Más allá de su extrema popularidad en universos como Star Trek, el concepto de teletransportación ha dado lugar a un ejercicio mental muy interesante. Consciencia, identidad y el «yo» chocan con partículas subatómicas, estados cuánticos, y largas distancias. Si llegas a usar un transportador, ¿eres realmente tú quien aparece del otro lado? ¿Qué pasa si el sistema te deja varado, pero crea una copia en su otro extremo? ¿O múltiples copias? Piensan como tú, sienten como tú, creen como tú. ¿Dónde termina el original y comienza la copia…?
Imaginemos que la nave del gran rey Teseo ha sido preservada en un muelle como pieza de museo. Naturalmente, la madera comienza a pudrirse con el paso de los años, pero los encargados de su mantenimiento reemplazan con destreza a las partes afectadas. Cien años más tarde, cada elemento de la nave de Teseo fue sustituído por otro idéntico. ¿Acaso sigue siendo la misma nave del principio?
Vayamos un paso más allá: Supongamos que el pueblo decidió guardar los tablones podridos y el metal oxidado en un depósito, esperando que en el futuro alguien pueda restaurar ese material. Cien años después sucede exactamente eso, a un punto tal que pueden volver a armar la nave una vez más, junto a la otra que sigue en el muelle. Entonces… ¿cuál es la original?
La paradoja de la teletransportación
Basta de barcos por ahora, hablemos de seres humanos. Tú, para ser más precisos. Los sistemas de teletransportación están listos, y tienes una oportunidad única de viajar a Marte para conocer el planeta rojo. Entras en la cabina, quedas inconsciente, la máquina te reduce a un increíblemente complejo patrón subatómico, eres «transportado» a Marte, y reconstituido allá usando materiales locales. Todo parece normal en Marte. Eres tú, piensas y sientes del mismo modo, los zapatos siguen un poco apretados, y la cortadura que te hiciste con la afeitadora no se fue a ninguna parte. Sin embargo… la persona que «llegó» a Marte, ¿es la misma que abandonó la Tierra?
El filósofo Derek Parfit redobló la apuesta al sugerir que el teletransportador recibe una mejora en sus especificaciones, de modo tal que la persona que ingresa en su cabina no es «destruida», sino que ahora la máquina puede realizar réplicas con la capacidad de recordar cada detalle, incluyendo el momento en el que ingresaron al teletransportador. Tú sigues siendo tú, pero la posición de las réplicas al hacer esa declaración es igual de válida… ¿o no?
La física cuántica arroja una respuesta… incómoda: La teletransportación es muerte. ¿Por qué? Por el teorema de la no clonación, el cual establece que es imposible crear una copia de algo, a partir de un estado cuántico desconocido. Antes de crear esa copia, se necesita información, y la única forma de obtenerla por completo es destruyendo el original. Se supone que las copias imperfectas no caen en esta trampa, ¿pero y si son lo suficientemente buenas?
El punto es… que no tenemos forma de saber la respuesta. Es más, ni siquiera necesitas de la teletransportación para comprender el problema. Un simple vacío en tu consciencia pone en duda tu existencia. ¿Y si una cama es tan letal como el teletransportador? ¿Cómo puedes comprobar más allá de toda duda que eres la misma persona que se acostó en ella la noche anterior? ¿Qué garantiza la persistencia y la continuidad de tu ser? ¿Qué tal… si eres la copia convencida de ser original?
(N. del R.: Tal vez quieras jugar SOMA después de esto…)