La Torre Inclinada de Pisa es sin lugar a dudas una de las construcciones más importantes de Italia, y un verdadero imán turístico. Sin embargo, en más de una ocasión estuvo a punto de perder ambas condiciones. De hecho, el riesgo de colapso llegó a ser tan alto que se prohibió el acceso al público en enero de 1990. Con más de dos décadas de estudios enfocados en su estabilización, los expertos finalmente lograron inyectar otros 200 años de vida a la torre… ¿pero qué hicieron con exactitud? El último vídeo de Practical Engineering nos invita a explorar el proceso.
Cualquiera que busque la Torre Inclinada de Pisa comprobará rápidamente que se encuentra muy cerca del Mar de Liguria. El río Arno, también cercano a la torre, desemboca en ese mar, y la actividad de ambos cambió la composición del suelo. Un pequeño rewind al año 1178: Los constructores habían avanzado al segundo piso de la torre… y en ese momento fue cuando descubrieron la falta de estabilidad bajo sus pies. Las constantes guerras de Pisa con sus vecinos colocaron al proyecto en pausa, y eso le dio al suelo algo de tiempo (casi un siglo) para ganar un poco más de firmeza.
Estabilizando la Torre Inclinada de Pisa
Para compensar la inclinación, los ingenieros de la época decidieron construir los pisos superiores con un lado más alto que el otro. Así es: La Torre de Pisa no sólo está inclinada, sino que además tiene una curva. La guerra volvió a pausar su construcción en 1284 (Pisa fue derrotada en la Batalla de Meloria, perdiendo así su poderío marítimo), y el campanario debió esperar hasta el año 1372.
Toda esta información le permitió a los historiadores estimar los ciclos de hundimiento y estabilización. La primera medición formal en el año 1817 arrojó una inclinación de 4.9 grados. Con el paso del tiempo, los estudios y análisis en la torre ganaron complejidad. Todos ellos apuntaban al mismo resultado: 5.5 grados, y el colapso de la torre. La caída de la Torre Cívica de Pavía en 1989 no hizo más que colocar presión sobre la necesidad de acelerar los tiempos. En 1993, un estudio calculó que el margen de seguridad era de apenas 1.07. En otras palabras, 7 por ciento.
La primera acción fue construir un anillo de hormigón, e instalar lingotes gigantescos de plomo como contrapesos temporales. Esto funcionó bastante bien al principio (la torre corrigió su inclinación una centésima de grado), y las autoridades exploraron la instalación de una versión subterránea. El problema es que el catino de la torre (la pasarela en la base) sirve como punto de descanso, y cuando retiraron una parte, la torre empezó a inclinarse en la dirección equivocada.
Los lingotes regresaron para evitar el desastre, pero no podían volverse permanentes (por cuestiones estéticas y de preservación histórica). Este desafío dio lugar a tres ideas: Extraer agua subterránea del lado norte de la torre (demasiadas variables), electroósmosis (el suelo era muy conductivo), y la excavación controlada. Su «demo» comenzó en 1995, combinando una serie de tubos y barrenas bajo una estructura alternativa. Más tarde, la torre recibió una protección adicional con cables que podían ser controlados individualmente para minimizar el movimiento en direcciones indeseadas, y en 1999, dieron inicio a una prueba con doce agujeros.
Los resultados fueron muy positivos. La torre se corrigió cuatro centésimas de grado, los doce agujeros se convirtieron en 41, y en el plazo de un año, los expertos lograron retirar 38 metros cúbicos de material, unas 70 toneladas. Al final, la Torre de Pisa perdió más de medio grado de inclinación, regresando a valores del siglo XIX. ¿Qué significa eso? Entre 200 y 300 años para seguir visitando uno de los lugares más emblemáticos de Italia… y por supuesto, seguir tomando fotos.
(N. del R.: La foto es de Johann H. Addicks, CC BY-SA 3.0)