El 22 de septiembre de 1979, un satélite de vigilancia estadounidense -el Vela 6911– detectó dos destellos luminosos de gran intensidad en el Atlántico Sur, entre África y la Antártida. La lectura de los sensores ópticos del satélite no fueron demasiado claras pero pudo determinarse que la potencia necesaria para generar algo de esa magnitud se encontraba dentro del rango de dos a tres Kilotones. Los expertos suponen que pudo tratarse de ensayos nucleares clandestinos de Israel o Sudáfrica, o bien de un evento similar al que devastó Tunguska hace 100 años ¿Qué fue lo que originó el Incidente Vela?
Estados Unidos puso en marcha el Proyecto Vela para realizar un seguimiento de los ensayos nucleares que tenían lugar sobre la superficie o en la atmósfera de nuestro planeta. En 1963, el Tratado sobre Ensayos de Explosiones Nucleares (Partial Test Ban Treaty) había sido firmado por 130 países y prohibía todas las explosiones nucleares excepto las subterráneas, con el fin de evitar las precipitaciones radiactivas. Desarrollado por DARPA (Defense Advanced Research Projects Agency) y supervisado por la fuerza aérea de ese país, el Proyecto Vela se apoyaba sobre tres pilares: Vela Uniform, que intentaría la detección de explosiones nucleares subterráneas a través de los eventos sísmicos relacionados; Vela Sierra, varios satélites diseñados para detectar señales de explosiones nucleares en la atmósfera; y Vela Hotel, otros satélites concebidos para detectar señales nucleares provenientes del espacio. En principio el programa debía funcionar durante unos pocos años, pero la robustez de los Vela -diseñados para funcionar durante 6 meses- hizo que se extienda durante 26 años.
Había 12 satélites en total, seis del tipo Vela Hotel y seies del Vela Sierra, y giraban en órbitas ubicadas ente 100 mil y 113 mil kilómetros de altura, por encima de los cinturones de Van Allen. Estaban provistos con 12 detectores externos de rayos X y 18 detectores internos de neutrones y rayos gamma, que funcionaban gracias a la energía proporcionada por sus paneles solares. También tenían dos sensores especiales capaces de detectar destellos con duraciones menores al milisegundo, necesarios por que las explosiones nucleares atmosféricas que eventualmente tendrían que reportar producen una única señal de corta duración.
En efecto, una explosión de este tipo emite un flash que dura alrededor de 1 milisegundo, seguido por una segunda luz -más prolongada pero menos intensa- que dura algunos segundos. Esto ocurre porque el primer destello es alcanzado rápidamente por la onda de choque atmosférica -compuesta de gas ionizado- que, aunque emite bastante luz, se vuelve rápidamente opaco y oculta la explosión. No se conoce ningún fenómeno natural que pueda producir este efecto, por lo que los Vela no tenían problemas en detectar estas explosiones.
El 22 de septiembre de 1979, luego de haber informado con éxito 41 explosiones nucleares correspondientes a otros tantos ensayos efectuados por las superpotencias de la época, el satélite Vela 6911 registró con sus sensores ópticos dos destellos extraños. Si bien tenían las características habituales de explosiones nucleares atmosféricas, se habían producido en una región del planeta -el Atlántico Sur, entre África y la Antártida (47º S, 40º E)- en el que no se esperaba detectar algo así. La potencia fue estimada de las explosiones fue de entre 2 y 3 Kilotones, de 10 a 20 veces menor a la de la Bomba de Hiroshima.
La prensa rápidamente llamó a estos destellos “Incidente Vela”. Los servicios de inteligencia comenzaron a trabajar, y se barajaron dos hipótesis principales. La primera de ellas, a la que se asignaba una mayor probabilidad, era que estos destellos fuesen el resultado de dos detonaciones nucleares secretas pertenecientes a Israel o Sudáfrica. La segunda, que un objeto proveniente del espacio exterior -posiblemente un cometa o un meteorito- había detonado por el recalentamiento sufrido al ingresar en nuestra atmósfera dando lugar a algo similar al “Evento Tunguska” pero sobre el mar.
Si bien la prensa olvidó rápidamente el incidente, las agencias de inteligencia querían saber a toda costa qué era lo que había ocurrido, y seguían todas las pistas. En aquella época, Sudáfrica había comenzado con un programa de desarrollo de armas nucleares, y cuando Vela 6911 captó los destellos, varios barcos de la marina sudafricana se encontraban efectuando maniobras en esa zona. Cuando todo parecía indicar que esta nación era la responsable, Mordechai Vanunu, un ingeniero nuclear israelí, reveló que su país había estado desarrollando desde hacia 10 años su propio programa nuclear en el desierto de Néguev, y había colaborado estrechamente con los sudafricanos.
Estas declaraciones hicieron suponer a muchos que ambas naciones, en forma conjunta, habían efectuado las pruebas. Sin embargo, y aunque un primer informe del gobierno de los Estados Unidos atribuía los destellos a una explosión nuclear sudafricana, una comisión especial compuesta por expertos designados por la administración Carter concluyó que, “al no haberse encontrado radiación en las proximidades del evento”, no se podía asegurar que esta fuese la causa del fenómeno.
En medio de la confusión, se sumaron las voces de los responsables del radiotelescopio de Arecibo (“hemos detectado un suceso inusual en la ionosfera”), del gobierno de Australia (“hemos registrado índices anormales de radiactividad en la zona”) y de los científicos encargados de diseñar y supervisar el funcionamiento de los Vela (“el satélite ha funcionado correctamente, y su fiabilidad queda demostrada al haber detectado ya 41 ensayos nucleares.”). El tiempo pasaba, y parecía que jamás sabríamos que ocurrió.
Pero en febrero de 1994, el Comodoro Dieter Gerhardt, en cuyo currículo figuraban actividades tan diversas como “espía soviético”, “convicto” y “comandante de la Base Naval Simon’s Town en Sudáfrica”, sorprendió a todos al declarar públicamente que “a pesar de no estar involucrado directamente, puedo afirmar que el destello fue producto de una prueba atómica Israelí-Sudafricana, cuyo nombre en código era Operation Phenix. Se suponía que no sería detectada, pero el clima cambió y los norteamericanos la descubrieron.” La reputación de Gerhardt no era la mejor, y el incidente continuó sin tener una causa oficialmente reconocida.
Tres años más tarde, en 1997, un periódico israelí citó al ex Ministro de Relaciones exteriores de Sudáfrica quien confirmaba que el incidente Vela había sido una prueba nuclear sudafricana. Sin embargo, y volviendo a sembrar las dudas, poco tiempo después, el funcionario declaró que sus dichos habían sido “sacados de contexto.”
Aún hoy muchos de los documentos relacionados con el incidente permanecen como “clasificados” por distintos gobiernos, lo que ayuda muy poco a aclarar lo ocurrido. La hipótesis que responsabiliza a un objeto extraterrestre parece haber perdido fuerza, sobre todo luego de lo expresado por los australianos respecto a la presencia de radiación en la zona. Es mucho más probable que haya sido algún ensayo nuclear clandestino producido durante la Guerra Fría, aunque todavía no lo sepamos con certeza.