Una vez que el proceso conocido como daguerrotipo llegó a manos del público, comenzó una nueva carrera en la que los pioneros de la fotografía volcaron todo su esfuerzo y conocimiento para mejorar la calidad de las imágenes, además de reducir su costo. Sin embargo, en el horizonte había un objetivo superior: La reproducción permanente de color. Ese logro histórico pertenece a James Clerk Maxwell, mucho mejor conocido por su trabajo en electromagnetismo. Su interés por la óptica y la percepción del color alcanzó su punto máximo durante una clase en 1861, cuando llevó a cabo una demostración sin precedentes…
Si tus estudios te obligan a atravesar el campo del electromagnetismo, de un modo u otro deberás cruzar espadas con James Clerk Maxwell. En términos muy relajados (y probablemente injustos para su importancia), Maxwell logró establecer que la luz, la electricidad y el magnetismo son diferentes manifestaciones del mismo fenómeno. El mismísimo Richard Feynman llegó a decir que los descubrimientos de Maxwell formaron «el evento más significativo del siglo XIX» en materia de física, y como era de esperarse, el mundo lo reconoció de múltiples maneras, desde una montaña en Venus hasta la división de los anillos de Saturno (fue él quien determinó que estaban hechos de «partículas» más pequeñas), pasando por un telescopio en Hawai, y el «maxwell» que mide el flujo magnético.
Pero Maxwell también demostró un gran interés en la psicología, y en la percepción del color, especialmente la humana. Entre 1855 y 1872, el físico publicó una serie de investigaciones vinculadas a percepción, daltonismo, y teoría del color. Isaac Newton ya había comprobado que con la ayuda de prismas y lentes, la luz blanca podía ser «dividida» en componentes monocromáticos, y luego reconstruida. A eso se sumó una aparente paradoja: Una fuente amarilla y otra roja daban como resultado una luz naranja. Hoy conocemos a esa paradoja como metamerismo (dos colores iguales en apariencia, pero con características físicas diferentes), y fue el científico Thomas Young quien propuso una solución: El color era percibido a través de un número limitado de «canales» en el ojo humano. Tres, para ser precisos.
Maxwell aplicó álgebra lineal para probar la teoría de Young, y concluyó que si la suma de tres colores podía reproducir cualquier color perceptible, entonces una imagen a color podría ser construida con un grupo de tres filtros con colores diferentes. Por extensión, si tres fotografías en blanco y negro eran tomadas con filtros de color rojo, verde y azul, y sus impresiones translúcidas eran proyectadas (usando filtros similares) y superpuestas, el resultado para el ojo humano sería la reproducción total de los colores en la escena.
Así llegamos a su histórica clase de 1861 en la Royal Institution, donde demostró su fotografía a color con la ayuda de Thomas Sutton, el inventor de la cámara réflex. El objeto a fotografiar era una cinta de tartán (tela escocesa). Sutton realizó tres disparos con filtro rojo, verde y azul, aunque existió un cuarto disparo con filtro amarillo que no fue usado. La imagen final tuvo una fuerte tendencia hacia el azul debido a limitaciones técnicas: Las placas de Sutton apenas tenían sensibilidad al verde, y ninguna sensibilidad al rojo.
Más allá del éxito limitado, Maxwell y Sutton son recordados como los creadores de la primera fotografía a color permanente. Es importante destacar la palabra «permanente» aquí, porque hubo varios intentos previos con un perfil mucho más orientado a la química, pero ninguno sobrevivió la exposición a la luz. 40 años después, y con el avance de la tecnología pancromática, la fotografía a color explotó, y no nos abandonó nunca más.
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Fuente: El Mundo Ciencia