Internet nos permite un acceso prácticamente ilimitado a enormes cantidades de información. ¿Esto nos hace más inteligentes o más estúpidos?Leyendo un artículo escrito por Stan Schroeder, decidimos profundizar en las ambigüedades de la tecnología. “¿Por qué Google nos hace más tontos?” toca un tema que a todos nos ha pasado por la cabeza en repetidas ocasiones. En su nota, Stan destaca que ya no nos molestamos en recordar las cosas, porque sabemos que Google lo sabe todo, y Google está a unas pocas teclas de distancia. Todas las fórmulas que aprendimos en la escuela han desaparecido de nuestra memoria (0º Celsius es igual a -32º Fahrenheit… ¿y después?) porque sabemos que hay conversores en línea que lo hacen todo más sencillo y rápido. “¿Cuántas veces has estado sin un ordenador a mano y te ha irritado no poder buscar algo en Google?” nos pregunta Stan, y en esta pregunta quizá estén las respuestas. Tal vez no sea atontamiento lo que sufrimos, pero sin duda tenemos una dependencia que nos roba un poco de iniciativa.
Tanto en los comentarios aportados en el artículo mencionado, como en las opiniones de nuestro entorno, encontramos un cuadro balanceado de acuerdos y desacuerdos, que reflejan una idea global. La mayoría considera que Internet ha incrementado nuestra capacidad mental, permitiéndonos usar nuestro cerebro para cosas “realmente importantes”. Y nos llama la atención cómo se repite esta expresión de lo que “verdaderamente importa”, ya que, en la sociedad actual, eso parece haber decaído en gran medida. Pero sin meternos en cuestiones morales, la idea base es: al no tener que almacenar información en nuestra cabeza, podemos procesar más datos y mejorar nuestro desarrollo. En cierto grado, es cierto, pero se vuelve más difuso si nos enfocamos en eso de “procesar datos”. ¿Cuántas veces realmente procesamos la información que recopilamos? Poner el número 104 en el cuadrito de “Fahrenheit” y ver el número resultante al dar “Enter” no es procesar; como tampoco lo es obtener un verde al mezclar el amarillo con el azul, porque Google nos dio la respuesta al escribir: “cómo se hace el verde”.
Muchas opiniones se enfocan a la adaptación del aprendizaje, el aprender a buscar como una nueva forma de educarse. Mientras sepas cómo encontrar la información que necesitas estarás bien. Pero eso depende de que puedas ingresar a buscar la información; lo que hoy se traduce en tener un ordenador, electricidad y acceso a Internet. Todas cosas que pueden fallar.
Internet es más rápido y cómodo y nos libera espacio en la cabeza. Nos facilita el desprendimiento de memoria trivial; como domicilios y números telefónicos, saber cómo convertir Pies a Metros y Libras a Kilogramos, todos los decimales de π, la receta de los brownies y qué regalarle a tu novia/o para su cumpleaños. El problema es que, en ciertas situaciones, privado del acceso a Internet, cierta información trivial puede volverse relevante. Quizás no el cómo hacer brownies (a menos que debas impresionar a tu suegra), pero 20 Kg. de más pueden hacerte lamentar haber olvidado la tabla de conversión de libras a kilogramos.
Google no es la fuente de todo mal e Internet no es el anticristo, pero, sin dudas, la mayoría de la gente se está “malcriando” con las comodidades. No todos saben utilizar una herramienta como tal, sino que la convierten en un modo de vida. Lo que nos hace más tontos es hacernos dependientes, y la dependencia va limando la precaución. Desde el momento en que dejas de dudar de cada resultado que te tira Google, puedes quedar convencido de que la capital de España es Barcelona y que 1+1 es uno porque visitaste la página de algún enamorado.
Más allá de tener una respuesta, siempre es importante saber cómo funcionan las cosas. No es lo mismo hacer una Web en Frontpage o Dreamweaver, que armarla desde el código o, al menos, conocerlo para solucionar errores. Nos mal acostumbramos y se nos entumecen las neuronas. No es tan difícil calcular cuánto te vendrá en la cuenta del almuerzo si el menú vale €16 y son 5 comensales. Lo puedes hacer en tu cabeza, ni siquiera hace falta un papel y, sin embargo, varios buscan sus móviles con Java para usar la calculadora (y se tardan más en ingresar los datos y llegar al resultado de lo que tardas en pensar 6*5 + 5*10). Así como Julio Verne, Asimov era un adelantado, que debió soñar con ejecutivos sumando con sus BlackBerry cuando escribió su cuento “Sensación de Poder” en 1958. “Nueve veces siete son sesenta y tres —se dijo Shuman, con honda satisfacción—, y no necesito a un ordenador para que me lo diga. El ordenador está en mi cabeza.. Y era sorprendente la sensación de poder que eso le producía”
Internet tiene el potencial de ayudarnos a lograr muchas cosas, pero el uso que le damos no es particularmente rico en erudición y como humanos no estamos acostumbrados a medirnos. La información es tanta que no resistimos perderla, y por eso profundizamos menos y menos en lo que vemos, para abarcar más y más. Mucha gente ya no lee las notas, sólo el título y el copete para darse la idea, y continúa acumulando actualidad. La información pasa y se va, para dar lugar a lo más nuevo, a lo que parece más importante. Nos vamos olvidando de cómo usar nuestro razonamiento para aprender a usar Internet con más efectividad y así saber más en menos tiempo. Vamos perdiendo la mecánica de cualquier cálculo, para buscar todos los cuadros de conversiones habidos y por haber, porque los resultados no siempre son los mismos. Y nos vamos achanchando, se nos va friendo la actitud, la voluntad de esforzarnos. Hemos de reconocerlo, que hay una pereza intelectual que asusta. Leer todos los titulares no nos hace más cultos, ni más inteligentes, sólo nos hace algo más informados. Para darle valor a lo que ingresa, hay que darse el tiempo de procesarlo; tiempo que no le damos, porque tenemos que seguir Googleando…