Como mancha apestosa de petróleo. La sagrada ciencia observa impotente cómo se extienden las conductas fraudulentas en su seno y la merecida confianza que otrora se había ganado tras muchos años de esfuerzo, ahora se desvanece por entre los dedos como arena de playa. Todo debido a una pequeña minoría de científicos corruptos y tocados por la mano de la ambición desmedida, que están consiguiendo hundir poco a poco el alma de la sociedad moderna. Se está reaccionando, intentando detener esta lacra y diseñando herramientas para erradicar los fraudes pero ¿será suficiente?
Ranking de timadores científicos
Autores: Pons y Fleischmann(1989) . Químicos americanos. Universidad de Utah.
Mentira: Prometían haber descubierto la fusión fría. Energía ilimitada a precio de risa. Tras el escándalo científico, donde otros científicos replicaron sus experimentos sin obtener ningún resultado, los estafadores reconocieron la trampa.
Autor: Hendrik Schön(2002). Físico aleman. Laboratorios Bells.
Mentira: publicó en Nature y Science una serie de resultados anunciando que era posible crear transistores de tamaño molecular, lo que supondría un gran avance en la nanotecnología, con grandes repercusiones sobre la computación y las comunicaciones. Un comité formado por científicos de Bell Labs decidió que había falsificado y destruido información. Schön alegó que fue una confusión. Los editores de Nature y Science tuvieron que pedir disculpas.
Autor: Hwang Woo-suk(2005).Veterinario surcoreano. Universidad de Seúl.
Mentira: Aseguró haber clonado un perro. Se ha sabido que las líneas o conjuntos de células madre producidas, según él, mediante la clonación de embriones, eran falsas, es decir, estaban obtenidas a partir de la simple extracción de los embriones. Esta revelación, hecha por uno de sus colaboradores que, o bien estaba enfadado con él o le pudieron sus escrúpulos de conciencia, invalidaba sus trabajos más revolucionarios.
Autor: Jon Sudbo(2006). Médico sueco. Universidad de Oslo.
Mentira: Sus investigaciones versaban sobre los efectos del tabaco en el cáncer bucal. Su trabajo más destacado ha sido publicado en The Lancet, la revista más prestigiosa de medicina. Su abogado ha declarado que el investigador reconoce que, además del artículo de The Lancet, otros de sus artículos contienen información que carece de fundamento.
Lamentable listado que muestra los investigadores con menos escrúpulos de la historia reciente de la ciencia. Personajes implicados en escándalos de tal magnitud que han trascendido del ámbito académico para trasladarse hasta las casas de los ciudadanos de a pie, como usted y como yo. Estos son los autores más sonados y condecorados con el deshonroso honor de haberse convertido en los representantes de las estafas científicas más grandes del siglo. Sin embargo, y aunque resulta muy difícil medirlos, los casos menores de fraudes y errores sospechosamente involuntarios se tasan entre un 0.1% y un 1 % mientras que los casos de prácticas cuestionables pueden moverse entre un alarmante 10% y 50 %.
La aparición de estos casos de fraude abre numerosos interrogantes sobre su extensión: ¿hasta qué punto el fraude está extendido entre la práctica de los científicos? ¿Son sólo una minoría quienes se embarcan en esa peligrosa aventura o, por el contrario, es generalizado en la comunidad? Y también introduce cierta perplejidad social ante el admirado sistema científico ¿Tiene el sistema científico mecanismos suficientes para descubrir todos los fraudes? ¿Tienen alguna consecuencia los fraudes sobre la calidad del conocimiento científico?
La sociedad occidental despliega su corazón y su mente por dos vías fundamentales. Por un lado, canaliza la emoción a través del arte y la religión. Sus inquietudes, sus miedos, sus esperanzas, se expresan mediante la literatura, el cine, la pintura, incluso la religión, que da soporte a los miedos más profundos del ser humano y trata los aliviarlos. Por otro lado, encontramos a la ciencia, que proyecta la parte racional del hombre, la desarrolla y la consuma en un concepto que ha logrado convertirse en seña de identidad de esta sociedad. La ciencia se entiende bien con la realidad. La mima, la observa, la comprende. Razón y verdad son sinónimos más factibles que cualquier otra combinación posible. Lo subjetivo y lo objetivo pelean para alcanzar una posición dominante entre la sociedad y alzarse con el poder absoluto. Antaño, permanecíamos sometidos al oscurantismo y a la superstición. Hoy estamos sometidos al dictado de la ciencia, que para bien o para mal, tampoco es perfecta y genera sus propios problemas.
El desarrollo tecnocientífico posiciona a una sociedad en lo más alto del escalafón. Se puede decir que conforman una ecuación proporcional donde a más nivel de ciencia, más nivel económico y por ende, mayor nivel de bienestar para sus ciudadanos. Hemos aprendido a respetar al estamento científico porque hemos visto que gracias a sus aportes las cosas funcionan y evolucionan. La realidad se pone de parte de ellos y se deja diseccionar mansamente por sus bisturís teóricos y experimentales. Son los príncipes de la objetividad, sumamente apreciados y respetados por el resto de ciudadanos. La sociedad entera les rinde pleitesía y el mero hecho de ver una persona con bata blanca ya nos produce confianza. Cualquier individuo que quiere darle trazas de veracidad a una afirmación solo tiene que colocar la etiqueta de “científicamente probado”. Entonces nos derretimos de placer, creyendo a pies juntillas todo lo que nos dicen. Sin embargo, este poderío tiene un precio. Somos personas y como tales, estamos sujetos a las tentaciones mundanas de la fama y el dinero. Y los científicos no son una excepción.
¿Por qué hacen trampa los científicos?¿Qué ganan con ello?¿Dinero?¿Fama?¿Poder?Pues lo cierto es que la de científico no es precisamente una profesión muy bien pagada. Si alguien quiere ser rico no debe dedicarse a la ciencia. Lo normal en casi todos los países es que la vida del investigador científico pase por una larga época de unos 10 o 15 años en la que los contratos precarios siguen a las becas y durante este tiempo los salarios son pequeños. Finalmente se consigue una plaza fija con un sueldo relativamente alto, pero lejos del que se reciben en otros trabajos que requieren similar formación y dedicación. Por otro lado y puesto que los emolumentos económicos no son el premio, son otras las recompensas que los científicos esperan conseguir de su trabajo. Una recompensa sin duda importante es el prestigio, tanto entre la comunidad de sus pares como en la sociedad. Supongo que el deseo de aceptación por los demás y de ser popular es común a todas las personas, pero ese reconocimiento es un premio extra cuando depende de tu habilidad personal y está relacionado con algo tan importante como el conocimiento.
La competencia es un elemento clave en la comunidad científica. Se trata de demostrar que uno puede producir más resultados que el resto. Además, puesto que los recursos son limitados, aquellos que producen más y más originales resultados son los que conseguirán más fondos y más apoyos. La competencia también opera para salir de la etapa de precariedad laboral, por la que pasan todos los investigadores, y ocupar una de las pocas plazas fijas que se ofrecen. Y la única manera de llegar arriba consiste en publicar artículos en las revistas de más prestigio dedicadas a la ciencia. El prestigio, la estabilidad laboral y el estatus de los investigadores científicos dependen, pues, de las publicaciones. Todo esto hace que exista una enorme presión para publicar. Y para hacerlo en revistas de prestigio con elevado índice de impacto, lo que implica elaborar productos muy originales que abran campos nuevos o que revolucionen el panorama científico. Y aquí llega el batacazo. Los científicos, desesperados, se lanzan a la loca carrera de tratar de endosar material fraudulento con tal de subir en el número de publicaciones y en el impacto de las mismas. Se cometen tres tipos principales de fraude: De un lado la invención de datos, de otro la manipulación de datos para que los resultados obtenidos coincidan con las pretensiones del investigador y el menos grave, el plagio de trabajos de otros.
Resulta inquietante que a los mecanismos de control de las revistas cada vez les cueste más trabajo revisar los estudios, porque son más especializados, más complicados de replicar, mas complejos de analizar. La ciencia moderna vomita cada día vastas cantidades de datos. Esto lo saben los investigadores y se aprovechan del colapso creciente del sistema para tratar de colocar sus estudios fraudulentos. El objetivo es publicar a toda costa. Luego ya veremos cómo lidiamos con ese toro. Después de analizar todos estos razonamientos, todavía queda un hueco para la perplejidad. ¿Pero es que Hwang, Schön, Sudbo y los otros autores de fraudes no esperaban que los descubrieran? Es difícil saber con exactitud lo que piensan, pero no es improbable que los investigadores de primerísimo nivel se vean envueltos en una huida hacia delante y no calibren bien las consecuencias de sus actos. Para mantenerse en la élite hay que publicar trabajos revolucionarios, y bajar en el ritmo supone perder el estatus alcanzado. Y esto, a veces, hace que no se tengan en cuenta las consecuencias.
Este problema se vuelve acuciante en tanto en cuanto estas constantes filtraciones de datos fraudulentos minan la credibilidad de la ciencia a ojos del mundo. No tanto en los casos sonados donde intervienen estudios muy mediáticos como los relacionados con la clonación, la medicina o la energía. En estos casos de mayor calado, los mecanismos de la ciencia funcionan bien, saltando las alarmas y pregonando a los cuatro vientos la falsedad de las investigaciones. Aunque el mal parece profundo con respecto a la credibilidad de los científicos, en realidad no lo es tanto, a tenor de unas estadísticas que corroboran que la gente sigue creyendo en la ciencia con un gran nivel de fiabilidad. Sin embargo, cuando se trata de pequeños pero constantes flujos de datos erróneos, se puede socavar la base sobre la que se construye la ciencia “normal” del día a día. Los altos estamentos científicos siguen preocupados y pretenden dar un toque de atención sobre el tema para que no sigan proliferando este tipo de conductas.
Se celebró una reunión sobre el fraude en la ciencia, organizado por el Foro de la integridad en la investigación de la Fundación Europea de la Ciencia (ESF) en colaboración con el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en Madrid los días 17 al 18 de noviembre. La encuesta realizada a principios de este año por el FSE ha identificado alrededor de 18 países europeos que han puesto en marcha códigos de conducta y la práctica en la investigación. Algunos incluso han creado oficinas de la integridad en la investigación. Sin embargo, el problema reside en la variación en el tratamiento de casos sospechosos entre casi todos estos sistemas. No hay acuerdo general. Según el Dr. John Marks, Director de la Ciencia y la estrategia en el FSE, la mayoría de estos fraudes científicos son de poca importancia, pero dijo, "si la gente se sale con la suya y si nadie dice nada al respecto, podría invitar a realizar fraudes de mucho más nivel." Comentó que "las encuestas de opinión mostraron que la confianza del público en los científicos es todavía muy alta, pero que la confianza se pierde fácilmente por el alto perfil de los casos de fraude y es por eso que estamos tan preocupados".
Entre las diversas cuestiones debatidas, una de las principales preocupaciones fue tratar los casos de fraude en las asociaciones de investigación internacionales. Incluso dentro de Europa, existen variaciones de las normas éticas en Francia, Portugal, República Checa y Reino Unido. Aunque cada país tiene su propio código de conducta, es principalmente la diferencia entre cada uno de los países a lo que se refieren a los investigadores. Algunos de los enfoques analizados para hacer frente a esta cuestión incluyeron la elección de un código universal de conducta para la investigación del fraude y la ética. Cuando la ciencia influye en la vida de todo ser humano de una manera tan fundamental , sus normas y la ética debe ser las mismas en todo el mundo.
La ciencia ha alcanzado el estatus de sagrada en nuestra sociedad, constituyéndose casi en una nueva religión. La propia configuración de este estamento ha propiciado que sus acólitos traten de alzarse desesperadamente con el título de dioses. Aunque para ello tengan que mentir, engañar y pulverizar los pilares del método científico, convirtiéndolo en un chiste. Afortunadamente, la propia ciencia, por definición, se investiga y controla a sí misma, impidiendo que estas fallas del sistema cercenen y trituren la magnífica estructura que la sostiene. No podemos bajar la guardia. En los tiempos venideros debemos aumentar los mecanismos de control y mejorar la coordinación entre los países para que lleguen a un consenso general en la manera de afrontar este problema. La mentira nunca descansa pero siempre encontrará de frente, como fabuloso enemigo, la resistencia de la razón.