Menu
in

Historia de la silla eléctrica

Un método inhumano que, aunque cueste creerlo, todavía se sigue usando

La historia de la silla eléctrica, uno de los artefactos que la tecnología ha puesto a punto especialmente para matar gente, es rica en hechos curiosos. A pesar de lo atroz de su concepción, desde hace ya más de 130 años se la ha empleado sin pausa para freír -literalmente- seres humanos. Inventada por Harold P. Brown, un empleado de Thomas Edison (quien colaboró activamente en su desarrollo), fue “estrenada” en 1890 por William Kemmler, aunque antes habían pasado por ella varios animales, incluido un viejo elefante llamado “Topsy“.

La silla eléctrica es una máquina de matar. Fue inventada en los Estados Unidos hace más de 130 años, y a pesar de que su “edad de oro” hace tiempo que quedó atrás, aún se sigue utilizando en algunos estados de ese país como método alternativo. Hizo su debut el 26 de agosto de 1890, día en que  William Kemmler -quien había asesinado a su amante Tillie Ziegler con un hacha- se sentó en ella a esperar que más de 2000 voltios lo enviasen al otro mundo rápidamente y sin dolor. Lamentablemente, como veremos más adelante, estas son dos características que la silla eléctrica no posee.

Una historia electrizante

La historia de este nefasto artefacto está plagada de hechos curiosos y -lejos de lo que sus creadores pregonaban- repleta de casos fallidos. La silla eléctrica fue inventada por un empleado de Thomas Edison llamado Harold P. Brown. El origen del proyecto se debe a la resolución de un comité que se reunió en Nueva York en 1886, para determinar un nuevo sistema de ejecución que fuese más humano y que remplazase a la horca utilizada hasta entonces. El diseño de Brown utilizaba la corriente alterna que se hacía circular a través del cuerpo de los condenados. Un par de electrodos, ubicados en la cabeza y una de las extremidades de la víctima aseguraban que el flujo eléctrico circulase sin problemas y causase una muerte rápida, limpia y sin dolor.

La elección de la corriente alterna no fue -en absoluto- fruto de la casualidad. En esa época, Edison libraba una verdadera batalla de ideas contra Nikola Tesla. Mientras que Tesla aseguraba que la corriente alterna era la mejor alternativa para distribuir la electricidad a todos los hogares (algo que la historia confirmaría más tarde),  Edison insistía en usar corriente continua. Lógicamente, Edison no quería que se eligiese su sistema eléctrico, porque temía que los consumidores no quisiesen tener en su casa el mismo tipo de corriente eléctrica que servía para matar seres humanos.

Algunos historiadores dejan completamente fuera del desarrollo de este invento a Edison, mientras que otros -situados en el extremo opuesto- aducen que el famoso inventor utilizó a Brown para no perjudicar su imagen inventando un sistema de ajusticiamiento. La verdad debe encontrarse en algún punto intermedio, ya que -aunque no la haya inventado- es difícil que Edison no estuviese al tanto y colaborase con el desarrollo de su empleado Brown.

Para demostrar que la corriente alterna era más eficaz a la hora de matar, Brown experimentó con varios animales. Como no sabía si el “sistema” era “compatible” con cualquier tipo o tamaño de ser vivo, incluyó una gran variedad de cobayos y un elefante de circo llamado “Topsy“. A menudo, Brown invitaba a representantes de la prensa para que presenciaran sus ensayos. Todos estos experimentos se efectuaron en el laboratorio de Edison a lo largo de (principalmente) 1888. Finalmente, el duro trabajo de Harold fue recompensado: la silla eléctrica de corriente alterna fue aprobada por el comité en 1889. Al año siguiente, Kemmler tendría el dudoso honor de ser el primer humano ejecutado en ella.

Los abogados de Kemmler apelaron, argumentando que la electrocución era un castigo cruel e insólito. El mismísimo George Westinghouse -partidario declarado del uso de la corriente alterna como estándar en la distribución de electricidad- apoyó su petición. Sin embargo, la petición falló, en parte debido al apoyo de Thomas Edison. La ejecución se llevó a cabo en la Prisión Auburn, en Nueva York, el 26 de agosto de 1890.

El Primer Electricista Estatal, Edwin Davis, revisó las conexiones de la silla. Luego, Kramer fue atado en ella. La ejecución fue un espanto. La primera tentativa fracasó, y Kemmler saltó como loco durante los 17 segundos que duró el intento. Al final de ese plazo seguía vivo y gimiendo de dolor. Se aumentó el voltaje a 2000 voltios, pero como el generador necesitaba un tiempo para volver a funcionar, Kramer -con buena parte de su cuerpo quemado- tuvo que esperar sentado. El segundo intento duró más de un minuto, y la escena fue descrita por los presentes como “espantosa”. El olor a carne quemada era insoportable, y salía humo de la cabeza de Kemmler. Finalmente, murió. Más tarde, Westinghouse comentó con ironía: “Mejor hubieran usado un hacha.

¿Cómo funciona la silla eléctrica?

En realidad, el funcionamiento de la silla eléctrica es bastante fácil de explicar. El condenado se ata a una silla hecha de material aislante, y se le coloca un electrodo en la cabeza y otro en una de sus  piernas. Cuando todo está dispuesto, se aplican dos choques eléctricos a lo largo de “varios minutos”, ya que el tiempo exacto de la ejecución varía de una persona a otra.

La tensión inicial es de más o menos 2000 voltios y sirve para romper la resistencia de la piel y -con un poco de suerte- causar la inconsciencia. Luego, se baja el voltaje hasta unos 440 voltios para evitar que el prisionero -literalmente- se queme. Se utiliza un flujo de corriente de unos 8 amperes, y el cuerpo del condenado alcanza temperaturas del orden de los 60 °C. Como es de imaginar, la muerte llega por el daño que provoca el flujo de la corriente eléctrica en los órganos internos.

La teoría dice que la inconsciencia debe producirse en una fracción de segundo. Sin embargo, no son pocos los desafortunados cuyos pelos y piel han comenzado a arder mientras que siguen conscientes y agitándose como locos. En un caso, el transformador encargado de suministrar la corriente del dispositivo se quemó, y el reo tuvo que aguardar (gritando de dolor) en el suelo del cuarto de ejecución mientras los técnicos lo reparaban.

En 1946, la silla eléctrica no fue capaz de matar a un condenado llamado Willie Francis, quien gritaba “¡Paren! ¡Déjenme respirar!” mientras era electrocutado. El motivo del fallo fue que un ayudante ebrio había instalado mal la silla. El caso fue llevado a la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos, ya que los abogados del condenado argumentaban que su cliente “fue ejecutado tal como lo ordenaba la sentencia judicial: no murió pero igual se cumplió la sentencia”. El argumento fue rechazado y Francis -con un susto de muerte- volvió a la silla eléctrica al año siguiente. Esta vez la silla hizo su trabajo y el reo murió como estaba previsto.

La silla eléctrica ha caído en desuso. Y no es para menos: aún en aquellos casos en que la ejecución se lleva a cabo correctamente, siempre se quema algo de piel y es desagradable para los guardias el tener que separar la piel quemada de los cinturones de la silla. El reo, por lo general, pierde el control de sus músculos después del primer choque eléctrico y puede llegar a defecar u orinar. Nada de esto proporciona una buena imagen al estado, por lo que ha ido paulatinamente cediendo el lugar a la inyección letal.

La última vez que se usó la silla eléctrica fue el 21 de febrero de 2020 cuando Nicholas Sutton de 58 años fue electrocutado en Tennessee al preferir este método de ejecución por sobre la inyección letal. ¿No es una locura?

(Del archivo de NeoTeo, 30 de septiembre de 2009. Actualizada en función de nuevos acontecimientos)

Escrito por Ariel Palazzesi

Leave a Reply