hermanos Biro se vieron obligados a escapar a Argentina, un proceso aparentemente facilitado por el entonces ex presidente de ese país Agustín Pedro Justo, y un amigo muy cercano de Biro, el inventor Juan Jorge Meyne.
El 17 de junio de 1943, Biro presentó la patente estadounidense 2390636 denominada «Instrumento de Escritura», y formó la compañía Biro, Meyne & Biro. A nivel local, el invento de Biro fue mucho mejor conocido como «Birome», una combinación del apellido Biro con el de Meyne. Al principio, los distribuidores no tomaron muy en serio al bolígrafo de Biro, e insistían en ofrecerlo al público como un juguete, pero las virtudes de la «birome» (tinta indeleble, secado casi inmediato, y compatibilidad con papel carbónico) no tardaron en materializarse. De hecho, lo más probable es que escuches a un argentino hablar sobre «biromes» antes que «bolígrafos».
Aquí es cuando la información se vuelve un poco contradictoria. En 1943, la Eversharp Faber adquirió una licencia para fabricar el bolígrafo de Biro, pero el momento bisagra fue la intervención de Marcel Bich y su compañía BIC. Algunos dicen que fue en 1945, y otros en 1951 (N. del R.: Ambos datos serían erróneos, porque la BIC Cristal debutó en 1950). El punto es que BIC se encargó de popularizar las versiones de bajo costo del bolígrafo, con más de 100 mil millones de unidades vendidas alrededor del globo.
Ladislao Biro falleció en Buenos Aires el 24 de octubre de 1985, a la edad de 86 años. A pesar de su aparente simplicidad, su bolígrafo cambió para siempre la forma de trabajar y expresarse del ser humano, aún en plena era digital.