La robótica basada en la electromecánica es una ciencia que se ha desarrollado recientemente, en los últimos 50 o 60 años. Sin embargo, a lo largo de la historia de la humanidad se han construido autómatas que en muchos casos harían palidecer las habilidades de más de un robot moderno. Los karakuri ningyō, autómatas japoneses de madera construidos entre el siglo XVIII y XIX, se encuentran dentro de esta categoría. Cientos de años después de haber sido diseñados nos siguen sorprendiendo.
Cuando vemos robots modernos no podemos hacer otra cosa que asombrarnos frente a sus enormes habilidades, pero a pesar de toda esa “atmósfera futurista” que se puede palpar alrededor de estos inventos, lo cierto es que la humanidad fabrica autómatas más o menos complejos desde hace siglos. Sus orígenes se remontan unos 4000 años atrás, cuando en el Antiguo Egipto se construían estatuas de dioses y reyes que movían sus brazos mecánicos. U otros, como la estatua de Osiris, que despedía fuego desde sus ojos.
Durante la Edad Media, alrededor de 1620, un robotista árabe llamado Al-Jazari escribió un libro titulado “El libro del conocimiento de los ingeniosos mecanismos”, en el que se recopilaban muchos mecanismos ingeniosos de los siglos anteriores, a la vez que se exponían algunos creados por el autor. La sola existencia de ese libro nos da una idea de la cantidad de mecanismos de este tipo que se habían fabricado hasta esa fecha.
Pero pocos artefactos antiguos pueden compararse con los karakuri ningyō, una serie de autómatas japoneses construidos principalmente de madera entre el siglo XVIII y XIX. Dotados de una extraordinaria belleza, y coloreados de una manera en que solo un oriental puede hacerlo, sus “tripas” están repletas de engranajes, palancas y poleas de madera. Estos elementos constituyen un mecanismo de una complejidad tal, que aún sin contar con motores o chips electrónicos son capaces de hazañas tales como lanzar flechas a un blanco, escribir caracteres de la lengua japonsea kanji o hasta servir una taza de té.
“Karakuri” se podría traducir como “aparatos mecánicos para producir sorpresa en las personas”, y “ningyō” es sinónimo de “mascota”, “marioneta” o “títere”. Dejando de lado nuestra pobre habilidad para el japonés, podemos considerar a los karakuri ningyō como verdaderas “marionetas mecánicas sorprendentes”, y de hecho, eso es lo que son.
Actualmente se conservan varios ejemplares de estos maravillosos autómatas. Su valor -tanto económico como cultural- es tan alto, que su preservación está garantizada. Algunos poseen sobre sus espaldas una larga historia, y varios son famosos por otros motivos. Hay uno, por ejemplo, que se destaca del resto por haber sido creado nada menos que por el fundador de Toyota y es capaz de escribir hasta cuatro caracteres distintos.
Los “grandes maestros” de este arte son Hosokawa Hanzo Yorinao (1741-1796), Tanaka Hisashige (1799-1880) y Ohno Benikichi (1801- 1870), cada uno con varios karakuri ningyō en su haber. Hisashige, por ejemplo, es famoso por haber construido un reloj y calendario “perpetuo”, capaz de mostrar correctamente las fechas y demás datos correspondientes a un período de 10,000 años.
En el otro platillo de la balanza, el reloj Casio DataBank de “última tecnología microelectrónica” que tengo en mi muñeca sólo será capaz de darme la fecha correcta hasta 2039. Por supuesto, las nuevas generaciones siguen siguen construyendo karakuri ningyō, aunque a veces incorporando otros materiales y incluso (algunos “herejes”) motores o circuitos.
Si bien la electrónica y todos los avances que la humanidad ha hecho en cuanto a motores y servomecanismos han hecho posible la existencia de juguetes tan complejos como el perrito robot de Boston Dynamics o los rápidos robots industriales utilizados en la fabricación de coches, no debemos olvidar el ingenio de estos verdaderos maestros, capaces de lograr autómatas como los que puedes ver en estos vídeos utilizando materiales tan poco sofisticados como la madera.
El león mecánico de Leonardo da Vinci, creado para el Rey de Francia en 1515