Si un asteroide más o menos gordo se dirige a la Tierra, debemos hacer algo antes de que choque contra nuestro planeta. El impacto de un trozo de roca espacial de unos cientos de metros de diámetro nos extinguiría sin importar qué tan bien nos escondamos. La única solución es salir y dar batalla. Pero, ¿cómo destruimos un asteroide?
A pesar de todos los libros de ciencia ficción que trataron –muchas veces de forma magistral- el tema con anterioridad, no fue hasta 1988 que comenzamos a preocuparnos seriamente por lo que podía ocurrirnos si un asteroide chocaba con la Tierra. Gracias a Armageddon, la película con Bruce Willis y Ben Affleck (si, y la nena del vocalista de Aerosmith, Liv Tyler), el público en general pudo acojonarse completamente ante este escenario. Para colmo de males, la comunidad científica se encargó de recalcar que, en términos astronómicos, un choque de esos ocurre cada dos por tres, haciendo que definitivamente comenzáramos a mirar el cielo con miedo.
Es que uno no es tonto y sabe que el bueno de Bruce esta algo viejo como para subirse a un transbordador (que también está viejo) y librarnos de la amenaza mientras consolamos a Liv (que cada día está mas buena). Si queremos sobrevivir, tenemos que encontrar la forma de quitar esa espada de Damocles que con forma de roca ferrosa pende sobre nuestras cabezas. Y como ocurre a menudo, en la realidad las cosas no son tan sencillas como en las películas.
Afortunadamente, unos investigadores de la Tel Aviv University se han puesto a pensar en el problema, y han llegado a algunas conclusiones interesantes. Lo primero que han determinado estos astrofísicos es que la mejor forma de evitarnos el castañazo es modificar la ruta del asteroide. “Para que funcione, tenemos que ser capaces de predecir lo que sucedería si intentamos destruirlo con una explosión“, dice el estudiante de doctorado de la Universidad de Tel Aviv David Polishook, que junto a su supervisor el doctor Brosch Noé del Departamento de Geofísica y Ciencias Planetaria encaró el estudio del asunto de los asteroides.
Para nuestra tranquilidad, Brosch y Polishook se encuentran entre los pocos científicos en el mundo que se han especializado en la investigación de la estructura y la composición de los asteroides. Comprender cabalmente estos dos temas es el primer paso crítico en la búsqueda de la forma de cómo destruirlos antes de que lleguen a la atmósfera de la Tierra. De hecho, su investigación podría impedir la catástrofe. Según los especialistas, si intentamos hacer “la gran Bruce Willis” y volarlos en pedazos solo crearemos un enjambre de asteroides más pequeños pero igualmente peligrosos. Un escombro de solo 100 metros de diámetro puede barrer del mapa una ciudad del tamaño de Barcelona, creando en su lugar un pozo dos veces más grande que el famoso cráter de Arizona.
“La información que estamos recogiendo puede tener un tremendo impacto en los futuros planes de alterar el curso de los asteroides en curso de colisión con la Tierra“, dice Polishook. “La ciencia necesita saber si los asteroides son pedazos de roca sólidos o montones de grava, que fuerzas mantienen juntas sus partes, y cómo se van a romper si son bombardeados“. Al observar el acabado y las alteraciones en el brillo de los asteroides lejanos, Polishook es capaz de determinar su forma, el tiempo que demoran en completar un giro, en qué sentido lo hacen y la composición de estas rocas voladoras. “Esta es una buena forma de evaluar de qué material están hechos los asteroides“, dice Polishook, que diariamente toma mediciones desde un observatorio universitario.
Como parte de sus observaciones, los investigadores utilizaron el hecho de que los pequeños asteroides cambiar su tasa de rotación, acelerando o desacelerando durante cortos períodos de tiempo, con una frecuencia de una vez cada unos 100.000 años. En comparación con la edad del sistema solar (4.5 mil millones de años) es un cambio muy rápido, aclara Polishook. Los resultados más recientes de su investigación fueron presentados en la reunión de Asteroides, Cometas y Meteoritos de 2008, patrocinada por el Johns Hopkins University Applied Physics Laboratory en Baltimore.