Cartuchos de tinta. Cápsulas de café. Obsolescencia programada. Los fabricantes utilizan toda clase de trucos para mantener a los usuarios dentro de sus cajas de arena, aún si eso implica violar derechos básicos. En los Estados Unidos, los granjeros se han subido al cuadrilátero a pelear contra John Deere y su bloqueo a las reparaciones en tractores hechas por terceros. El camino judicial es lento, y la siguiente cosecha no puede esperar, por lo tanto, los granjeros se volcaron al hacking, con la ayuda de software ucraniano.
Al otro lado del charco hay una batalla legal en progreso. La razón para dicha batalla roza lo absurdo, pero representa muy bien a lo que sucede con la tecnología en estos días. Me refiero a que adquieres un producto, y el fabricante sugiere que no eres el dueño. Desde su punto de vista, lo que tu dinero compra es simplemente una licencia de uso, que además carga con un paquete de restricciones especiales. Hemos visto estas trabas en todas partes. Diferentes formatos, la misma esencia. En el nombre de la propiedad intelectual y el secreto comercial, los fabricantes repiten el clásico mantra «No Puedes Hacer Eso», y planean llevarlo a extremos ridículos. Es en los Estados Unidos donde encontramos uno de los ejemplos más contundentes: Los granjeros ni siquiera pueden reparar sus propios tractores.
John Deere es un nombre muy relacionado con la agricultura. Generaciones enteras de granjeros han usado sus productos, y nadie niega que son de buena calidad. Pero los vehículos tarde o temprano se rompen, y John Deere decidió que debe controlar ese aspecto también. Si las reparaciones no son llevadas a cabo con herramientas oficiales y por empleados autorizados, el tractor deja de funcionar. Mientras la ley estadounidense explora el derecho a la reparación, los granjeros y mecánicos locales sólo tienen una opción: Hackear los tractores. Los recursos principales para esto son aplicaciones crackeadas provenientes de países como Ucrania y Polonia. El software no es barato, y el acceso a los foros (necesario en la mayoría de los casos) requiere una suma adicional, pero ante la locura de John Deere, los granjeros prefieren pagar y recuperar el control de sus vehículos.
Como es de esperarse, John Deere parece un disco rayado: «Personal no calificado», «riesgo para el equipamiento y el usuario», «propiedad intelectual», y más. ¿La respuesta de los granjeros? Un hack a la vez. Partes alternativas, optimizaciones basadas en la experiencia, y hasta un tractor que usa metano extraído del excremento de cerdos. Lo que millones de usuarios viven día tras día con smartphones y ordenadores (falta de diagramas, herramientas propietarias, etc.), ahora llegó al campo, a sus trabajadores, y por extensión, a la comida. Por suerte, estos nuevos «granjeros hackers» se encuentran a la altura del desafío.