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Guerra nuclear contra el calentamiento global

Era inevitable. En algún momento, alguien sumaría dos más dos y “descubriría” que una guerra nuclear levantaría el polvo suficiente como para oscurecer la atmósfera durante algunos años, provocando un “invierno nuclear” capaz de contrarrestar el calentamiento global. Modelos matemáticos creados por la NASA indican que aún una guerra nuclear pequeña seria capaz de provocar un descenso de en la temperatura mundial, durante dos o tres años,  superior a  un grado centígrado.

En 1945 la humanidad aprendió –por las malas– de lo que era capaz de hacer una bomba atómica. Además de volatilizar decenas de miles de personas y reducir a escombros ciudades completas, este tipo de arma es capaz de generar la suficiente cantidad de polvo y hollín como para oscurecer de forma apreciable la atmósfera terrestre. Las superpotencias que se enfrascaron en la denominada “Guerra Fría” -EE.UU. y la ex Unión Soviética- se encargaron durante décadas de repetirnos casi a diario las consecuencias catastróficas que tendría una guerra nuclear global. Uno de los “efectos secundarios” de machacar al enemigo con dispositivos nucleares era el denominado “invierno nuclear”, un periodo de tiempo de varios años de duración en el que la luz solar incidente sobre la superficie terrestre se vería disminuida por las partículas enviadas a la atmósfera. Afortunadamente, la Guerra Fría ha terminado y aunque periódicamente oímos que algún pequeño país se encuentra desarrollando armamento nuclear, lo cierto es que el nivel de amenaza de un conflicto de este tipo ha disminuido casi a cero.

Pasaríamos dos o tres años sin verano.

Sin embargo, la idea del “invierno nuclear” parece haber quedado lo suficientemente arraigada en algunos científicos como para que se les haya ocurrido que un evento de este tipo, debidamente acotado y provocado “por algún conflicto bélico a pequeña escala”, podría tener efectos positivos en la problemática conocida como “calentamiento global”. Como hemos visto en varias oportunidades, parece que la temperatura promedio del planeta está aumentando. No existe demasiado consenso sobre su origen –y la actitud de algunos científicos poco ayuda a aclarar el panorama– pero lo cierto es que en las últimas décadas se registra un preocupante aumento de temperatura que podría tener graves consecuencias en el futuro cercano. En la NASA se han tomado el asunto seriamente, y han elaborado un modelo matemático para intentar determinar con exactitud cual es la cantidad de explosivos nucleares que habría que detonar para detener el aumento de la temperatura global. Los resultados indican que bastaría con arrojar algunos cientos de bombas del tamaño de la empleada sobre Hiroshima, con una potencia total equivalente a unas 15.000 toneladas de TNT (solamente el 0.03% del arsenal nuclear total del planeta) para “solucionar” el problema.

Detonar bombas nucleares tendría graves consecuencias.

El modelo empleado por los investigadores predice que los incendios resultantes de esta “mini guerra nuclear controlada”  podría enviar a la troposfera, la capa más baja de la atmósfera de la Tierra, unos cinco millones de toneladas métricas de negro carbono. Según los especialistas de la NASA, este carbono absorbería el calor solar y, como ocurre con un globo de aire caliente, se elevaría aún más en el cielo, creando una especie de “capa protectora” que disminuiría la cantidad de radiación solar que llega a la superficie terrestre. Luke Oman, un físico de la agencia espacial estadounidense que se encargó de comunicar los resultados de estas simulaciones durante la última reunión de la American Association for the Advancement of Science en Washington, dice que el enfriamiento causado por estas explosiones estaría lejos de ser tan importante como si se hubiese desatado una guerra nuclear entre dos superpotencias, pero que aún así “bastaría para hacer descender la temperatura terrestre en aproximadamente 1.25 grados centígrados, durante dos o tres años”. Los cambios no serían homogéneos, y algunas regiones -como Europa, Asia y Alaska- podrían tener descensos de entre 3 y 4 grados, “disfrutando” de tres o cuatro años sin verano.

Ensayo nuclear sobre el atolón de Mururoa, en los 1970s.

Oman se muestra entusiasmado con los resultados de la simulación, aunque alerta que los cálculos predicen que la agricultura podría resentirse con estos cambios. “Nuestros resultados demuestran que la agricultura sería afectada por este invierno nuclear, especialmente en zonas en las que se desarrollarían heladas tardías en primavera y tempranas en el otoño”, explica. Cuando en  1815 hizo erupción el Mount Tambor en Indonesia, sumió a la Tierra en una situación parecida a la descripta, de solo un año de duración. Durante cuatro años el total de las precipitaciones anuales a nivel global descendió un 10%, algo que también podría repetirse si decidimos ponernos a trastear con armas nucleares para combatir el cambio climático. Obviamente, nadie puede creer que la NASA esté pensando seriamente en ponerse alegremente a detonar bombas nucleares aquí y allá para intentar detener el calentamiento global. Lo que seguramente busca este análisis es determinar el impacto que tendría a escala planetaria un “pequeño” conflicto bélico en el que alguno de los contendientes emplease este tipo de armamento, y prevenirnos de sus consecuencias.

Escrito por Ariel Palazzesi

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