Los antibióticos han ayudado a salvar millones de vidas alrededor del globo. Sin embargo, muchos microorganismos son oponentes formidables. La resistencia a los antibióticos es cada vez más fuerte, y en la Organización Mundial de la Salud creen que si no se redoblan los esfuerzos para combatirla, su avance podría amenazar todos los logros alcanzados por la medicina moderna.
Seguramente ya han sido testigos de esta situación: Una visita al odontólogo suele estar acompañada de una receta con algún antibiótico (amoxicilina es el más común) para bloquear cualquier posibilidad de infección. En caso de una “gripe viral”, algunos doctores deciden recomendar el consumo de un antibiótico como precaución, en caso de que otra enfermedad oportunista ataque al paciente. Cada decisión a la hora de indicar el uso de antibióticos tiene sus fundamentos, pero existe una verdad de fondo que perturba a más de un experto: Son cada vez menos efectivos. Obviamente, el cuerpo humano posee una cierta capacidad para combatir infecciones, y el rápido acceso a determinados tipos de antibióticos ha potenciado esa capacidad durante años. Ahora, la tendencia indica que los microorganismos se están reagrupando, y esto no se limita a bacterias. La malaria se está resistiendo a casi todo lo que estamos arrojando sobre ella, y algo similar se puede decir sobre la neumonía viral.
Un reciente reporte de la Organización Mundial de la Salud sobre la resistencia antimicrobiana, combina datos de 114 países. El reporte destaca altos niveles de resistencia entre bacterias comunes como Escherichia coli (gastroenteritis, infecciones del tracto urinario y meningitis), Klebsiella pneumoniae (principalmente neumonía), y Staphylococcus aureus resistente a la meticilina (o SARM). A esto se suma la ausencia de estándares para compartir información y coordinar esfuerzos contra la resistencia antibiótica, además de las “brechas” en la información sobre patógenos. La OMS también menciona que no se han desarrollado nuevos antibióticos en los últimos treinta años.
Las medidas esenciales para corregir esta situación pasan una vez más por una cuestión de conducta. Lo ideal es combatir a la bacteria antes de la infección, y para ello, medidas adicionales de higiene (personal y ambiental), acceso a agua segura y vacunación forman el tridente principal de ataque. Los controles de infecciones en instalaciones dedicadas a la salud también son críticos, pero el último paso es igual de importante: Dejar de tomar antibióticos como si fueran caramelos. En enero de 2010 se reportó que el sistema de salud de Noruega logró resistir el impacto de muchos microorganismos (como el antes mencionado SARM) controlando con mayor intensidad la prescripción y distribución de antibióticos. ¿Acaso la clave está en el clásico “menos es más”?