Una de las frases más comunes que se puede escuchar en la calle es que «la gente está loca». En la mayoría de los casos, se trata de una malinterpretación: Toda esa gente estresada, deprimida, agresiva, frustrada e insatisfecha aún no se ha vuelto loca para dejar a un lado (apenas por un momento) sus responsabilidades y presiones diarias. El hecho de posponer o negar esos instantes de locura es muy nocivo, y las consecuencias pasan rápidamente de lo mental a lo físico.
Niños que gritan. El smartphone y sus alertas. La búsqueda de dopamina rápida en las redes sociales. Clases implacables con horarios ridículos. Jefes abusivos e ignorantes. El sueño que desaparece. El cáncer del «9 a 5». La televisión basura con periodismo tóxico y política venenosa. El coche que se rompe. Las cuentas por pagar. Dinero. Dinero. Dinero. Dinero.
Los expertos se preguntan por qué la gente está enferma e infeliz, cuando el mundo no hace otra cosa más que establecer y defender las condiciones ideales para que eso suceda.
Buscamos refugio en el alcohol, el tabaco, las drogas y otras adicciones, pero su efectividad es temporal. Y una vez que alguien decide gritar «basta» y abandonar todo, el mundo apunta con el dedo y dice «se volvió loco». Lo que debe entender el mundo, es que esa locura, es una necesidad.
La locura como necesidad
En español se suelen utilizar términos como «depresión nerviosa», pero al otro lado del charco tienen una excelente palabra: «Breakdown». Ahora, la diferencia más importante es cuando el breakdown abandona su perfil temporal y pasa a ser permanente.
Una cosa es declarar al mundo vía Twitter frases como «si tengo que ponerme pantalones para hacerlo, hoy no va a suceder», y otra es quedar sumergido en un peligroso cuadro depresivo. Pero si el propio cuerpo tiene su breakdown a la hora de dormir, ¿por qué negar esa misma posibilidad a nuestras mentes?
Sé que va a sonar un poco extraño, e incluso contradictorio, pero la clave está en que el ataque de locura sea «sano», de modo tal que nos permita establecer nuevas conexiones con aquellas cosas a las que consideramos verdaderamente valiosas para nosotros, y que la «maldita rutina» bloquea.
Tal vez, a través de esa locura se encuentre la forma de cambiar el curso y enfrentar otros desafíos que nos hagan, en resumen, más felices y mejores en lo físico. Por supuesto, es mucho más fácil decirlo que hacerlo… pero tenemos que intentarlo. Que los robots se queden con el «24/7».