Un dato que suele pasar desapercibido al momento de analizar la construcción de los viejos refugios nucleares que se volvieron tan populares durante la Guerra Fría, es que jamás fueron pensados como solución permanente. Algunos de los diseños más extremos acumulaban años enteros de provisiones, pero a nivel nacional sólo se podía proveer lo básico y necesario para sobrevivir. Eso llevó al desarrollo de una galleta multipropósito basada en bulgur, un alimento que de acuerdo a los expertos puede resistir miles de años sin pudrirse, con el almacenamiento adecuado.
En el año 1955, la Guerra Fría estaba atravesando por completo a la población estadounidense. Las principales potencias reconocieron a Alemania Occidental como país soberano y aprobaron su integración en la OTAN, lo que llevó automáticamente al Pacto de Varsovia. Pero la tensión política en Europa era apenas un síntoma que desde cierto punto de vista parecía remoto. El verdadero miedo entre la gente era la posibilidad de una guerra nuclear a gran escala con la Unión Soviética.
El concepto de «refugio nuclear» se concentró inicialmente en la protección de líderes políticos y oficiales militares de alto rango, pero el gobierno de Dwight D. Eisenhower lanzó diferentes campañas de defensa civil con el objetivo de estimular una preparación similar entre los civiles, incluyendo a «Grandma’s Pantry», que sugería una reserva de agua y alimento para siete días en cada hogar.
Por supuesto, eso no era suficiente a la hora de cubrir las necesidades de una nación entera en caso de un ataque nuclear. La decisión fue nada menos que crear una «Ración del Juicio Final», o como prefieren otros, la «Dieta del Apocalipsis».
La supergalleta del Juicio Final
Los requerimientos obedecían a la lógica pura de cualquier administración con recursos limitados: El alimento debía ser nutritivo, muy económico, fácil de comer, estable en almacenamiento, y con amplio potencial de producción masiva. Sabor, apariencia, calidad general y envoltorio eran irrelevantes. Tres años después, los Departamentos de Agricultura y Salud llegaron a la conclusión de que la mejor combinación era una galleta de bulgur, alimento conocido por resistir miles de años dentro de las pirámides.
Tras una evaluación inicial de 52 meses que reportó una pérdida mínima en el sabor, y la autorización de contratos millonarios para cubrir la espectacular demanda (Nabisco es uno de los nombres que aparece en la lista), se dio luz verde a su producción. El programa finalizó en 1964 con más de 20 mil millones de galletas preparadas (distribuidas en latas de 400 unidades), a un costo promedio de 37 centavos de dólar por persona por día.
20 mil millones de galletas es un número escalofriante, pero no infinito. De hecho, los planes oficiales sugieren que la estadía promedio en un refugio sería de dos semanas (después de todo, los refugios municipales no ofrecían protección contra las bombas, sino contra el material radiactivo posterior), y que cada uno debía guardar el equivalente a 10.000 calorías por persona. La «dieta» establecía una división estricta de los «almuerzos» en seis galletas diarias, acompañadas por diferentes suplementos. Dicho de otro modo, eran dos semanas de hambre y pérdida de peso, con la obligación de salir a buscar más comida y agua más tarde.
El líquido vital también estaba muy limitado, con apenas 13.25 litros por cada persona (¡para las dos semanas!). Los expertos calculaban que luego de un ataque, la agricultura regresaría a la normalidad en menos de 24 meses (sin olvidar cualquier recurso animal disponible), pero había otro parámetro a considerar: Suficientes estadounidenses terminarían muertos en el ataque inicial para liberar presión en los sobrevivientes.
(De nuestros archivos, publicada originalmente en diciembre de 2017, con algunos ajustes y siguiendo nuestra temática nuclear. ¿La lección? No terminemos en una guerra atómica, amigos. Vamos a caer muertos… o a pasar hambre.)
Fuente: Eater