Nervios, ansiedad, insomnio, irritabilidad, pérdida del apetito, aumento o caída en el deseo sexual… las razones para esos síntomas pueden ser muy variadas en estos días, pero si una mujer los exhibía en el siglo XIX, básicamente era «un caso de histeria». ¿Cómo se supone que trataban los doctores de la época a esa condición? Con estimulación genital para «liberar los fluidos» acumulados en la paciente…
El primer paso para entender esto con precisión es rastrear el origen de la palabra «histeria». Aparentemente proviene de ὑστέρα (hystera), una expresión relacionada al útero. En épocas antiguas, los médicos creían en el concepto de «útero errante», describiendo al órgano como «un animal dentro de otro animal», con vida propia, que se desplazaba dentro del cuerpo, y causaba toda clase de problemas en la salud de la mujer. ¿El tratamiento? «Buenos olores en los genitales y fétidos en la nariz», en un intento por hacerlo regresar a su posición. Se creía que el útero apreciaba los olores agradables, y se alejaba de los malos…
No fue sino hasta el siglo II después de Cristo que Galeno definió al útero como estacionario, aunque también llegó a conclusiones curiosas. Galeno creía que el grupo más afectado era el de las viudas, y que el problema se reducía a una «retención de semilla femenina». Mantuvo a la aromaterapia como parte del tratamiento, y recomendaba a las mujeres tener sexo, además de aplicar un ungüento en la zona genital, tarea exclusiva para parteras, no médicos.
Aún así, la idea de un útero fugitivo que retenía fluidos permaneció durante siglos, a lo que se sumaron cosas como posesión demoníaca, especialmente durante el siglo XVI. Sin embargo, a partir del siglo XVII, la «histeria femenina» quedó establecida como algo a resolver sólo por la medicina, cuya primera recomendación era casarse y mantener encuentros sexuales periódicos con el esposo (ya que la masturbación era «tabú y pecaminosa»). Esos parámetros colocaban a las mujeres solteras, viudas y monjas en una supuesta situación de vulnerabilidad (algo similar a lo que pensaba Galeno), y para ellas la estimulación manual a cargo de una partera estaba permitida.
Con el siglo XIX surgió el término «paroxismo histérico», algo más formal y profesional para describir al orgasmo femenino. Las hipótesis sugieren que los médicos eran buscados para la aplicación de masajes, un tratamiento al que consideraban inconveniente y poco productivo, dando lugar al desarrollo de los primeros vibradores. Pero no son más que hipótesis, y la evidencia firme al respecto es casi inexistente. De hecho, modelos como el «Pulsocon» del doctor Macaura ni siquiera tenían originalmente una aplicación sexual, y se usaban para tratar dolores de cabeza, irritabilidad, indigestión y constipación en hombres y mujeres.
Más allá de su utilidad frente a la histeria femenina, lo cierto es que el desarrollo y la comercialización de vibradores explotó a partir del siglo XX. Por supuesto, los anuncios tenían mucho cuidado de evitar la palabra «masturbación», y hablaban de «estimular» o «restaurar el vigor». En otras palabras, terminaron sumándose a la categoría del famoso «curatodo» (igual que la Coca-Cola), lo cual llevó a una investigación por parte de la FDA… pero esa es otra historia. En cuanto a la histeria en sí, su diagnóstico masivo perdió potencia. Freud la declaró «una aflicción interna y emocional, que afecta a hombres y mujeres», y los médicos nunca pudieron vincular los síntomas a la condición.
Fuente: Vintage Everyday