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Japón bombardea EE.UU. con globos (1944)

Aprovechando una corriente atmosférica de gran altitud que circula desde sus islas hasta la costa oeste de los Estados Unidos, Japón envió a sus enemigos de América del Norte más de 9000 globos cargados de explosivos. Completamente automáticos y construidos con tela, hielo, una pasta pegajosa de cocina, hidrógeno y lastrados con arena, estos ingenios alcanzaron por centenares el continente Americano, e incluso provocaron un puñado de víctimas.  Te contamos los pormenores de esta -mucha veces desconocida- arma secreta del Japón.

La Segunda Guerra Mundial dejó bien en claro que a la hora de poner en práctica planes para matar al enemigo el hombre es el animal -por mucho- mejor dotado. Uno de los ejemplos más interesantes es el de los globos-bomba fabricados por Japón en los últimos años de la contienda. Ya en 1932 un científico japones de apellido Nakayama, que se desempeñaba en el Observatorio Meteorológico de Takao, en Formosa, había descubierto una corriente atmosférica que circulaba a gran altura entre las islas del Japón y a la costa oeste de América del Norte. Llamada Jet-Stream, esta corriente no fue otra cosa que una simple curiosidad hasta que 10 años más tarde, otro científico japonés -el doctor Fujiwara– se le ocurrió que dicha corriente podría ser utilizada con buenas posibilidades de éxito para enviar explosivos a sus enemigos en Estados Unidos.

Como es lógico, en esa época no era tan sencillo construir un dispositivo que volase miles de kilómetros y diese en el blanco. Faltaban décadas para que el sistema GPS siquiera fuese concebido, y las materias primas en el Japón de 1940 no eran precisamente abundantes. En ese contexto, Fujiwara comenzó a idear un “sistema de entrega de bombas a domicilio” que fuese viable y barato. Luego de estudiar a fondo las características del jet-Stream y la forma en que se comportaba a lo largo del año, supo que un globo convenientemente equipado podría cruzar el océano y estrellarse en los EE.UU.

Rápidamente, escribió una carta a la cúpula militar de su país, en la que explicaba que “durante el verano, época en que el jet- Stream tiene poca intensidad, un globo podría sobrevolar el Pacífico en un plazo de una semana o diez días. La cantidad de globos que llegarían a su objetivo”, aclaraba Fujiwara, “sería de aproximadamente el 20 por ciento de los lanzados”. Esto no era un problema, porque el costo de cada globo no era demasiado alto, y se podían construir en grandes cantidades. “En el invierno”, continuaba la carta, “el viaje no duraría más que dos o tres días, y entre un 60 y 70 por ciento de los globos lanzados llegarían a su objetivo.

Todo parecía indicar que el invierno era el mejor momento para atacar utilizando este sistema, pero Fujiwara también sabía que el frío y la nieve impedirían que una bomba incendiaria fuese lo suficientemente efectiva. Es por eso que en su carta llegaba a la conclusión de que “es muy poco práctico realizar los lanzamientos durante el otoño y la primavera”. El plan de Fujiwara fue aprobado por los militares, y rápidamente se comenzaron a fabricar dos modelos de globos. El tipo “A” fue fabricado por el Ejercito y el tipo “B” por la Armada. Diferían en solo un par de detalles, y al finalizar la guerra se habían construido unos 9.000 globos tipo “A” y  300 del  modelo “B”.

Ambos globos tenían un diámetro de unos diez metros y estaban fabricados con varias capas de  pergamino pegadas entre sí con “konnyciku”, una pasta gelatinosa utilizada en la cocina japonesa. Por increíble que parezca, este material de dudosa calidad demostró ser mucho más efectivo para retener el hidrógeno en el interior del globo que las mejores telas producidas por la industria occidental de la época. Una vez lanzados, los globos viajaban sobre el océano a una altura comprendida entre los 9.000 y los 11 .000 metros, donde gracias a la corriente de aire descubierta por Nakayama alcanzaban una velocidad promedio de unos 30 kilómetros por hora. Llevaban abordo un mecanismo basado en un barómetro que soltaba lastre -unas 30 bolitas cargadas de arena- cuando el globo descendía por debajo de los 9.300 metros y que abría una válvula que permitía escapar un poco de hidrógeno cuando sobrepasaba los 11.000 metros.

La acción destructiva estaba a cargo de tres o cuatro bombas de fragmentación de 15 kilogramos cada una y una bomba incendiaria que viajaba en la barquilla. Un mecanismo las arrojaba después de que todas las bolsas de arena hubieran sido lanzadas, y otro provocaba la explosión del globo luego de que las bombas se hubiesen soltado. Algunos globos, utilizados como guías, incluso llevaban un aparato que emitía señales de radio para indicar a la base en Japón si el itinerario que seguían era el correcto. La idea era que no quedasen rastros del vehículo que había efectuado el bombardeo, pero la falla de este mecanismo de autodestrucción en varios globos permitió a los militares estadounidenses descubrir que estaba pasando.

El 4 de noviembre de 1944 un buque de la Armada de los Estados Unidos encontró flotando en el Océano Pacífico, cerca de la costa, un gran trozo de tela rasgada. Cuando intentaron subirla a bordo, notaron que una carga bastante pesada estaba enganchada a la tela, pero se soltó y se fue al fondo del mar cuando izaban el conjunto utilizando una grúa. Rápidamente descubrieron que era parte de un globo, y algunas inscripciones en japonés sirvieron para deducir que una nueva formas de ataque estaba teniendo lugar.

Sin pérdida de tiempo se informó de estos hechos al general Wilbur, del ejército de los Estados Unidos, y junto los restos de otro globo hallado también el mar y los de otro que apareció quemado en Montana los militares estadounidenses fueron capaces de vislumbrar el peligro que suponían estos artefactos: un ataque aéreo a gran escala con globos no podía descartarse. En las semanas siguientes se encontraron los restos de otros doscientos globos en el noroeste del Pacífico y en Canadá. Pedazos de tela, pertenecientes a otros setenta y cinco, fueron hallados en otras regiones, en las aguas del océano o incluso en el norte de México. Los destellos divisados en el cielo durante la noche sirvieron para determinar que al menos cien más habían explotado en el aire.

Si bien hasta el momento los explosivos no habían causado ninguna víctima -afortunadamente todos habían caído en zonas despobladas o en el océano- el general Wilbur solicitó que se mantuviese en secreto su existencia, para no preocupar a sus ciudadanos y para que el alto mando japonés no supiese si había o no tenido éxito con su plan. Mientras tanto, los geólogos estadounidenses estudiaron detenidamente la arena contenida en las bolsas de lastre y encontraron cinco sitios -todos en Japón-  de donde provenía. La Fuerza Aérea fotografió esas zonas, y en una de ellas encontraron una gran fábrica rodeada de esferas de color gris, que sin dudas eran globos listos para emprender su viaje. Sin embargo, poco tiempo después, los globos dejaron de llegar a los EE.UU.

Como se supo al finalizar la guerra, los generales de Japón consideraron que se estaban despilfarrando las reservas de hidrógeno y de otros materiales escasos, y no se obtenían resultados concretos. Esto ultimo en realidad no era exactamente así, pero el silencio de la prensa americana resultó decisivo para que el alto mando japonés lo creyese. En realidad, un grupo de niños que iban de excursión encontraron uno de los globos caídos, y al intentar arrastrarlo provocaron la explosión de las bombas, que mataron a cinco de ellos y a una mujer, pero la noticia jamás fue publicada.

¿Que hubiese pasado si en lugar de bombas, los globos hubiesen sido cargados con agentes  bacteriológicos? Seguramente el plan japonés habría hecho estragos en EE.UU. Sin embargo, y a pesar de que los mismos norteamericanos temían esta posibilidad, esto nunca ocurrió. La táctica ideada por Fujiwara permitió bombardear el continente americano desde el Japón, pero un par de pequeños detalles evitaron que se convirtiese en un completo éxito. ¿A que no lo sabias?

 

El Escuadrón 731 (1932)

Escrito por Ariel Palazzesi

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