Vaya uno a saber con qué futuro nos encontraremos si algún día conseguimos desarrollar toda la técnica alrededor del tratamiento de células madre. Por ahora, uno de los tantos experimentos desarrollados con células madre tuvo como resultado a la hamburguesa más cara del mundo, que además es artificial y tiene muy poco sabor.
A pesar de las campañas de reivindicación que hagan y de las veces que nos inviten a pasar a sus cocinas industriales repletas de adolescentes transpirados y cronometrados ruidos estridentes, las hamburguesas de los sitios de comida rápida nos van a parecer más artificiales que las siliconas. Con sabores estrafalarios y contenidos calóricos inmensos empaquetados en pequeños sándwiches, las hamburguesas de los locales de comida rápida han sabido ganarse su lugar en una población que come más rápido de lo que piensa, ya que reconoce la baja calidad nutricional de estos productos pero los deglute sin culpa. Pasada la bajada de línea menester, estas hamburguesas no son ni de cerca tan artificiales como la que financió el co fundador de Google, Sergey Brin. Y qué suerte que la financió él, pues la hamburguesa más cara del mundo costó 330.000 dólares.
La hamburguesa artificial más cara del mundo costó un tercio de millón de dólares y fue elaborada por científicos holandeses en el marco de una investigación sobre las células madre vacunas, que últimamente han tenido una relevancia mayor gracias al descubrimiento de sus propiedades. El proceso utilizado fue la multiplicación de las muestras de células troncales de res, logrado a través de la alimentación con nutrientes a las células madre, acelerando su crecimiento mediante sustancias químicas que no trascendieron para ser informadas.
Tras un periodo de tratamiento continuado que tomó 3 semanas, la cantidad de células madres ascendió a más de un millón, por lo que fueron distribuidas en diferentes y minúsculos frascos donde formaron pequeñas tiras de músculo de un centímetro de largo y algunos milímetros de ancho. Al llegar a 20.000 tiras de músculo y los 141 gramos, estas se congelaron y luego se pasaron a temperatura ambiente donde se las convirtió en hamburguesa.
Tras la cocción, llegó la hora de probarla. Ya en Londres, la nutricionista austríaca Hannit Ruetzler fue una de los voluntarios comensales, que se dejando pan y tomate de lado, se pusieron a degustar la carne de la hamburguesa de 250 mil euros. Para sorpresa de pocos, la hamburguesa no les gustó y dijeron que tenía la normal textura de la carne, pero que la faltante de grasa hacía que tuviera un sabor desagradable. Fuera de lo que siempre asociamos a la comida artificial, esta investigación se inscribe en las posibilidades que tiene la ciencia de crear comida artificial de bajo costo (aunque este no sea el caso) para el futuro, donde la escasez alimentaria será más endémica que en la actualidad.