Los científicos están preocupados: han descubierto que algunas zonas del continente Antártico están siendo invadidas por organismos foráneos. Especies vegetales y pequeños animales, que suelen llegar al continente adheridos a las botas de los investigadores que allí trabajan, han comenzado a prosperar en un continente que les es ajeno, amenazando a las especies autóctonas que, en general, no están preparadas para competir con ellas.
La introducción de especies foráneas en un ecosistema es un problema que afecta a prácticamente a todo el mundo. Incluso organismos pequeños, como una hormiga, introducidas en una región que les es ajena, pueden hacer peligrar decenas de especies autóctonas. Esto ocurre por que los organismos de esa zona han evolucionado juntos durante millones de años, y han alcanzado un equilibrio que les permite prosperar juntos. Cuando este equilibrio se altera, todo se va al demonio. La falta de enemigos naturales que controlen su número puede hacer que una especie foránea colonice por completo un nuevo hábitat en muy poco tiempo, provocando cambios que generalmente suelen ser irreversibles. Uno de los continentes que se ha mantenido prácticamente a salvo de este problema ha sido la Antártida, ya que por sus bajas temperaturas y relativo aislamiento del resto del mundo resulta poco accesible a los “colonizadores” extranjeros. Pero el cambio climático, que ha elevado perceptiblemente la temperatura de la región y la instalación de bases humanas permanentes en ese continente están cambiando esta situación.
Los científicos han descubierto que algunas zonas de la Antártida están siendo invadidas por plantas exóticas y animales diminutos, que generalmente llegan al continente en las ropas y botas de los turistas y científicos que visitan el continente. Algunas plantas exóticas crecen y se multiplican en Antártida, impulsadas por el calentamiento global. Un artículo publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS) explica como las plantas podrían diseminarse en esa región a medida que el planeta se calienta. Steven Chown, investigador de la Stellenbosch University de Sudáfrica dice que “en el pasado, la gente se mostraba escéptica, y sostenía que en zonas cubiertas de hielo era muy poco probable que las plantas consiguiesen establecerse por si mismas”. Pero un área importante (aunque solo es aproximadamente el 1% de la superficie del continente) de la Antártida se encuentra libre de hielo. Corresponde a la denominada Península Antártica, que se extiende hacia el extremo sur de América del Sur, una zona que se ha calentado aproximadamente 3ºC en los últimos 50 años, mucho más que el promedio mundial. Este fenómeno ha hecho disminuir sensiblemente la cubierta de hielo, facilitando la implantación de especies foráneas, ratas incluidas.
Este fenómeno ha tendido lugar antes, en islas de la región antártica que han sufrido importantes cambios ecológicos debido a las especies invasoras. Los científicos creen que la Península Antártica y algunas zonas aledañas podrían sufrir procesos similares en los próximos años. Kevin Hughes, de la British Antarctic Survey (BAS), dice que “hemos encontrado en las botas y las bolsas de las personas que llegan al continente tenían semillas y organismos adosados”, que luego -aprovechando la menor dureza del clima, consiguen establecerse y prosperar sobre el nuevo terreno. Según el investigador, cada visitante lleva -en promedio- 9,5 semillas al continente blanco, siendo los científicos quienes más organismos transportan inadvertidamente. Si multiplicamos este número por la cantidad de visitantes que recibe el continente cada año, llegamos a la sorprendente conclusión de que que unas 70.000 semillas llegan a la Antártida cada año. “Hemos descubierto que la lengua de las botas es un lugar ideal para atrapar semillas, que llegan allí cuando uno se ata los cordones. Obviamente, también las hemos encontrado en varias partes de la ropa también.” Esto no debería sorprendernos, ya que las semillas han evolucionado para ser fácilmente transportadas en el pelaje de los animales y nuestras ropas, con las que cubrimos nuestros lampiños cuerpos, se parecen lo suficiente a las pieles como para “atrapar” semillas sin problemas.
Los investigadores encontraron que, aunque muchas de las semillas son originarias de América del Sur, un gran número ha llegado desde el Hemisferio Norte. Los investigadores sugieren que se tomen medidas tan pronto como sea posible para hacer frente a las especies invasoras que ya se han establecido y para evitar la llegada de otros nuevos. El propio Hughes ha “erradicado” un miembro sudamericano de la familia Aster de la isla Decepción, mediante el simple procedimiento de sacar el único ejemplar existente en la isla. Pero no siempre es tan fácil, ya que una vez que el organismo se ha extendido resulta casi imposible de exterminar. Sin dudas, se trata de un llamado de atención sobre la delicadeza de un ecosistema que puede ser roto simplemente por no prestar un poco de atención sobre que transportan inadvertidamente las personas que lo visitan.