El martes pasado me encuentro con un viejo compañero de la primaria que no veía desde los años ochenta, y del que tuve noticias a través de una red social, Facebook, que sirve justamente para eso, para encontrarte con gente que no ves hace años. Nos citamos en un bar del centro, nos palmeamos con cariño falso, pedimos unas cervezas… y se nos acaban los temas de conversación.
Le digo, por decir algo:
—Qué increíble, para lo que acaba sirviendo Facebook.
Se ríe fuerte, como si le estuviera tomando el pelo, y me dice:
—Si Facebook sirviera solamente para encontrarme con vos, yo no tendría banda ancha en casa. A mí Facebook me cambió la vida, pero de verdad.
—¿Para tanto? —le pregunto.
—Mirá para afuera —me explica—. Imaginate que todas las mujeres que están pasando ahora por la calle tuvieran un cartel en el culo que dijera ‘estoy en una relación complicada’, o ‘soy soltera’, o ‘solamente busco amistad’, o incluso ‘me interesan los hombres y también las mujeres’…
Hago lo que me dice mi amigo, miro por la ventana del bar hacia la calle y veo la primavera de Barcelona en su esplendor: holandesas, suecas, nativas, maduras y jovencitas, diferentes colores, hay de todo. Mi amigo me aprieta el brazo y me dice:
—Imaginate que aquella que está por cruzar la Diagonal tuviese un cartel que pone: ‘hace doce días que estoy deprimida’. Tener esa data de primera mano, Hernán, hacer cálculos mentales y abordarlas a todas.
—Te estás excitando, calmate —le digo a mi amigo.
Pero él sigue con su verborragia:
—¿Cuánto hubiéramos simplificado el enfoque de la seducción, hace diez, quince años, de haber tenido esos guiños entre las conocidas del colegio, de la universidad, de las compañeras de trabajo, de las ex novias?
Me lo imagino; mi amigo tiene mucha razón.
—La mujer analógica, la del siglo pasado, esperaba que vos te dieras cuenta de ciertas cosas. ¿Te acordás las preguntas que uno se hacía antes? “¿Tendrá novio Estelita? ¿Qué música le gustará? ¿Será buen momento para abordarla?” —rememora mi amigo— Ahora la mujer digital te lo indica en el perfil del Facebook. Cualquier conocida de la oficina, cualquier amiga de una amiga, te avisa si se peleó con el novio, te explica si le gusta Neruda o Bucay, te pone fotos de las vacaciones en Ibiza, para que la veas en bolas… ¿Cuánto tardábamos, en los ‘80, en ver a la chica que nos gustaba en bikini? ¡Había que esperar al Día de la Primavera, o a que te invitaran a una pileta en verano! No, Hernancito, la vida mejoró mucho…
—Bueno, pero supongo que tampoco será tan fácil.
—Hay desventajas, claro —matiza—. Te podés ensartar, como toda la vida. Te podés despertar con un bicho a la mañana siguiente… Pero en Facebook hay escaramuzas, hay trucos que te proporciona la experiencia.
—¿Por ejemplo?
—Alejate de las mujeres que ponen la fecha de nacimiento sin indicar el año: a ésas ya se les cayeron las tetas. Escapá de las que cuelgan muchas fotos de sus mascotas: son depresivas. Ni se te ocurra encarar a las que te parecen lindas pero tienen todas las fotos en contrapicado: son gordas con complejo de papada. Si dicen estar “en una relación difícil” y tienen más de treinta fotos besando al mismo tipo en diferentes épocas, borrate: después de coger, lloran.
—Impresionante —le digo, con sinceridad.
—Hay que estar atento a las que, en la imagen del perfil, ponen una foto sacada por ellas mismas en el baño. A ésas, les decís cuatro piropos en el Muro y las tenés comiendo alpiste. Atento a las que ponen fotos viajando por el mundo con una amiga, siempre la misma amiga: son fiesteras. (Pero ojo: tiene que ser por el mundo; si viajan por su propio país, son histéricas.) Las que ponen una imagen de ellas cuando eran chiquitas, en color sepia, les gusta el sexo duro. Las que dejan vacío el ítem sobre intereses musicales, prefieren pagar el hotel a medias.
Mi antiguo amigo de la primaria me atiborró de consejos, pero sólo me acuerdo de estos pocos para compartir hoy con ustedes. Habló durante más de una hora, sin parar. Y después dijo que debía irse a una cita con una mujer que había conocido en la estación Verdaguer.
—Me tiemblan las manos —me confesó antes de salir del bar—. Esta mujer que conocí en el metro me dice que no tiene Internet. No sé nada de ella, nunca vi fotos, no sé de qué le voy a hablar.
—¿Y para qué vas, entonces?
—Es que últimamente me calientan mucho las mujeres analógicas. Tienen olor a infancia.