Gracias a la histeria masiva y la sugestión colectiva, en la Edad Media cientos de miles de mujeres fueron quemadas en la hoguera, acusadas de practicar la brujería. La Inquisición actuaba basada en las supuestas pruebas ofrecidas por los testigos, que estaban seguros de la condición de “bruja” de las acusadas.
La brujería es tan antigua como el hombre. Si bien recién en el siglo XIV o XV la “Santa Iglesia Católica” mediante la utilización de la Inquisición se dedicó a la quema masiva de (principalmente) mujeres acusadas de practicar la brujería, estas prácticas se remontan al paleolítico. En casi todas las culturas prehistóricas se practicaban ritos destinados a mejorar las cosechas, la fertilidad o propiciar la caza. A menudo las encargadas de ejecutar estos ritos (principalmente bailes o representaciones) eran las mujeres de la tribu. Esta tradición, de alguna u otra manera, se mantuvo en el seno de las sociedades hasta prácticamente la actualidad.
Aún hoy es posible encontrar una “celestina” que nos busque pareja o alguien que mediante un conjuro nos “cure” el “mal de ojo”. Pero hubo una época en la que practicar este tipo de actividad era definitivamente peligroso. En algún momento cercano al año 1000 de nuestra era, la Iglesia comenzó a preocuparse por el asunto. De alguna manera, la brujería le restaba poder, ya que mucha gente acudía al brujo o la bruja del pueblo para resolver sus problemas en lugar de consultar al sacerdote. Esto socavaba la idea de que el clero era el único y verdadero intermediario entre Dios y los hombres.
Para defender sus intereses, el clero comenzó una cruzada que incluía la persecución de los herejes (brujas, magos, hechiceros y curanderos), acusándolos de practicar acciones ajenas a la Iglesia y la religión. El mecanismo empleado consistió en vincular a las brujas con la figura del diablo, y utilizar las instituciones creadas para la supresión de la herejía creadas por el pontificado en 1184 mediante una bula del papa Lucio III: la Inquisición. Durante siglos perseguirían a todo aquel que se apartara del ideal de vida propuesto por la iglesia.
La superstición reinante en esa época hizo que se desatase una brutal persecución contra las acusadas de ejercer la magia y la brujería por sus conciudadanos. Uno puede preguntarse que es lo que impulsa a alguien a acusar a otro de algo, sabiendo que esa acción puede llevarlo a morir quemado en una hoguera. En realidad, en muchas ocasiones bastaba simplemente la envidia o los celos. Y la mayoría de los casos se producía un efecto psicológico, producido por el miedo y la “propaganda”, que obligaba a las personas a estar en uno u otro “bando”: o eras acusador, o eras acusado.
Hay que pensar que no hacían falta pruebas irrefutables para que una mujer fuese condenada. A veces, la simple acusación de un niño bastaba para que alguien fuese ejecutado. Este mecanismo permitió que, por ejemplo, en Alemania se quemasen más de 70.000 mujeres, o 3.500 solo en el pueblo Escocés de Prestonpans. No se conoce el número total, pero a lo largo de los siglos es posible que más de un millón de personas hayan sido eliminadas por culpa de la sugestión colectiva.
Uno de los tipos de brujería mas populares se basan en la llamada “magia de la imagen”. Dentro de este grupo se incluyen la posesión diabólica, el mal de ojo, los conjuros, hechizos y encantamientos, los filtros amorosos y los amuletos. Todo esto funciona (cuando lo hace) gracias a la capacidad de la bruja para sugestionar al sujeto. Las personas mas influenciables podían (y pueden) ser sugestionados por la bruja de turno de tal forma que creyera y presentara los síntomas debidos a tal posesión. Estas manifestaciones incluían vomitar, hablar con una voz más grave, retorcerse de forma extraña, blasfemar, etc. Este tipo de “ataques de posesión” eran más frecuentes en niñas y vírgenes, monjas y adolescentes.
La figura del exorcista nace, generalmente personificado por algún integrante del clero, para “arreglar” este estado, apelando también a la sugestión. Si bien en actualidad la medicina ha demostrado la semejanza de estos síntomas con las de los ataques histéricos, de pánico y la epilepsia, 500 años atrás un ataque de estos podía terminar con alguien torturado y quemado vivo.
Pero no solo la sugestión hacia estragos entre las sociedades medievales. Las acusaciones eran de lo más variadas y caprichosas. Extrañamente, la histeria masiva provocada por la Inquisición generalmente hacía que apareciesen testigos reforzando los cargos presentados. Se quemaron mujeres acusadas de provocar la lluvia, originar tempestades, de trasformarse en animales (sobre todo en lobos), ocasionar enfermedades o hacer naufragar barcos, entre otros cargos igualmente ilógicos.
Por ejemplo, la mayoría de las condenadas por la Corte de Barones de Prestoungrange y Dolphinstoun fueron halladas culpables sobre la base de “evidencia espectral”: testigos que declararon que “sentían la presencia de espíritus malignos o escuchaban voces de espíritus cuando las acusadas estaban cerca”. Por supuesto, tal evidencia es totalmente imposible de desmentir (o probar), más cuando la acusada no puede, por las leyes de la Inquisición, defenderse. De hecho, se instruía a los actuantes para que interpretaran cualquier declaración de las acusadas como intentos demoníacos de influenciar al jurado.
Salvo ocasiones en las que las acusaciones eran efectuadas por alguien que quería “eliminar” a algún vecino por alguna causa (existen casos de esta clase), la mayoría de los testigos realmente creían en los cargos presentados. Los acusadores eran, en el fondo, personas comunes que sumidos en el desconocimiento, las tradiciones y la presión religiosa estaban convencidos de la capacidad de las brujas de realizar actos satánicos. En ningún momento sentían que estuviesen haciendo algo malo al condenar a estas mujeres a la hoguera. De hecho, en ocasiones eran miembros de su familia o circulo de allegados.
Esta situación se dio, como decíamos, durante siglos. Alrededor del 1700 el fenómeno comenzó a declinar, a la vez que el número de ejecuciones descendía. En Escocia, por ejemplo, la última ejecución por brujería fue realizada en 1727, y las acusaciones en tal sentido fueron declaradas ilegales por la Ley de Brujería 1735, según la cual era un crimen el sólo pretender que alguien era una bruja.
Sin embargo, en algunas sociedades, aún hoy cada tanto se conoce algún caso de este tipo. Por ejemplo, no hace muchos años la defensa de los derechos humanos Human Right Watch (HRW), solicitó al rey de Arabia Saudita que impida la ejecución de una mujer condenada por brujería. Fawza Falih, la acusada, es una mujer, analfabeta, detenida en 2005, golpeada y obligada a firmar con sus huellas digitales una confesión que no pudo leer y de la que luego se retractó.
Sin embargo, fue sentenciada a partir de testimonios de personas que dijeron haber sido víctimas de sus hechizos, entre las que figura un hombre quien asegura haber quedado impotente como consecuencia de sus prácticas de brujería. Fawza Falih murió en su celda en 2011. Su ejecución había sido aplazada por presiones internacionales, pero no logró sobrevivir a las torturas y a los maltratos sufridos en el transcurso de los años.