En nuestra galaxia existen miles de millones de estrellas, y algunos cálculos indican que podrían existir cientos de miles de millones de planetas como la Tierra, y que la mayoría de ellos podrían albergar alguna forma de vida. Sin embargo, la “hipótesis de la Tierra Rara” asegura que estamos pecando de optimistas, y que la existencia de vida es un fenómeno muy poco frecuente. Tanto poco frecuente que quizás solo exista sobre la Tierra. ¿Estamos solos en el Universo?
La Ecuación de Drake (o Fórmula de Drake) fue concebida por el radioastrónomo que más tarde se convirtió en presidente del Instituto SETI, Frank Drake. La ecuación intenta estimar la cantidad de civilizaciones que son susceptibles de poseer emisiones de radio detectables en nuestra galaxia, la Vía Láctea. Teniendo en cuenta parámetros como el tiempo que llevó al hombre aparecer sobre la Tierra, el número de galaxias observadas, la cantidad de estrellas de cada una de ellas o la posibilidad de que una civilización pueda emitir ondas de radio, Drake construyó una ecuación cuyo resultado final depende del valor que se asigne a cada una de esas variables. En principio, sin embargo, la ecuación nos hace creer que es altamente improbable que estemos solos en el universo. Si se toman como datos las estimaciones más recientes sobre el número de estrellas en el universo, debería haber (en este momento) unas 4975 civilizaciones emitiendo señales de radio en todo el universo observable. La pega de este argumento es que aún no hemos detectado nada prometedor.
En el otro plato de la balanza se encuentra la hipótesis de la Tierra Rara. Este conocido argumento de la astrobiología asegura que el surgimiento de la vida en la Tierra es el resultado de la confluencia de numerosas circunstancias de orden astrofísico y geológico que poseen una muy baja probabilidad de repetirse en alguna otra parte del universo. Dicho de otra forma, somos fruto de un afortunadísimo y prácticamente irrepetible accidente cósmico. Uno de los elementos centrales de la hipótesis es el llamado “fenómeno Goldilocks” (por el personaje Ricitos de Oro, a quien no le gustaba el potaje ni muy frío ni muy caliente), según el cual la existencia de vida en la Tierra es posible sólo porque muchos parámetros físicos, como la temperatura, presión o niveles de radiación, se encuentran dentro de un rango muy preciso de valores admisibles.
Todo esto también se relaciona, de forma bastante directa, con la paradoja de Fermi: si la vida pluricelular es un fenómeno raro en el Universo, tanto más debería serlo la existencia de vida inteligente. Para algunos astrofísicos, nuestra evolución es el resultado de diferentes eventos entre los que se destacan numerosas extinciones masivas provocadas (directa o indirectamente) por fenómenos externos que han tenido lugar en el momento exacto en que más nos beneficiaban. Sin ir más lejos, si el impacto de Chicxulub ocurrido hace 65 millones de años hubiese sido un orden de magnitud más pequeño, solo hubiese tenido efectos locales y no hubiese provocado una extinción masiva. Pero si hubiese sido un orden de magnitud mayor, posiblemente hubiera borrado del mapa toda forma de vida sobre la Tierra. Es bastante difícil determinar qué rumbo hubiera tomado la evolución si el evento de Chicxulub no hubiese tenido lugar, pero definitivamente no estarías leyendo esto en este momento.
Milan M. Ćirković, un científico del Observatorio Astronómico de Belgrado, ha publicado en el International Journal of Astrobiology un trabajo titulado “Evolutionary Catastrophes and the Goldilocks Problem” en el que aborda la cuestión de hasta qué punto los datos obtenidos a partir de la observación de la historia de la Tierra es extrapolable a planetas extrasolares y al -hipotético- surgimiento de vida en los mismos. El trabajo de Ćirković destaca que nuestro papel como observadores condiciona -de una u otra manera- nuestras estimaciones sobre la probabilidad de ocurrir que tienen los eventos catastróficos. Al fin y al cabo, estamos aquí y somos como somos porque ocurrieron. Quizás, sin Chicxulub no existiría el hombre, pero otro tipo de vida inteligente ocuparía nuestro lugar.
Ćirković dice que las emisiones de rayos gamma de las supernovas y las perturbaciones originadas por los impactos de los cometas pueden influir en el desarrollo de la biología de un planeta, y que se trata de eventos que se repiten con una frecuencia “bastante importante”. Por ejemplo, cuando una estrella viaja a través de uno de los densos brazos espirales de la Vía Láctea, tanto su propio desarrollo como el de sus planetas, se ve perturbado por el aumento de los niveles de radiación electromagnética interestelar y los rayos cósmicos debidos a las explosiones de supernovas. Todo esto influye en la vida de una estrella y la evolución de la vida en sus planetas.
En el caso de la Tierra, al menos dos eventos fortuitos han condicionado la aparición de la vida. Por un lado, la edad de nuestro Sol es de unos 4,6 mil millones de años (la de la Tierra es ligeramente menor, 4,5 mil millones de años). Además, las primeras células se originaron hace unos 3,8 mil millones de años. Esto significa que durante más del 80% de la existencia del Sol, la vida ha existido en la Tierra. Al parecer, los plazos de la biología y la astrofísica se han alineado favorablemente en nuestro caso. Según el argumento de la Tierra Rara, esta coincidencia significa que la Tierra (y la vida en ella) es única. Pero Ćirković cree que estas dos condiciones no son independientes ni fruto de la casualidad.
Eventos como la explosión de una supernova cercana pueden servir para poner nuevamente en “cero” el cronómetro de la vida sobre un planeta, y establecer las condiciones necesarias para que el proceso de su aparición tenga una segunda posibilidad. Si Cirkovic tiene razón, la vida sobre la Tierra no es, después de todo, ni tan rara ni infrecuente, y definitivamente ET tiene una buen chance de estar en alguna parte, incluso esperando nuestros mensajes de texto. Es muy posible que ni la fórmula de Drake ni la hipótesis de la Tierra Rara sean fiables en un 100%. El veredicto final de la existencia de vida extraterrestre lo dará la observación directa, algo que recién comenzamos a intentar con proyectos como el telescopio espacial Kepler. Hasta entonces, solo podemos seguir jugando con los números.