La dietilamida de ácido lisérgico, mejor conocida por sus siglas en inglés LSD, sigue siendo clasificada como sustancia «prohibida» alrededor del globo, pero en estos últimos tiempos se han hecho avances sobre la autorización de estudios que permitan evaluar su potencial tras décadas enteras de rechazo. Recientemente, investigadores del Imperial College London publicaron imágenes sobre el efecto del LSD en nuestros cerebros, en un intento por conocer mejor su funcionamiento.
La historia nos dice que la creación del LSD se remonta al año 1938, cuando el químico suizo Albert Hofmann sintetizó la sustancia por primera vez a partir de la ergotamina. En los años siguientes se conocieron sus propiedades psicodélicas, e incluso apareció de manera legal en el mercado farmacéutico bajo el nombre Delysid, pero dio un drástico giro en los años ‘50 y ‘60. El proyecto MKUltra de la CIA esencialmente autorizó su uso en humanos sin el consentimiento apropiado, sin embargo, una vez que el LSD llegó a manos de aquellos que representaban la llamada «contracultura» de los ‘60, los gobiernos de turno la declararon «Schedule 1», efectivizando así su ilegalidad. El mundo de la ciencia debió esperar cuatro décadas para que se abriera la posibilidad de un nuevo estudio sobre el LSD, aunque con severas restricciones. En el Imperial College London sólo obtuvieron autorización después de garantizar que el LSD no sería administrado como «droga terapéutica», y aún así debieron batallar con el proceso burocrático por nueve meses, además de crear una campaña de crowdfunding para obtener fondos.
El estudio estuvo enfocado en la visualización de la actividad cerebral bajo los efectos del LSD. El «viaje» de los veinte voluntarios (que registran experiencias previas con drogas psicodélicas) fue relativamente largo, ocho horas para ser precisos, y recibieron su dosis de forma inyectable. Lo primero que se detectó fue un notable incremento en la comunicación de diferentes regiones en el cerebro (aún cuando no lo hacen normalmente), y en especial se destaca la interacción de la corteza visual con dichas regiones, lo que en parte explica toda la cadena de alucinaciones asociadas al LSD. Por otro lado, las redes neuronales registraron una disminución en el flujo sanguíneo, y una pérdida de sincronización en su actividad, algo vinculado con la «disolución del ego».
Otro aspecto para mencionar del estudio es la relación del LSD con la música. La comunicación entre el parahipocampo (almacenamiento de memorias) y la corteza visual se reduce cuando una persona toma LSD, pero si al mismo tiempo se escucha música, la cantidad de información que pasa del parahipocampo a la corteza de hecho aumenta, un dato asociado al incremento de imágenes y recuerdos vívidos con los ojos cerrados. El siguiente paso será estudiar los efectos del LSD sobre la creatividad, y en el futuro, los investigadores esperan tener la posibilidad de evaluar finalmente al LSD como recurso terapéutico, apuntando al tratamiento de varias condiciones, entre ellas la ansiedad, la depresión, el trastorno de estrés postraumático, dolores de cabeza crónicos, y hasta el alcoholismo.